2. Queso

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Ese día llegué tarde al colegio. No me dio tiempo a nada, y desayuné un par de magdalenas en el bus. Al llegar corrí como nunca, pero no fue suficiente. Me pusieron retraso, pero tampoco es que me importara mucho.

Me senté en el fondo de la clase para seguramente pasarme toda la mañana escribiendo en un cuaderno. A pesar de que pueda parecer que no soy expresiva, me gusta liberarme de todo lo que pasa por mi cabeza escribiéndolo en cualquier hoja. Todo lo que siento, lo que veo... Me ayuda a no hundirme en la realidad, prefiero vivir en mi burbuja de imaginación que en este mundo real.

Pero esa mañana no escribí. Cuando me dispuse a empezar, llegó alguien más tarde que yo, y eso era raro. Se disculpó y el profesor lo mandó a última fila, al lado mía.

Era el chico del otro día, el que hacía tiempo que no veía. Se sentó precipitadamente en la silla y sacó sus libros. Miró a su alrededor, y se encontró con mi mirada. La sostuvo un tiempo y se giró para tomar apuntes. Sus ojos verdes oscuro retumbaron en mi mente, los aparté rápidamente. Él se fue con 14 años, al extranjero. Pasó dos años en Francia, en un internado.

Probablemente cuando se marchó estaba contenta. Otra persona estúpida con la que no estar. Era un flipado como todos, y a pesar de que nunca hablé con él, lo sabía. Era el típico que iba con el grupito de los populares, pero nunca llegó a sentirse integrado. Lo veía de lejos por los pasillos y ni me importaba quién era. Pero, me daba la sensación que había madurado. Igual no era así y yo estaba sacando mis propias conclusiones erróneas, pero mi intuición solía acertar. Además de parecer menos idiota, a nivel físico también había cambiado.

Sus ojos siempre habían tenido aquella capacidad de hipnotizar, pero yo no me había parado a mirarlos. Le habían aparecido algunas pecas por las mejillas, que resaltaban con su piel pálida. El pelo ahora lo tenía un poco más rizado que antes, y se le había aclarado hasta parecer castaño. Estaba... más atractivo que antes. Bastante más. Pero a mí todo eso me daba igual, así que me giré ignorando mis ganas de observarlo más detenidamente.

Pero, no duró menos de un minuto. Sí, esa mañana no escribí. Para escribir hay que mirar a un papel, y yo no podía hacerlo. Estaba ocupada estudiando aquella casi perfección que tenía a menos de un metro.

*********

Fueron sólo unas horas. En el patio me pregunté a mi misma por qué me había hechizado de aquella manera ese chico del ni siquiera recordaba el nombre. No lo pensé más y llegué a la conclusión de que era simple curiosidad. A lo largo del tiempo vería si valía la pena dejarlo entrar en mi vida o si era como todos los demás.

En el recreo, cada grupo tenía su mesa. Si te sentabas en otra, posiblemente todos se volverían contra ti. Era así desde hace un año, cuando nos reunimos todos en el centro del patio para decidir de quien iba a ser cada sitio. Fui a "nuestra" mesa con los macarrones de los martes, deseando sentarme para disfrutar de la única comida buena semanal.

-Te han puesto mucho más queso que a mí, siempre pasa lo mismo- protestó Blanca lanzando una indirecta para que le intercambiara el plato.

-Sigue soñando pecosa.

Fingió enfadarse y me dio la espalda, para enseguida volverse a girar. Siempre hacía lo mismo. Las demás rieron y comenzaron a hablar de cómo había cambiado la gente en el verano. Si cualquiera nos hubiera visto desde fuera, habría visto la típica pandilla adolescente. Pero éramos todo menos normales. Cuatro chicas muy diferentes, en todos los aspectos, con distintas aspiraciones en la vida. Compartiendo una amistad sin barreras, sin importar lo que la gente diga. Siempre íbamos a ser así, y nada nunca nos iba a separar. O eso creía yo, al menos.

-Sí, y el chico ese que se fue a Francia...

Todos mis sentidos se centraron en esa conversación.

-¿Qué pasa con él? – pregunté.

-Pues... La adolescencia le ha sentado genial. ¿Has visto cómo está? – comentó Cristina buscándole con la mirada.

Apareció ante la mirada crítica de todos, en medio el patio. Parecía perdido, no sabía con quién estar ni donde sentarse. Avanzó hasta situarse en la mesa del grupo de Lucas, que aún estaba vacía. Nadie le avisó que esa mesa estaba reservada, y se sentó solo. En ese momento, mi hermano y sus amigos salieron del comedor para sentarse, y le vieron. Se acercaron al chico mirándole de arriba a abajo.

-Vaya, parece que alguien nos ha robado la mesa. ¿Qué pretendes, enano?

Marcos era el único que no reía. Todos los demás parecían muy divertidos con la situación, pero él miraba a Lucas con resignación. "Siempre metiéndose en líos", parecía pensando.

-Yo... No sé de qué me estás hablando. Esta mesa no es tuya.

Él se sorprendió. Nunca nadie le había plantado cara de esa manera.

- ¿Te crees muy gracioso? – le dijo Daniel, otro imbécil.

-No. Sólo digo la verdad. – dijo desconcertado.

-Como no te apartes en menos de 10 segundos te vas...

-Lucas, se fue a Francia hace 2 años. No sabe lo de las mesas, relájate. Además, joder, ni que fueran tuyas.

Alguien intervino, todos se giraron para mirarla. Quise hacerlo, pero me di cuenta de que era yo quién había hablado. No sé ni porqué lo hice, nunca me solía meter en este tipo de cosas.

Lucas me miró, y después al chico, formando una sonrisa burlona.

-Está bien hermanita, pero dile a tu amigo que se vaya de nuestra mesa.

El aludido se levantó inmediatamente y se sentó en otra mesa sin dueño, nuevamente solo.

Me giré para continuar con la conversación con mis amigas, pero estas estaban en shock completo. Sus ojos estaban abiertos de par en par, y posados sobre mí.

- ¿Qué ocurre? Parecéis un poco tontas así.

Ellas seguían igual, me estaban empezando a dar miedo.

-Acabas... De hablar a tu hermano delante de todo el colegio.

-Ya, ¿Y qué pasa?

-Que jamás te habías metido en una pelea, te suele dar igual que Lucas se meta con alguien. – explicó Bea.

La verdad es que tenía razón. Si las personas no estaban en mi burbuja, nunca me importaba. Pero al verlo indefenso, mi boca lo soltó sin más, no lo pensé. Yo era una persona calculadora que siempre reflexionaba antes de hablar, no lo entendía.

-Y es así, pero esos idiotas siempre se pegan con gente que no lo merece. Y esta vez el chico no sabía nada de las mesas.

Ellas no parecieron muy convencidas, pero lo dejaron estar. Siguieron hablando de la gente, e intenté unirme a la conversación. Pero sentía algo en la espalda, y al girarme, unos ojos verdes se clavaron sobre mí.

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