Prólogo

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Nunca en toda la historia del continente había ocurrido algo similar en una boda real.

El sol del desierto ya brillaba fuertemente sobre la capilla de la Diosa mientras el silencio ahogaba a los presentes como una soga en sus cuellos. Las miradas impacientes se intercambiaban de un lado a otro sin la valentía de articular una palabra sin embargo la duda estaba allí, plantada como una semilla negra en los corazones de los miembros de la corte, los invitados reales y los testigos mientras observaban el altar vacío.

«¡¿dónde estaba el rey?!»

La princesa sujetó el ramo de flores con fuerza entre sus manos, esperando que nadie notara la mueca que articulara debajo del velo y se mantuvo firme, como su deber le obligaba.

Al otro lado de la ciudad, detrás del castillo, los ecos lejanos de las pisadas fugitivas se oían en el infinito pasillo de la última torre. Pasos apresurados, jadeos exhaustos y suspiros ansiosos que nadie más podía oír hacían eco en las paredes de colores. Nadie era testigo de las manos entrelazadas, ni de los galopantes corazones que latían desbocados uno junto al otro, tampoco de las coronas de oro y obsidiana que refulgían ante las escasas luces del ocaso.

—Pesada es la cabeza que lleva la corona —una voz susurró entre los muros de piedra y entonces una sonrisa apareció del otro lado seguida por el estruendo de una de las coronas retumbando contra el suelo cuando una sombra se abalanzó sobre la otra, uniendo sus labios con avidez, ansias y amor.

Si se oía con el corazón podía escucharse el sonido de un interminable beso reverberar por todo el castillo, todo el desierto, todo el continente...

Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora