Capítulo 4

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Midas. Área 3. Parque Mistral era un gran centro de convenciones repleto de pabellones para exhibición de varias formas y tamaños.

Empezando con "Casino Row", la atracción principal de Lhassa, y continuando por sus "establecimientos de recreo", los visitantes se topaban con los extremos del Distrito del Placer que podía ser denominado (con una interpretación algo diferente) la verdadera cara de Midas.

Se acercaba el día de la subasta. Midas estaba envuelta en una fiebre que rápidamente excedió su bullicio habitual. Las voces animadas llegaban incluso hasta la plaza oval, que de no ser por eso, estaría en silencio durante las horas del día.

Como Kirie había predicho, los rumores de la subasta fluyeron rápidamente hacia las tabernas y profundidades de Ceres que no podían tener menos qué hacer con eso. Quizás era porque los productos manufacturados de la Academia estaban haciendo su debut otra vez después de cinco años de ausencia.

Riki y sus amigos se dirigían a la casa de Herma.

—¿Qué dicen? Anímense, vamos —imploraba Kirie, trepándose al regazo de Sid—. De todas formas, mirar es gratis. Es agradable permanecer al margen de vez en cuando, desinhibirnos y disfrutar para variar, ¿no lo creen? Y si tenemos suerte, quizás podamos ganar algo de dinero extra.

Sid no debió encontrar del todo desagradable que Kirie lo hostigara a él, porque se estaba poniendo de humor cuando este comenzó a tirar de sus orejas. Miró a Riki, como pidiéndole permiso a su antiguo líder. —Oye, Riki. ¿Qué te parece?

Mostrando poco interés en la subasta o en ir a cualquier lado, Riki respondió secamente. —Si quieren ir, pues vayan.

Sid reaccionó con un pequeño encogimiento de hombros. Kirie frunció el ceño, proporcionándole un aspecto resentido a su semblante. —¿Cuál es tu problema? Es como comenta la gente, pasas todo el día amargado. De todos modos, ¿Qué más tienes que hacer con tu tiempo libre? —Kirie los denigró, reprochando la sumisión de los miembros de la pandilla quienes siempre habían dado prioridad a las preferencias de Riki—. ¿Tienes realmente una razón para no querer ir?

Cuando Riki se volvió hacia su atacante, Kirie añadió, frunciendo los labios y entornando los ojos, —¿Tal vez haya alguien allí al que no tengas muchas ganas de encontrarte?

—Lo que sea —dijo Riki, como si la cosa se hubiese vuelto demasiado molesta y sin sentido como para dar lugar a preocupaciones.

—Entonces es un hecho. No es una mala idea ir de paseo a la ciudad todos juntos de vez en cuando —dijo Kirie sardónicamente, enseñando una sonrisa satisfecha.

—No me importa este idiota —escupió Riki mirando de reojo, demasiado bajo como para que los demás escucharan. ¿Era porque la extraña actitud sabelotodo de Kirie, que ni siquiera alcanzaba los diecisiete, le destrozaba los nervios? ¿O quizás era por ser tratado tan presuntuosamente por un chico tres años menor que él? No, no era eso tampoco.

Lo que Riki no podía soportar sobre Kirie no era la forma en que este se fijaba en él con aquellos extraños ojos de diferente color, sino más bien que detrás de los mismos residía una copia exacta de su yo de hacía tres años.

Kirie no sabía que era una rana atascada en el fondo de un pozo. Ni siquiera comprendía la naturaleza del vertedero al cual aventaba sus pasiones excesivas. Apenas si rozaba las ilusiones arrastrándose fuera del fondo de una botella de cerveza mientras luchaba por respirar.

Al principio nada de esto se le había ocurrido a Riki, quien de Kirie solo determinó sus curiosamente disparejos ojos, pero en algún punto empezó a ver una sombra de su propio inmaduro ser cuando era un niño. Cuando tenía la edad de Kirie con seguridad hacía gala de la misma actitud. Si regresara cinco años atrás no cabría duda alguna.

Ai No Kusabi - Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora