Como una estrella fugaz que solo impresiona a quienes tienen la mirada atenta cielo, la locura le pasó casi inadvertida. De hecho, no lo vio venir jamás, aún con todas las señales a su alrededor, nunca pudo saberlo.
La habitación estaba oscura. Las cortinas cerradas. El olor de la botella de vino, rota en el suelo, se mezclaba con el aroma de su perfume, también, destrozado en el suelo. Hojas desparramadas por doquier creaban una alfombra blanca en el dormitorio. Harley se encontraba tirada sobre ellas, acurracada, adolorida. Fue otra pelea. Violenta. No era la primera, ni sería la última.
Habían pasado unas cuántas horas, de hecho, toda una noche. No durmió. No lloró. Ya no lloraba, el dolor se había convertido en otro sentido para ella. Era tan familiar la sensación de los puños y las patadas rebotando contra su cuerpo que, en cierta forma, ya no lo sentía tan doloroso.
¿Cómo pudo permitir que eso pasara? Se preguntó una y otra vez. Siempre se hacía la misma pregunta y siempre encontraba un millón de respuestas diferentes pero a la hora de la verdad volvía a caer en el mismo agujero oscuro, violento, doloroso y hasta placentero. Ya no se mintió a sí misma diciendo que no volvería a pasar porque volvería a pasar. Ella era muy temperamental, ella lo provocaba... «es mi culpa» se repetía cada vez.
El teléfono la sacó de sus pensamientos. No contestó. Permaneció en la misma posición que estuvo toda la noche, acostada, de costado, abrazando sus rodillas, con la mirada fija en los vidrios en el suelo. La contestadora respondió, era Becca.
-Buenos días querida... ¿Estás ahí? ¿Estás bien? Harley son las diez de la mañana, ¿No vienes a trabajar hoy? Responde por favor no me hagas ir a tu casa de nuevo.
Cerró los ojos de solo imaginar que tendría que salir del apartamento. Pero no le quedaba opción. Lentamente se incorporó e hizo un gesto de dolor al enderezarse, la espalda habia sido el lugar mas golpeado. Lo agradeció, porque así nadie vería los moretones luego.
Se dirigió al baño, abrió la ducha y se metió bajo el agua, no salía caliente. Estaba tibia pero aún así se quedó un buen rato. Luego salió, se puso una remera negra de manga larga, unos jeans, zapatillas, tomó su bolso y se fue.
No quiso ir en auto. Esa mañana decidió caminar. Tomar aire fresco, limpiar sus fosas nasales de ese asqueroso olor a vino y perfume. Si bien Gótica no tenía el aire más puro del mundo debido a la gran suciedad de las calles, cualquier cosa era mejor. No quiso tomar el autobús o el tren. «Necesito caminar» se repetía una y otra vez. Las piernas le dolían a causa de los golpes recibido en la pelea pero siguió caminando. Con cada paso, pensaba que excusa podría decir en el trabajo. «Que me emborraché» pensó, pero descartó inmediatamente la idea. Becca la conocía demasiado bien como para creerle, y probablemente ella ya se imagina la razón del porqué llegaría tarde. Su semblante se volvió triste, melancólico. Se arrepintió de no haber ido en su auto. Las calles de Ciudad Gótica eran deprimentes, al igual que los rostros de quienes caminaban por las ellas.
Dobló la última esquina que faltaba para llegar a su trabajo. Observó a la vereda de enfrente, había una tienda de música y frente a ella un payaso bailaba y movía un cartel. Parecía que nadie lo veía, la gente caminaba a su lado ignorándolo completamente, excepto aquellos que sólo lo notaban porque les estorbaba el paso. «Al menos alguien lo intenta...» pensó. Seguramente ese payaso sería la única persona alegre que ella vería ese día. Siguió caminando, y a pesar de estar ya lejos, oyó un grito que la hizo voltearse. Unos niños le habían quitado el cartel al payaso y Harley vio como el pobre hombre corría detrás de ellos para recuperarlo.
-¡Por favor que alguien los detenga!- gritaba, pero nadie parecía escucharlo, o mejor dicho, a nadie le importaba. Los chicos y el payaso se perdieron de vista y Harley decidió continuar su camino. Aún debía pensar una excusa para decirle a Becca.
Al final se decidió por mentir en que se había embriagado la noche anterior.
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Arlequín || Joker ||
FanfictionHarleen Quinzel, una psiquiatra hundida en la violencia de una relación enfermiza, pronto se verá envuelta en una obsesión que se irá fundiendo con la locura.