Los jardines del palacio de Talaquia eran una basta extensión de tierra verde que el tatara abuelo del príncipe heredero había construido después de un viaje a las tierras del Este, donde los elefantes tenían el espacio suficiente para estirar las piernas y el arrollo llevaba aguas calmadas desde el interior del castillo hasta un lago donde las carpas de colores nadaban tranquilas.
Castian había considerado los jardines como su propio paraíso en su niñez, donde correteaba con su hermana y escalaban los árboles frutales hasta llegar tan alto que podían ver a las jirafas a los ojos. Pero cuando las responsabilidades del príncipe aumentaron el tiempo que tenía para divertirse comenzó a desaparecer tan gradualmente que apenas se dio cuenta que no había visitado el lugar en meses y, cuando se convirtió en regente, comenzó a abrir las puertas traseras del palacio una vez a la semana para que todo el pueblo pudiera disfrutar de lo que él ya no podía.
Esa mañana en particular las puertas aún estaban cerradas, el sol brillaba insoportable y solamente un puñado de sirvientes rodeaban al príncipe que, sentado en su silla debajo de las palmera, era abanicado con hojas de palma mientras una criada se arrodillaba para entregarle una copa de jugosas uvas verdes.
—¿Dónde dices que estaba? —Castian preguntó a Phillip que no dejaba de hacer anotaciones en su pergamino ni siquiera en una hermosa mañana como aquella pero que ante la pregunta detuvo su pluma y carraspeó.
—En... en las arenas de combate, señor.
—¡Por la Diosa! esa niña... —el príncipe masculló, metiéndose una uva a la boca.
Tres días sus sirvientes habían tardado en encontrar a su hermana y sacarla de su escondite nuevo en el pueblo. Hacía casi una hora que se le había informado que la princesa se presentaría ante él y cada segundo le parecía eterno así que se limitó a inspirar profundamente el cálido aire impregnado de fruta y tierra fértil que le rodeaba en un pacífico entorno que en ningún otro lado del castillo podría encontrar.
Pero la paz se interrumpió abruptamente con los estruendosos golpes de la entrada interna que hicieron a los peces ocultarse despavoridos y a las jirafas quejarse. Cinco fuertes impactos sacudieron la hoja doble de hierro dorado mientras el anciano consejero y el joven príncipe intercambiaban una mirada poco sorprendida.
—Déjenla entrar —ordenó con un resoplido a los guardias.
Cuando las puestas se separaron la princesa Arden Nox ingresó al silencioso lugar, dando zancadas sordas sobre el césped con los pies descalzos y percudidos por la tierra.
Una vez durante sus años de niñez Phillip les había dicho que Castian era como una flor y Arden como la ortiga del desierto. Ambos se habían molestado por el comentario pero con el tiempo Castian comenzó a comprenderlo.
—¡Cas! —bramó indignada, ganándose la mirada incrédula de todos los presentes y la sonrisa del príncipe.
—Hermana.
—¡¿Quién te has creído mandando a tus guardias a arrastrarme de regreso al castillo como un perro?! —escupió apretando los dientes y se inclinó sobre su hermano que observó el sudor y la tierra manchándole el rostro y el manojo de cabello oscuro caerle despeinado entre los brillantes ojos de miel, idénticos a los del rey —...como un perro pulgoso.
—Es exactamente como luces —Castian se limitó a responder, recorriéndola con la mirada y después se cubrió la nariz sin disimulo.
Arden gruñó.
—Te crees muy listo ¿no? — se inclinó todavía mas para susurrar —. La corona te aprieta el cerebro y eso que todavía no te la has puesto. Hola Phillip —saludó después, viendo complacida la mirada atónita del príncipe que se puso de pie de un salto.
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Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)
Teen FictionEl príncipe Castian Nox, heredero al trono de Talaquia es el idílico gobernante que cualquiera podría desear: fuerte, noble y justo. Pero su reino se ve amenazado y desesperado buscará cualquier medio para salvar a su pueblo. Sin embargo m, nunca im...