Aún soy el niño al que le gustan los caramelos.

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Xue Yang estaba en otra de sus peleas callejeras. No era como que le encantara pelear, por lo menos no demasiado. Pero había encontrado que tenía un talento innato para ello. Era bueno dando golpes y aunque no se enorgullecía de ello, también era bueno recibiéndolos ya que tenía más aguante que muchos otros peleadores callejeros.

Además, estaba el hecho de que las peleas callejeras dejaban dinero —mucho más dinero de que dejaba preparar hamburguesas durante ocho horas de lunes a sábado—; y para alguien huérfano con una hermana menor ciega, el dinero era importante. Muy impórtateme.

A diferencia de otros huérfanos que vivían en condiciones similares a las suyas, Xue Yang no se quejaba; quizá eso se debía a que una tarde lluviosa, después de esperar por horas a su madre fuera del apartamento donde vivían en ese entonces, con la ropa mojada y sintiendo el frío calar hasta sus huesos; un chico más grande que él, se había compadecido de su situación y lo había llevado a su casa para secarlo.

No recordaba el nombre de aquel hermano mayor, sólo recodaba que tenía una mirada muy dulce y que le había secado el cabello con una toalla color blanco.

También recordaba que le había preparado un té para evitar que se enfermara y más tarde, cuando por fin vio a su madre volver por la ventana, le regalo algunos caramelos.

Aquel hermano mayor le había dicho que siempre que se sintiera triste, podía comer un caramelo y que de inmediato se sentiría feliz otra vez. Desde entonces a Xue Yang le encantaban los caramelos, sobre todo los de cereza que dejaban la lengua roja; pero también desde entonces Xue Yang había recodado su vida pasada.

Una vida cubierta de sangre, desesperación y muerte en la que había hecho tanto mal a tantas personas que no estaba seguro de merecer aquella segunda oportunidad y no una eternidad en el Di Yu (Infierno Chino).

Un año más tarde su madre quedó embarazada y dio a luz a una pequeña niña a la que llamó Xue Qing; sin embargo, cuando A-Qing cumplió dos años la niña se estrellaba contra las cosas mientras gateaba y varias veces se cayó por las escaleras mientras Xue Yang estaba en el colegio.

Su madre llevó a la pequeña al hospital, donde le revelaron que la menor tenía una terrible e irreversible enfermedad llamada retinitis pigmentaria, la cual haría que antes de que cumpliera diez años perdiera por completo la vista.

Xue Yang siempre había sabido que su madre se dedicaba al comercio de piel y carne y que no ganaba más que no necesario para vivir; por tal, tener una hija discapacitada sería un duro golpe para la mujer. Pero él ya tenía diez años y si la A-Qing que ahora carga en sus brazos era la misma A-Qing que él había matado una vez, entonces le debía hacer todo lo posible para darle una vida medianamente digna. Era lo menos que podía hacer.

Ese día regresaron a casa y su madre preparó mucha comida. Más comida de la que había preparado nunca y a la mañana siguiente desapareció. Xue Yang no volvió a saber nada de ella y tampoco volvió a ver un solo yuan proveniente de ella.

Desde entonces había dejado la escuela, dejó aquel apartamento y comenzó a trabajar en cualquier trabajo que le pudieran dar. Cualquier trabajo estaba bien siempre que le pagaran lo suficiente para que pudieran comer tanto él como A-Qing. La escuela tendría que esperar un poco más.

Encontró un pequeño y barato departamento cerca de una biblioteca donde una joven que trabajaba ahí a veces cuidaba a A-Qing y le había comenzado a enseñar braille; pese a ello era difícil que A-Qing trabaja y aún más que fuera a una escuela; ni hablar de una escuela especial, esas eran demasiado caras...

El niño al que le gustaban los caramelos.Where stories live. Discover now