Capitulo 20 - Previo

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Daniel POV.

Estoy de pie frente al espejo cuando la puerta se abre.

-¿Sigues ahí? –Me pregunta mientras entra a la habitación.

Me limito a seguir mirándome, y suspiro.

-Siéntate un rato –me dice-. O acuéstate.

"Tienes la botella intacta. Bébela, te ayudará.

-No quiero arrugar el traje –le digo-. O mancharlo. Y el refresco tiene mucho gas, me inflamará y el pantalón me quedará ajustado.

Lo veo sonreír a través del espejo.

-Solo espera un poco más –me dice-. Ya falta menos.

-Me están consumiendo los nervios –exclamo.

Él camina hasta mí, colocándose a mis espaldas.

-Ven acá –me dice, y me obliga a dar media vuelta.

Envuelve mi cuerpo con sus brazos, y le devuelvo el gesto.

Se siente bien.

Realmente lo necesitaba.

-Estás helado –me dice-. Trata de relajarte, respira, déjalo fluir. Necesitas recuperar color en el rostro. O tendré que hablarle a la maquillista.

-Lo estoy intentando, David –mascullo-. De verdad lo intento. Pero estoy concentrándome en no vomitar.

Se aparta de mí y me mira a los ojos, sonriendo.

-No has comido nada desde anoche, no creo que puedas vomitar algo.

-Me comí las galletas –replico.

-Te comiste media galleta y escupiste el resto en la servilleta. Lo vi.

Sonrío.

-¿Cómo lo hiciste tú? –le pregunto-. ¿Estabas nervioso? ¿Cómo lo controlaste?

-Estaba nervioso, si –admite-. Pero estaba feliz. Así que mi felicidad me hizo disfrutarlo todo. Incluso los nervios los disfruté.

"A diferencia de a ti. ¿A caso no eres feliz, hermano?

-Soy extremadamente feliz –admito-. Pero no puedo dejar de pensar... en todo.

-¿En todo? –inquiere-. ¿Tienes... dudas sobre algo? Está bien tener dudas...

-No –lo interrumpo-. No es por eso. No tengo dudas sobre lo que voy a hacer. Es más como... pequeños detalles.

"Pienso mucho en no caerme de camino al altar. O en que no olvide los votos. O en el clima exterior. O los invitados, el servicio...

Tengo que obligarme a respirar para que no comience a entrar la ansiedad en mí nuevamente.

Pero mi cerebro comienza a maquinarlo todo otra vez.

Y de pronto siento un golpe en la mejilla, y un ligero ardor segundos después.

-¡David! –exclamo, desconcertado.

Pero el me mira fijamente, con su mano en el aire.

Ni un poco arrepentido de la bofetada que acaba de darme.

-Contrólate –me dice-. O el próximo no será con la mano abierta.

Me quedo anonadado, mirándolo fijamente, con una mano sobre la mejilla.

A pesar de que David y yo tenemos la misma edad, con diferencia de minutos, él siempre me ha recordado a papá.

Tanto por su actitud protectora, como por sus expresiones faciales.

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