34-TRANQUILIDAD

541 22 9
                                    


Ella asintió levemente. Y, como si fuera una niña pequeña, levantó los brazos esperando a que la cargue. Sus gesto me pareció simplemente hermoso. La tomé en mis brazos y la llevé hasta el lujoso cuarto de baño del alcalde. Cuidadosamente la senté en el retrete y fui sacandole la ropa.

Con cuidado bajé el cierre de la campera militar que llevaba. Se la quité.Le desabroché las botas junto con el pantalón. Cuando iba bajándolo, Raquel hizo una mueca de dolor. Quité el pantalón y vi en sus piernas tres magullones de gran tamaño. Ella me miró y me pidió que no hiciera reparos en eso. Yo intenté hacerle caso y seguir. Quité su camiseta y su sostén, dejándola en bragas. Observé su cuerpo. Parecía un saco de boxeo, más que antes.

Me hervía la sangre de solo pensar que ese hijo de puta le había puesto un dedo encima. Me sentía culpable. Mis ojos se humedecieron y mi labio empezó a temblar. Raquel al verme tomó mi cara y, acercándome a ella, me dió un beso, haciendo que mi respiración volviera a estabilizarse.

En silencio abrí la canilla dejando que se llene la bañera. Era tan lujosa que solo tardó un minuto. Me arremangué y me aseguré que la temperatura del agua estuviera lo suficientemente caliente. Ayudé a Raquel a levantarse y le quité las bragas. Ella entró a la bañera y se sentó, con ciertas muecas de dolor por tanto movimiento.

Tomé la ducha móvil y comencé a lavar su cabello. Ella solo respiraba, con los ojos cerrados, tranquilizando sus facciones. Enjaboné su cuerpo, dándole pequeños masajes en cada poro, cuidando de no hacerle daño.

Raquel rompió el silencio

—Sabes... cuando te animas a hablar, tienes que lidiar con un millón de personas que no te creen. Sin pruebas, nadie te cree.Nunca nadie me creyó cuando dije que alberto me golpeaba.Nunca tuve marcas—ella hablaba tranquila, su mirada estaba fija en un punto inexistente—Eso es lo que más me duele de Alberto. Nunca deja huellas—comenzó a llorar. Yo la abracé, mojándome parte de la campera que llevaba. Intenté tranquilizarla

—Te prometo que haré que pague por todo lo que te hizo. Aunque sea lo último que haga

—Sergio yo lo único que quiero es desaparecer.—dijo mirándome a los ojos—Yo... yo soy solo tuya. Jamás podría haber besado a otro hombre, yo...

—Cariño. Jamás dudaría de ti. Grábatelo—tomé su cara y besé su frente. Volví a abrazarla, mojándome aún más. Terminé de bañarla y con cuidado la vestí, poniéndole un pijama de seda que estaba guardado en un cajón de la enorme habitación del alcande.

—quién tiene un pijama de bibliotecario ahora eh?? —bromeé. Ambos reimos

La casa de papel 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora