VII

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El príncipe Castian Nox tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para que su cuerpo no temblara en incontrolables espasmos. Había oído leyendas y cuentos sobre el frío de Valmeria pero en cuanto la arena roja se volvió blanca y el sol se ocultó detrás de un infinito cielo gris, su propio cuerpo pareció volverse completamente vulnerable al abrazador congelamiento del aire, incluso cuando llevaba las prendas más gruesas que había podido encontrar.

Tenía jaqueca de tanto apretar los dientes para que no le castañearan como maracas de carnaval, e incluso la silla en la que estaba sentado era lo suficientemente fría como para que se sintiera como un millar de agujas contra su espalda mientras los ojos del rey, igual de helados, le escrutaban desde el otro lado de la mesa.

Castian se había informado sobre la familia real y había prestado especial atención en el príncipe del hielo, que esperaba se convirtiera en parte de su familia muy pronto. Aún así se había dejado llevar por la ira y la desesperación al tratar con el hombre que había rechazado a su hermana y al mismo tiempo condenado a su reino pero eso nadie lo sabía, solo él, que a ojos de los valmerios debía de parecer un caprichoso niño rico con falta de modales.

Aunque había sido informado del temperamento de Lucaro y la reputación que lo precedía él mismo no se había comportado como un príncipe ni mucho menos como un gobernante y su congénere norteño no había sido mejor, pero para entonces lo que más le pesaba a Castian era saber que tenía que disculparse con Lucaro Eresfort.

La idea le supo tan agria en la garganta que se decidió por el rey en su lugar.

—He sido muy descortés cuando has tenido la amabilidad de aceptarme como invitado, me disculpo —dijo.

—No me has ofendido —el rey Aleister Eresfort espetó, con sus manos enguantadas cruzadas frente a él y a Castian le pareció que la sombra de una sonrisa asomaba por sus labios —. De hecho es la primera vez que un un heredero se presenta en la corte de Valmeria sin un enfrentamiento previo así que es un honor tenerte aquí, Castian.

Era verdad. En toda la historia de Valmeria los parlamentos se realizaban después de las confrontaciones bélicas. Castian podía recordar a su padre despotricar al respecto sobre como el tirano rey Aella Eresfort amenazaba con destruir la frágil paz del continente durante cada día de su reinado, pero en su mente sabía que el rey Victor temía por Talaquia y una posible invasión valmeria aunque nunca lo hubiese dicho en voz alta.

De todas formas el príncipe no se creía afortunado por ser el primer invitado pacífico en la corte del hielo, en su lugar la curiosidad y la desconfianza era lo único que le agitaba el corazón, sobre todo cuando había llegado sin guardaespaldas que le protegieran, intentando lucir todavía más amigable con el rey.

«Quizás Phillip tenía razón» pensó recordando como su consejero lo había acusado de incauto al verlo partir solo.

—Gracias, el honor es mío —se limitó a decir formando una nube de vapor con su aliento, sin despegar los ojos del rey que de monstruo no tenía nada.

El aspecto de los Eresfort no era un secreto y por todo el continente se conocía la belleza de la familia regente de Valmeria que era propia de   su sangre de tierras inhóspitas, antes que desenbarcaran en el Continente. Sin embargo tanto se hablaba del rey mago, el monstruo deforme, que cuando Castian tuvo en frente al hombre de pálida tez y largos cabellos de plata no pudo evitar sentirse avergonzado por haberse dejado seducir por palabrerías sin fundamentos. Aleister era elegante, educado y, como cualquier otro Eresfort de la historia y las canciones, hermoso.

El rey arqueó una ceja inquisidor y el príncipe despejó sus pensamientos.

—Talaquia es famosa en el continente por sus alianzas con los reinos vecinos —Aleister dijo observando al príncipe como si pudiera percibir el frío palpitar dentro de su cuerpo —. Aunque el rey Victor nunca ha sido fanático de Valmeria.

Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora