Hay muchas cosas que me molestan y una de ellas es no poder controlar lo que pasa a mi alrededor.
Lleva dos semanas ese chico dándome miradas ofensivas, cargadas de odio y no puedo evitar sentir como si alguien me siguiera cuando voy caminando por la calle. Anteriormente lo había sentido, pero no le había dado tanta importancia como le doy ahora.
Mis amigas me miran con cara de preocupación, pues el sujeto, no ha hecho nada para disimularlo. Toda la atención del centro está entre él y yo. Esto no puede seguir así. No sé que habrá hecho mi padre, pero no la puede pagar conmigo.
Estoy sentada en una de las mesas de la cafetería del instituto, hablando con mis amigas y de vez en cuando, el chico me manda miradas. Estoy de espaldas a él, pero una amiga mía, disimuladamente, o eso espero, está observándolo. Lleva diez veces, ¡diez! Esto no puede seguir así.
Cansada de su actitud, me levanto y voy directa hacia el chico, toda las personas que se encuentran en la cafetería, dejan de prestar atención a sus conversaciones y clavan la vista en mí. Genial, justo lo que me encanta, nótese el sarcasmo. Aunque me parece normal que me miren, llevo una cara de mala leche. No soy una persona violenta, pero la gente me conoce por mi sinceridad. Cuando llego junto a él, levanta la cabeza de su plato lentamente, sin saber que está pasando.
— Me gustaría hablar contigo, pero en otro lugar, más privado. - no le dejo contestar y salgo, sabiendo que irá detrás de mí, siempre lo hacen, la gente cuando la encaro, me obedece. Cuando cierro la puerta y veo que no hay nadie detrás de mí, mi cara está roja de la furia, no sé como se atreve a no obedecerme, acaba de dejarme mal, delante de todas esas personas. No puedo dejarlo así, abro la puerta furiosa y lo encaro dando grandes zancadas. Doy una respiración profunda, no iba a hacer un espectáculo, era lo que me faltaba. — Si quieres podemos hablar aquí, sobre el porqué me echas miradas llenas de odio y de rencor. Sobre todo, porque me sigues al acabar el instituto. - le susurro y le guiño divertida. Se me queda mirando con los ojos fríos como el hielo y desde la perspectiva en donde me encuentro no me pasa desapercibido de que es muy guapo, lleva el pelo negro, alborotado, ojos negros intensos, sus cejas son pobladas, sus labios son rellenos y sonrosados, tiene un lunar a la derecha de sus labios. Todo en él irradia: deseo, sensualidad, peligro...
Es el típico chico que vas andando por la calle o por el instituto y la gente se lo queda mirando, no me puedo imaginar, cuantas chicas se habrá llevado a la cama. Eso sí, con la actitud que tiene, ninguna querrá tener algo formal.
No dice nada, se levanta de su sitio y camina haca la puerta, sonrío triunfante, sabía que iba a salir, un chico como él, no iba a dejar que lo avergonzara de esa forma.
Salgo victoriosa, pero al llegar a la puerta, no encuentro a nadie. Borro mi sonrisa. Vuelvo a recordar si salió por la puerta y efectivamente, un cuerpo así, no pasaba desapercibido. Echo una mirada visual y no hay nadie. No me lo puedo creer, ha vuelto a desobedecerme.
Siento como mis uñas se clavan en mi piel, tanto que mis nudillos están blancos, bufo molesta, odio no poder controlar las cosas.
Creo que voy a necesitar hacer el doble de golpear al saco de boxeo. Amo boxear, es algo que me relaja. A mucha gente le relaja la música, los cuadros... lo mío era boxear, no lo parecía pero así era.
Que quiera tener estética no tiene nada que ver con que pueda o no boxear. No me importa romperme varias uñas, para poder relajarme.
Ese chico iba a conocer quien era Anisa Williams.
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El espía de mi padre
Romance- Te dije que no era una buena persona, que no te iba a tratar bien, ¿por qué aún así sigues a mi lado? Me mira entre expectante y curioso. Quiere que le dé una respuesta. Bien, pues se la voy a dar. Le voy a decir lo que realmente siento y pienso...