El sol había salido sobre el castillo de hielo esa mañana, no luz ni resolana sino un tibio y real sol que iluminaba todo el jardín directamente, haciendo que la nieve al rededor se transformara en una brillante sábana blanca que refulgía como un millar de cristales.
Desde su asiento en una esquina del claustro Castian se acomodó entre sus pieles de oso mientras la luz le incidía directamente en el rostro y observó la exótica vista del príncipe Lucaro Eresfort pasando el rato con tres niños. Algo que fuera del castillo resultaría inimaginable.
—¡Luc, mira aquí! —el mayor gritó y cuando Lucaro volteó una bola de nieve se estrelló justo en su rostro haciéndolo soltar un quejido casi animal.
«Luc»
Castian observó al príncipe corretear a los niños mientras la chiquilla reía a carcajadas cuando fue levantada de sus tobillos en el aire y su cabello blanco ondeó como finos hilos de seda. Ella tenía los ojos negros como los Kredas pero las orejas puntiagudas casi míticas de los Eresfort. Se parecía a su tío pero no como su hermano, el príncipe Daron lucia tan similar a Lucaro que Castian había tenido que parpadear un par de veces de la impresión la primera vez que los vio uno junto al otro.
—Esto no es muy común —la melodiosa voz sorprendió a Castian por detrás mientras la reina Constantine se aproximaba con las manos cruzadas sobre el pecho. Él quiso ponerse de pie pero ella hizo un gesto con la mano para que no se molestara —. Los días pacíficos —añadió con los ojos de hielo fijos en sus hijos y su hermano sonriente.
A lo lejos Lucaro sacudió las ramas de un pino y un montón de nieve enterró a Daron y Lucrecia que chillaron.
—Hay que aprovecharlos, majestad —Castian asintió.
—Puedes llamarme Constantine —ella dijo con una sonrisa traviesa que al príncipe le erizaba el vello y por el rabillo del ojo observó el largo cuello pálido sobresalir de un brillante vestido que a la luz del sol la hacía lucir como una estrella.
Incluso le pareció que si la miraba fijamente sus ojos se derretirían.
¿Realmente alguien se atrevería a cortar la cabeza de una mujer así?
—No, no podría —respondió finalmente y ella soltó una risita.
Sobre el puente de piedra una nodriza sostenía al bebé, Ansel Kredas, que aplaudía la fina escarcha que caía sobre su cabeza pelirroja y redonda como una manzana fresca.
Con cada niño la estirpe de los Eresfort parecía desaparecer un poco más y, si la reina hubiese dado a luz a un cuarto Castian podía apostar que hubiese lucido como un verdadero Kredas.
Lucaro continuó sonriendo incluso cuando la niña desenterró un montón de joyas de la nieve y las colocó sobre la cabeza del valmerio. Los ojos de Castian lo seguían como si una fuerza magnética no le permitiera apartar la mirada e inconscientemente una sonrisa tiró de sus labios cuando la pequeña princesa colocó un arete talaquí en la oreja de su tío que no parecía el mismo Lucaro Eresfort que veía a diario, tampoco el guerrero que muchos temían, solamente era "Luc", una versión que Castianpa desconocía completamente.
—Te dejaré para que continúes admirando la vista —la reina espetó con un movimiento de cabeza hacia su hermano y Castian apartó la mirada abruptamente mientras se acariciaba sus dedos desnudos.
—¿Disculpe? —preguntó pero ella ya estaba alejándose escoltada por tres soldados hacia el interior, mientras la guardia real se aproximaba al umbral rodeando a nada menos que al rey Aleister.
Castian se puso de pie.
—No le hagas caso, su principal entretenimiento es molestar a los hombres —señaló a su hermana con un ligero movimiento de cabeza.
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Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)
Novela JuvenilEl príncipe Castian Nox, heredero al trono de Talaquia es el idílico gobernante que cualquiera podría desear: fuerte, noble y justo. Pero su reino se ve amenazado y desesperado buscará cualquier medio para salvar a su pueblo. Sin embargo m, nunca im...