1. Vacía

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Me permití el lujo de observarle durante unos segundos. Mis labios se curvaron al descubrir que tenía dos pecas más en su mejilla izquierda que en la derecha. Al menos con ese detalle, podía seguir con mi creencia de que nadie es perfecto. Aunque hay personas que pueden rozarla, por mucho que me cueste admitirlo. Pero intenté convencerme a mí misma de que él no era el caso. A pesar de que mi mente en ese momento no lo podía ni imaginar, había cruzado una mirada con alguien que se convertiría en una bomba instalada en mi cabeza.

Y en cualquier momento podía estallar.

Se percató de una mirada furtiva y se giró, al tiempo que yo la bajaba fingiendo estudiar las baldosas del suelo. Hacía mucho que no le veía en el colegio, y la verdad es que había cambiado muchísimo.

El timbre sonó, provocando una alegría que se extendió por toda la clase. La presentación había sido cómo todos los años, larga y pesada. Cogí la mochila prácticamente vacía y salí a buscar a mi hermano para marcharme de aquella cárcel que se hacía llamar escuela.

Por el camino algunas compañeras me hicieron múltiples preguntas sobre las vacaciones, pero las contestaba con monosílabos y asentimientos. Sólo quería salir de ahí y tumbarme en la cama jugando a algún videojuego. Me encontré a mi hermano rodeado de gente que se reía estrepitosamente por algún comentario estúpido que habría hecho. No le faltaba público femenino, aunque tampoco me extrañaba. Todos sus amigos se giraron y comenzaron a soltar risitas cuando llegué al círculo de los populares.

-Lucas, tenemos que irnos.

Dedicó al grupo una increíble sonrisa que provocó suspiros, y por fin nos fuimos de allí. Por el camino, sólo miraba el móvil y se reía solo de vez en cuando. Yo recorría las calles automáticamente, tenía 16 años de práctica. Ya no me caía en la grieta en el paso de cebra y hacía el ridículo delante de media ciudad. "Al menos haces algo bien" me dije sarcástica.

-Oye Anne, Marcos me ha dicho que estás cambiada. Puede que quiera algo contigo... - me dijo mi hermano con cara vacilona.

Marcos era el mejor amigo de mi hermano desde que eran pequeños, ha estado más en mi casa que yo misma. Tenía mucha confianza con él y siempre nos habíamos llevado muy bien. Lucas me decía hace años que le gustaba, pero nunca podría pasar nada, porque era como de mi familia, sería extraño estar con él. Y además era un año mayor que yo, que aunque fuera poco, estaba en una etapa diferente a la mía.

Bueno, a la que se supone que debería ser la mía. Maquillaje, fiestas y chicos. Había algo en mí que no estaba bien, porque nunca me interesaba nada de lo que mis amigas se volvían locas. Ellas veían el mundo de color de rosa, me contaban sus primeros amores, experiencias... Y yo sólo podía escuchar porque nunca había sentido nada por alguien, ni pensaba hacerlo. A nuestra edad me parecía que enamorarse te distraía y no servía para nada, aparte de que el concepto de "amar" lo confundían con "gustar". Y no tiene nada que ver.

-Sabes que no, no seas pesado -le contesté inexpresiva.

-Si sigues siendo así de fría con todo el mundo, te quedarás sola. Tienes que intentar sociabilizar un poco, abrirte a los demás.

-No soy fría, simplemente paso de las personas que sé que nunca van a formar parte importante de mi vida.

Mis creencias eran así, ¿para qué molestarse en ser amable con las personas que no te aportan nada? Te ahorras el teatro y los silencios incómodos.

-Así no conocerás a gente nueva, te encierras en una burbuja de comodidad y no sales de ella para intentar hacer algo más interesante tu aburrida vida.

-Ni pienso hacerlo. Estoy muy a gusto en mi burbuja.

Suspiró y dio la charla por terminada. No era mi culpa no ser cómo él, el prototipo de chico ideal. La gente se pregunta si realmente es mi hermano, porque no nos parecemos en nada. Él, rubio; alto; ojos del azul más claro que puedes imaginar. Yo, castaña; ojos grises apagados y tirando a baja.

Pero aunque hubiese tenido su físico, seguiría sin parecerme en lo más mínimo. Su personalidad es sociable, burlona e irresponsable. Tampoco es que yo sea aburrida, pero me había visto eclipsada por Lucas desde que era pequeña. Él hacía todo bien y estaba siempre rodeado de gente en el recreo, que quería imitarle. Yo en la otra esquina del patio, con las únicas chicas que no corrían detrás de él como idiotas. Con las que son mis mejores amigas ahora mismo.

Con el tiempo, acepté que nunca sería como mi hermano y dejé de preocuparme por lo que los demás pensaran de mí. Yo tenía mi vida; mi casa, mis amigas y mis videojuegos. Y si a la gente le molesta cómo soy, que no entre en mi burbuja y hecho. Si entra, que se prepare, porque en lo único en lo que me parezco a mi hermano es en ser violenta. Hace unos años tuve un problema con una compañera, y le rompí el brazo (no quise hacerle tanto daño, pero no me contuve). Desde entonces me tienen respeto y así evito malas relaciones.

Pero, la verdad es que hacía tiempo que me sentía vacía. Me lo pasaba bien, hacía lo que quería cuando quería, pero... Me faltaba una chispa de vitalidad, algo por lo que sonreír cuando el mundo se te viene encima. Supongo que esas cosas no estaban hechas para mí.

Subimos al portal e introduje la molida llave en la cerradura. Entramos a casa y nuestro padre vino a saludarnos, siempre con abrazos y besos. Demasiados, para una persona cómo yo, que no le gusta mucho el contacto físico. Pero nunca le decía nada, no quería herirle. Una cabeza rubia platino se asomó del otro lado de la habitación. Nos sonrió y se apoyó en el hombro de mi padre. Sin poder contenerme, me fui a mi cuarto inmediatamente.

Ella me caía realmente bien, por eso mismo no debía encariñarme. En un par de meses estaría con otra mujer, se había vuelto rutina. Parecía que no sabía lo que era ser fiel a alguien, pero bueno, nunca lo había sabido.

Mi padre, un hombre de 37 años que me tuvo muy joven, era guapísimo. De algún lado tenía que haber sacado Lucas su físico, y aunque yo no me lo creía, la gente me decía que yo también me parecía a él. Sin estudios, se había ganado la vida posando para pequeñas empresas de colonias o saliendo en algunos anuncios de ropa interior. Básicamente, era modelo. Todas las madres, cuando éramos pequeños y venía a buscarnos al colegio, se morían por estar con él. Y además soltero, o casi.

Digo casi porque cambiaba más de novia que de calzoncillos. Cuando Henry tenía 15 años, se enamoró perdidamente de mi madre. A los 18 se casaron ignorando a la gente que les decía que eran muy jóvenes, ellos se amaban. En la edad de 20, mi madre tuvo a mi hermano. Eran muy felices y su vida era perfecta. Pero la perfección no existe. Mi padre no pudo contenerse y engañó a mi madre. Ella se enfadó muchísimo, pero le perdonó porque estaba muy arrepentido, y porque se había quedado embarazada de mí, Anne. Nací en un día lluvioso de enero, cuando la pareja tenía apenas 21. Las semanas siguientes todo volvió a la normalidad, eran felices de nuevo. Hasta que mi padre volvió a caer en la tentación de la infidelidad. Esta vez ella no lo perdonó, y le dijo que cómo él siempre estaba con mujeres, ella también hacía tiempo que se veía con alguien que la respetaba y la quería (solo a ella...). Se fue con el otro hombre y nos dejó con mi padre, porque no quería nada que tuviera su sangre. Mi padre se mudó muy lejos y comenzó una nueva vida como padre soltero e intentando volver a encontrar el amor. Pero al cabo del tiempo se rindió, e iba alternando de mujeres, porque las tenía a todas rendidas a sus pies.

Según él, cuando encontrase a la indicada, sentaría la cabeza de una vez por todas. Mientras tanto, iba probando a todas las modelos que encontraba en sus pequeños trabajos. Con la que estaba ahora la conoció en el estreno de una nueva marca de ropa. Llevaban 2 semanas y ella venía de vez en cuando a casa. Tenía como poco 5 años menos que él, y era un cielo. Yo sabía que esa relación duraría poco y procuraba no hablar mucho con ella, para no acostumbrarme.

Encendí el ordenador y empecé a jugar a un nuevo videojuego, para olvidarme de todo.

Sin darme cuenta, se hizo tarde y me dormí profundamente encima del teclado. Sin soñar con nada, como solía ser.

No tenía nada por lo que hacerlo.

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