XIII

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Todo el castillo dormía y no había una voz al rededor cuando Lucaro Eresfort atizó un mandoble hacía su oponente y con sus rápidos reflejos felinos Kerel se agachó, empujando con su pie los tobillos del príncipe que trastabilló y perdió el equilibrio apresurándose a poner una mano sobre el suelo y girar sobre su espalda contra la nieve hasta volver a ponerse de pie.

Ese día las lecciones con el príncipe Castian habían sido especialmente cortas y aunque eso debía de aliviarlo, por alguna razón pasó el día entero buscando algo que hacer sin encontrar nada en lo absoluto.

«¿Cómo solía pasar el tiempo antes?»

Quizás se había acostumbrado a que Castian Nox lo fastidiara, pensó mientras soltaba un resoplido cuando Kerel le alcanzaba las costillas con un fuerte codazo.

No había vuelto a hablar con Aleister desde su última discusión y no es como si Lucaro no estuviese ya acostumbrado a que el rey lo reprendiera por sus salidas del castillo pero al regresar del incidente de la avalancha el rey había estado especialmente taciturno, tanto que ni siquiera le había dado un castigo.

«Está enfermo» era lo único que el príncipe se repetía en su cabeza, estudiándolo de pies a cabeza como si pudiese ver a través de las exuberantes telas que lo cubrían.

¿Tenía llagas en la piel? ¿sufría de falta de sueño? ¿sangraba por la boca como su madre? Las preguntas no dejaban de aparecer en su cabeza mientras observaba a su implacable hermano perfectamente recto en el monstruoso trono y viéndolo allí, como una estatua viviente, le resultó imposible de imaginar.

Kerel sujetó su antebrazo e intentó torcer su muñeca para que soltara la espada pero Lucaro le dio un cabezazo que lo hizo retroceder por lo que aprovechó esa ventana para lanzarle un puñetazo que esquivó por muy poco.

—Demasiado lento —Kerel se burló en un murmullo cuando utilizó la base del puente de piedra para impulsarse hacia adelante y empujó a Lucaro con fuerza.

El respondió girando sobre sus talones y estrellando su pie en el estómago de su compañero de entrenamiento.

—Demasiado ruidoso —respondió, volviéndose un momento sobre su hombro para confirmar que las luces de las habitaciones reales continuaban apagadas.

Lucaro no entendía que podía haber pasado por la cabeza de Aleister para haber confesado su secreto a un extranjero en lugar de su propia familia. En lugar de su hermano.

¿Es por eso que había aceptado una alianza con Talaquia? ¿estaba Castian Nox extorsionando a su hermano?

«No. Así no es Castian» se convenció rápidamente y después se detuvo en seco, procesando sus ideas.

¿Qué demonios sabía él como era Castian? Hacía dos semanas atrás ni siquiera lo conocía y la primera vez que lo había visto le había parecido un pretencioso y llamativo peligro potencial.

Claro que después se había dado cuenta que no era pretencioso, ni siquiera un poco engreído de hecho era tan patéticamente humilde que no podía evitar molestarlo, y tampoco presentaba ningún peligro, desarmado y solo como había aparecido.

Entonces recordó al príncipe talaquí rodeado de valmerios. Valmerios sonrientes, felices y deseosos de verlo de cerca, de tocarlo como si fuese una especie de deidad. Así es como el pueblo de Valmeria veía a Castian Nox, como una exótica gema; el rey por su parte lo veía como un aliado potencial y los soldados como un líder demasiado ingenuo. Sin embargo Lucaro lo veía como... ¿cómo?

Un puñetazo se estrelló en su mandíbula y lo hizo caer al suelo, enterrando su trasero en la nieve. Gruñó.

—No es divertido si estás distraído —Kerel se quejó, soltando su espada y arrojándose cerca de él.

Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora