8. Piano

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Blanca:

Siempre me quedaba la última recogiendo los libros. Ya ni lo pensaba, simplemente había aceptado el hecho de que me tomaba la vida con calma, y por ello llegaba tarde a todos los sitios.

Con un suspiro de resignación, colgué la mochila en mi hombro y me encaminé a la salida. Cuando iba a atravesar de puerta de clase, un cuerpo se interpuso sobresaltándome.

-Ey Blanca, no sabía si habías salido ya o no. Me iba a ir a clase de piano pero he pensado, ¿y si me llevo a Blanca? No tendrías que hacer nada, sólo mirar un poco cómo funcionan las clases y conocer al profesor, que es un genio. Estoy seguro de que le encantará tu voz, si quieres venir, claro.

En ese momento, entre la sudadera roja de Marcos y mis mejillas no había ninguna diferencia. ÉL me estaba ofreciendo a MI de acompañarlo a una actividad suya. Estaríamos prácticamente solos, a excepción del profesor, con tan sólo la música de por medio.

-Eh...Yo...Me encantaría ir, pero no sé si voy a cumplir tus expectativas. Me da miedo hacer el ridículo- me sinceré con la mirada gacha y jugando con la manga del jersey.

-No lo harás, hazme caso.

La sonrisa de Marcos era amplia y contagiosa, a la que irremediablemente correspondí rápidamente.

-Está bien, iré para ver, pero no cantaré- dije más animada, pero igual de roja que antes.

-Como prefieras, lo importante es que estés cómoda y que vayas cogiendo confianza- respondió Marcos afable mientras empezábamos a andar.

Los dos se nos alejamos por el pasillo charlando tranquilamente, y si cualquiera nos hubiera visto, la palabra "pareja" hubiera sido lo primero que todos pensarían.

Porque encajábamos a la perfección, o eso parecía.

Sólo faltaba que él se lo creyera.

*********

Un escalofrío recorrió mi columna. Cada vez que Marcos tocaba una puta tecla, era imposible no hacerlo. Estaba completamente hipnotizada por su talento y dedicación, por cómo conseguía erizar cada vello de mi cuerpo.

Simplemente, no podía apartar los ojos de él. Por su tez morena, fruto del atletismo que practicaba, por su mandíbula marcada, por su pelo de aspecto desenfrenado... Todo cuanto hacía estaba bien ante mis ojos.

Aquel día, el profesor no se había presentado. Mejor para mi, pensé para mis adentros.

Marcos terminó la canción que había estado tocando, Nuvole Bianche, un clásico de Ludovico Einaudi, y me miró sonriendo. Como no, mis mejillas estaban sonrosadas y mi boca entreabierta, a lo que él respondió con una suave carcajada.

-¿Sabes tocar el piano?

-No, sólo toco la guitarra. Me enseñó mi madre cuando era pequeña.

Recordé aquellas tardes de domingo cuando aún no sabía lo que era estudiar, sólo tocando. Ahora tenía muchas responsabilidades y ya no podía hacerlo, pero a pesar de todo algunas veces mi madre y yo aún tocabábamos juntas a dúo, y me encantaba. La voz rasgada de mi madre combinada con la mía más dulce, eran un dueto impresionante. Era la única persona con la que no me daba miedo cantar.

-Enséñame lo que sabes hacer- me dijo Marcos guiñándome un ojo y pasándome una guitarra de madera.

Mi mente sucia se activó dejando paso a el rojo más intenso que mi cara había experimentado jamás. Marcos se dió cuenta, y movió la cabeza de un lado a otro mientras se reía.

Cogí la guitarra casi temblando y la coloqué sobre mi regazo. Toqué un poco las cuerdas, y la afiné meticulosamente. Marcos observaba con admiración cómo con movía mis manos sobre ella, la exactitud con la que mis dedos trabajaban.

La indecisión y la vergüenza dejaron mi cuerpo y centré toda mi atención en la guitarra que iba a utilizar.

-Eh... ¿Qué canción toco?

-La que tú quieras, no importa. Sonará bien de todas maneras- dijo Marcos para motivarme, a lo que respondí con una tímida sonrisa.

Los primeros acordes de Imagination de Shawn Mendes empezaron a sonar, y descubrí con sorpresa que Marcos la estaba tarareando. Me sonaba que le gustaba otro tipo de música, por lo que me extrañó bastante. Entonces recordé que el año pasado su hermana pequeña subió una foto en el concierto de Shawn, quizás la conociera por eso.

-Oh there she goes again... -empezó él esperando que me uniera.

Le miré con los ojos muy abiertos, pero no dejé de tocar. No quería cantar.

Marcos seguía cantando, tampoco es que fuera nada espectacular, pero tenía un matiz bonito. Y no sé si él pensaba que yo me animaría, porque no iba a pasar.

Me hizo un gesto con la mano indicando que cantara, a lo que me sonrojé y ladeé la cabeza, no era capaz. Él subió el tono y se acercó más a mí, presionándome. Su cercanía me gustaba, pero no iba a conseguir lo que él buscaba.

Volví a negar y mis dedos pararon.

-No quiero cantar. Aún no me siento cómoda y me da mucha vergüenza ¿Me entiendes, no?- mi semblante era serio, pero sin llegar a ser duro.

Marcos esta vez fue quién se coloreó de rojo, y se apresuró a disculparse.

-Perdona, soy idiota. No debería haberte incitado a hacer algo que tú no quisieras. A veces soy un bastante pesado, la verdad.

Agachó la cabeza y el pelo le cubrió los ojos. Para mí, aquella fue la definición de ternura, y mi rostro volvió a tornarse vulnerable.

-¡N-no tienes que disculparte! Simplemente me da miedo actuar delante de otras personas, es todo. Algún día espero poder hacerlo.

-Lo serás, estoy seguro. Por ahora podría enseñarte a tocar el piano, si quieres.

Reflexioné unos segundos. Me gustaba Marcos, por lo que cuanto más tiempo pasara con él más posibilidades de que ocurriera algo.

Es imposible, pero por intentarlo... pensé.

-Me parece muy complicado, pero me encantaría aprender.

Sonreí levemente y él asintió contento. Nos sentamos los dos en la banqueta, y ahí empezaron las clases.

Que, durante aquel curso, fueron de mucho más que de piano.

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