Las noches en el castillo de hielo eran especialmente oscuras para el príncipe Lucaro, que dentro de su habitación se removía atrapado en sus sangrientas pesadillas intentando escapar de las batallas interminables que orquestaba en su mente. Milhía, Galea, Virex, no importaba el enemigo porque todas las guerras eran iguales; los gritos agónicos y las súplicas de los soldados caídos, los huecos de las flechas entre su piel y la pegajosa sangre se le derramaba caliente por el pecho y el estómago.
¿Realmente así había sido? Se preguntaba mientras observaba el desconcertante escenario preguntándose que había pasado con la gloria, la adrenalina y el heroísmo que recordaba de sus triunfos. Nada en aquella oscuridad se parecía a lo que había en su memoria, pero aún así no pudo escapar de aquel negro espiral que lo arrastraba más y más profundo como una incontenible gravedad.
—¡Arriba, príncipe azul, hora de tus lecciones! —la enérgica voz hizo que los ojos del príncipe se abrieran de par en par en su cama, solamente pare encontrarse con una explosión de colores frente a él.
La violenta combinación de púrpura, anaranjado y verde en las gemas del talaquí resaltaba demasiado entre los grises y azules de la habitación haciendo que el príncipe se obligara a parpadear un par de veces, aturdido.
«Cuántos colores» pensó, viendo a través de sus ojos cansados al forastero que se había colado en sus aposentos deliberadamente y de repente había olvidado completamente lo que estaba soñando.
—Es demasiado temprano para esto —Lucaro gruñó.
—¿Qué cosa? —Castian preguntó, todavía con demasiado optimismo para la temprana hora del día.
—Verte la cara — respondió, cubriéndose con su almohada sin siquiera molestarse en preguntarle a Castian como se había atrevido a irrumpir en sus recámaras con tanta impunidad.
Lucaro apretó más los ojos al tiempo que oía a sus espaldas el sonido de la respiración del príncipe y el tintineó de las joyas talaquíes moverse con impaciencia y, para cuando no pudo soportarlo más, se irguió frustrado solamente para encontrar a Castian Nox frente a él, con una de sus capas entre las manos.
—Vístete, se hace tarde —el talaquí espetó, tal y como él había hecho la mañana pasada.
—Lárgate.
El sol ni siquiera había salido cuando Lucaro Eresfort tomó la capa, dispuesto a vestirse y aunque por un momento vio el desafío en los ojos del príncipe de Talaquia, en cuanto se desprendió los pantalones Castian Nox se volteó en dirección a la salida, azotando la puerta a sus espaldas con una incómoda mirada.
Lucaro todavía aturdido tanto por la repentina intromisión de Castian como por su sueño. Se limitó a prepararse para el tedioso día que le esperaba por delante, ignorando el temblor de sus manos y evitando hacerse la recurrente pregunta que se había repetido en su cabeza desde el día anterior: ¿acaso estaba demente para pedirle al heredero del reino vecino que fuese su tutor personal?
Se calzó la túnica informal más gruesa que encontró y mientras se abrochaba la pesada capa negra al hombro pensó en un nuevo lugar para sus instrucciones, puesto que la antigua biblioteca ya había sido descubierta por los mensajeros e incluso los rumores sobre una amistad entre los príncipes ya había recorrido los oídos de la servidumbre y no tardarían en llegar hasta Aleister, si no es que lo había hecho ya.
Lucaro no quería causar problemas al rey. De pronto lo que antes le causaba un ligero entretenimiento en sus monótonos días en el castillo ahora había perdido todo el interés pero la idea de enfrentarlo, después de lo que su hermana le había dicho, le causaba tanta ansiedad que quedarse encerrado en sus oscuras habitaciones día y noche le parecía una idea tremendamente tentadora.
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Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)
Novela JuvenilEl príncipe Castian Nox, heredero al trono de Talaquia es el idílico gobernante que cualquiera podría desear: fuerte, noble y justo. Pero su reino se ve amenazado y desesperado buscará cualquier medio para salvar a su pueblo. Sin embargo m, nunca im...