Lucaro Eresfort irrumpió en el piso real del castillo de hielo como una avalancha.
—¡Aleister! —bramó a todo pulmón y su voz reverberó con fuerza, haciendo temblar las estalactitas del techo.
"Majestad" o "su alteza real" eran las formas adecuada de dirigirse a su hermano frente a cualquiera pero en ese momento ignoró al grupo de guardias reales que se prepararon para detenerlo como si fuese un pueblerino rebelde.
Las lanzas siguieron al príncipe como a una distancia prudencial y aunque iba desarmado lucía lo suficientemente listo como para acabar con la mitad del ejército si se aproximaban más de la cuenta a pesar de ser consciente que, de ser necesario, cada uno de los que habían sido sus compañeros en el campo de batalla ahora estarían más que dispuestos a atravesarlo con una de sus cuchillas si la situación lo ameritaba.
—¡Aleister! —repitió, dando violentas zancadas en dirección a la recámara del rey que todavía se encontraba lo suficientemente alejada como para que el príncipe continuara acumulando ira durante otro par de metros.
El príncipe iba sumergido por la ira que destellaba en cada uno de sus movimientos mientras sopesaba las palabras que el talaquí se había atrevido a soltarle como si existiera alguna confianza entre los dos, entonces no solamente estuvo furioso con su hermano, sino también con el príncipe extranjero. Eso era lo que pensaba hasta que unos dedos se hundieron en su capa y jalaron con fuerza haciendo que se volviera violentamente, listo para contraatacar hasta que un par ojos idénticos a los suyos, le lanzaron una amenazante mirada con la misma violencia con la que él detuvo sus movimientos abruptamente.
—Lucaro —la reina Constantine masculló entre dientes con su rostro imperturbable como un tempano, con sus largas uñas atravesando las ropas de su hermano menor hasta clavarse en su piel.
—¿Dónde está? —Lucaro inquirió con impaciencia, volviéndose al rededor para ver que se encontraban rodeados por un círculo de soldados.
—Descansando —ella se limitó a responder y él gruñó, volviéndose hacia las puertas cerradas de la recámara real pero con tan solo dar un paso hacia adelante, un jalón muy poco elegante lo detuvo—. Lucaro, el rey está descansando —su hermana repitió con aquel afilado e inconfundible tono.
Él se volvió hacia ella, a penas unos centímetros mas baja, que lo estudiaba con su largo cuello y su barbilla en alto, con los ojos entrecerrados juzgándolo como si sopesara apuñalarlo y se preguntó como era que podía pasar de ser una hermosa mujer a aquella bruja despiadada cuando se lo proponía. A veces incluso le recordaba a su padre, pero nunca se lo diría, en su lugar se liberó del agarre con brusquedad y se aproximó a la reina exiliada con el ceñó tan arrugado que sus cejas se unieron en una sola línea blanca.
—Tú lo sabías ¿no? —masculló tan bajo que solamente ella pudo oírlo.
Constantine lo observó fijamente sin expresar ninguna emoción delante de los espectadores.
—¿Qué cosa? —preguntó y Lucaro soltó una burla desde la garganta, inundada de impaciencia.
—El papel de ignorante en realidad no te queda para nada, hermana.
Las miradas se enfrentaron, celeste contra celeste, como dos pináculos de hielo que esperaban por cualquier murmullo instigador que desencadenara la batalla y, en un rápido movimiento que tomó por sorpresa a todos, las uñas de la mujer se hundieron en el pecho del joven príncipe y lo empujó con todas sus fuerza dentro de su habitación, azotando las puertas a sus espaldas.
Un silencio incómodo perduró en el pasillo quién sabe cuanto tiempo después.
—¿Has perdido el juicio finalmente? —Constantine escupió con una amenazante seriedad mientras dejaba ir a su hermano que se tambaleó sobre la alfombra aturdido.
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Un príncipe para el príncipe (ya disponible en físico)
Novela JuvenilEl príncipe Castian Nox, heredero al trono de Talaquia es el idílico gobernante que cualquiera podría desear: fuerte, noble y justo. Pero su reino se ve amenazado y desesperado buscará cualquier medio para salvar a su pueblo. Sin embargo m, nunca im...