II

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Todo comenzó en un orfanato,
en una casa grandísima (no era tan grande, pero para un niño de tan sólo 3 años hasta un pequeño gato logra verse como un tigre feroz), de 4 plantas. En la primer planta estaba la recepción, donde recibían a los nuevos niños, a las familias con el deseo de adoptar. En los demás espacios eran salas de espera junto con 3 baños para esas personas, etc. En la segunda planta estaba la sala de juegos (caballitos de madera, hojas con crayones, puzzles, rompecabezas, juguetes de superhéroes, muñecas, entre otros), luego había una doble puerta con cristales cuadrados en la parte superior a una poca distancia de la manija, las cuales te permitían el acceso al comedor, un lugar con dos grandes rectangulares mesas que se extendían por toda la sala y a sus costados largos bancos del mismo material, madera. Lo que dividía al comedor de la cocina era una puerta de roble claro (además de la pared, claro). En la tercer planta estaba un largo pasillo que te dirigía en un principio, al cuarto de la limpieza, en frente suyo estaba un cuarto repleto de cajas que contenían donaciones de personas del exterior, luego, el dormitorio de los más pequeños, los bebés. Para pasar debías hacerlo por la puerta aunque también podías mirar a través de la gran ventana que había entre el pasillo y ese cuarto, adelante de ese espacio estaba el de los pequeños de 1 a 6 años. Al final del pasillo estaba la habitación de los niños de 7 a 10 años y en frente el de las chicas que se encargaban de nuestros cuidados, nuestros alimentos, etc. Todos los dormitorios tenían las grandes ventanas, excepto el de las mujeres a cargo de los niños. En la última planta estaban los baños de los niños y las niñas, y unos 3 cuartos más que nunca supe qué tenían.
En fin, yo ingresé a ese lugar a los 3 años y medio, aparentemente porque mis padres me habían dejado allí diciendo que no podían hacerse cargo de mí, que no tenían los requisitos necesarios para darme una buena vida.
Recuerdo perfectamente que una chica sumamente amable me había sujetado de la mano apenas me vio y que me llevó a recorrer todo el lugar hablándome con un tono dulce, haciéndome sentir menos asustado de lo que me encontraba.
Después del corto recorrido me dejó en mi dormitorio correspondiente, me indicó mi cama y dejó una linda remera, short y medias sobre mi mesita de luz.

—En un rato sonará un timbre, ese timbre te avisará que ya será hora de almorzar —explicaba acariciando mi mano—. Durante este tiempo puedes ir a jugar a los juegos, sentarte en el comedor, caminar por el lugar o quedarte aquí, pero no puedes bajar al primer piso, está prohibido, ¿Sí?

Me había limitado a asentir como respuesta, después ella me sonrió y se marchó dejando la puerta abierta.
Me subí sobre la cama y me quedé sentado observando el lugar.
Las camas estaban ordenadas de manera horizontal una al lado de la otra separadas por las mesitas de luz de cada niño, en el centro de la habitación no había nada, solo un espacio por donde caminar. Habían un total de 24 camas en esa habitación (12 en cada lado), y un total de 47 niños en todo el orfanato, aproximadamente.
En ese momento solamente estaba yo en el dormitorio y unos dos o tres niños durmiendo. Pero al transcurrir 5 minutos ingresó un niño castaño, de piel pálida y unos grandes ojos avellana.
Apenas me vio sonrió, y se acercó hasta mí dando zancos.

—Hola —saludó con su bonita voz.

—Hola.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—¿Eres nuevo, no?

—Sí.

—¿Puedo sentarme aquí? —apuntó al lugar a mi lado en la cama.

—Sí —una vez que se sentó habló nuevamente.

—¿Cómo te llamas?

—Erick.

—Tienes unos lindos ojos, Erick.

—Gracias.

—De nada. Yo soy Christopher.

—Hola, Christopher.

—Díme Chris. ¿Quiéres ir a jugar?

—... no, gracias.

—¿Te da vergüenza?

—No, es que, no conozco este lugar.

—Entiendo. ¿Quiéres jugar aquí?

—No estoy seguro.

—Entonces quieres estar solo un momento. Bien, no hay problema —dijo tranquilo bajando de la cama—. Si necesitas algo buscas a una de las chicas altas o si quieres jugar puedes bajar y buscarme en el comedor, voy a estar allí —avisó—. Nos vemos.

—Adiós.

Un rato después, decidí bajar.
Llegué al comedor tímido y aún confundido por no conocer el motivo del por qué de estar allí, pero cuando vi a Christopher esperándome notablemente emocionado fue como si me hubiera hecho entender que todo iba a estar bien,
y tenía razón.

Pensando En Ti || ChriserickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora