Uno

5K 277 153
                                    

Valentín

Al fin, después de siete años de noviazgo, Olivia y yo nos iríamos a vivir juntos. No había sido un camino de rosas para llegar hasta acá. Conseguir la estabilidad económica que necesitábamos para independizarnos había sido más costoso de lo que hubiéramos podido llegar a imaginar en un principio, pero finalmente lo habíamos conseguido.

Si bien era cierto que no viviríamos solos, pues nos habíamos visto en la obligación de compartir piso con otra persona para compartir también gastos, me sentía muy feliz de estar dando este paso con ella de una vez por todas.

La idea había sido de Olivia. Ambos deseábamos compartir nuestra vida y nuestro hogar desde el último año, pero, como he dicho, no había resultado nada fácil. Entonces la idea de compartir piso había llegado hasta ella. Al principio me había mostrado reacio a la idea de compartir la que iba a ser mi casa con alguien más, alguien desconocido. Sin embargo, Olivia me había hecho entender que era nuestra oportunidad de oro para vivir juntos al fin. Además había querido venderlo como algo positivo para nosotros, diciendo que sería menos costoso, que compartiríamos facturas con alguien más. También había dicho que sería una buena oportunidad de conocer gente nueva.

Acabábamos de llegar al que sería nuestro nuevo piso, se lo habíamos alquilado a un matrimonio junto a otro chico, al cual todavía no conocíamos. Era un piso en el centro, por lo que estaba muy bien ubicado. No era ni tan grande ni tan pequeño, pero perfecto para nosotros. Era bastante luminoso, la luz del sol bañaba el salón casi todo el tiempo.

Cuando habíamos venido a visitarlo la semana pasada, Olivia se había enamorado de él y no había querido buscar más. Por mi parte no tenía quejas, era un piso suficiente acogedor y económico, que era todo lo que yo pedía. Lo que más deseaba era vivir con Olivia, compartir mi vida con ella por siempre, de modo que cualquier lugar me hubiera parecido bueno. Todavía tenía mis ciertas dudas respecto a compartir piso con otra persona, pues no íbamos a poder tener la intimidad que queríamos, la intimidad que al menos yo quería. Sin embargo, sabía que aquello era una buena solución a corto plazo. Teníamos veintiún años, éramos jóvenes y estábamos enamorados. Queríamos vivir juntos desde hacía tiempo, a toda cosa. No íbamos a vivir en aquel lugar por siempre, un día nos casaríamos y viviríamos en nuestra propia casa.

A parte de eso, el único inconveniente que podía ponerle al que iba a ser nuestro nuevo hogar, era el hecho de que fuera un cuarto piso sin elevador.


—Te pesa el culo —rió Olivia de manera ligera, subiendo de manera ágil las escaleras con una pequeña caja de cartón en los brazos.

—¿Vos decís? —resoplé varios escalones por debajo de ella— Capaz mi caja es más pesada que la tuya, no mi culo. —me justifiqué.


Olivia dejó la caja unos seis escalones por encima de mí y bajó rápidamente a donde me encontraba yo. Prácticamente me arrancó la caja de los brazos y me sacó la lengua.


—A ver qué excusa tenés ahora —dijo volviendo a subir de manera tan ágil como cuando llevaba la caja ligera.

—No te lo puedo creer —resoplé de nuevo mientras arrastré mi cuerpo pesadamente hacia arriba y tomé la caja ligera que ella había abandonado a mitad del camino.

—Mueve tu culo, Valentín —dijo en voz alta, ya un piso por arriba de mí.

—Si vamos a hacer todo este ejercicio físico cada día, voy a tener menos fuerzas para coger —advertí. Traté de sonar tan serio como pude para que creyera en mi amenaza, pero su risa al final del pasillo me hizo saber que fue inútil intentarlo.

—Vamos a coger más porque vas a tener más resistencia —acotó en su defensa.

—Sos horrible —murmuré mientras subía los últimos escalones.

—¿Qué dijiste?

—¡Dije que sos horrible! —alcé ligeramente la voz para que pudiera escucharme y recibí una risa nueva por su parte.


Cuando llegué a la cuarta planta, arrastré mis pies por el pasillo hasta llegar a la puerta abierta de nuestro piso.

La señora de Ramírez, nuestra arrendataria, nos esperaba con la puerta abierta y una sonrisa en el rostro. Deseé con todas mis fuerzas que no hubiera escuchado nuestra pequeña conversación, pero no le di más importancia de la que realmente tenía. ¿Y qué si lo había escuchado? Le habíamos pagado la renta de los próximos tres meses y teníamos un contrato firmado con ella y su esposo, por mucho que se escandalizara ya no podía hacer nada para sacarnos de su casa, que ahora era un poco nuestra también.

De todos modos, la sonrisa de su cara me dejaba saber que no había sido partícipe de la conversación que Olivia y yo mantuvimos por la escalera.


—Lamento tanto el hecho de que no haya elevador... —comentó la señora por enésima vez.

—No se preocupe —dijo Olivia con una voz tan suave y dulce que un cosquilleo subió por mi nuca—. Nos vendrá bien para ejercitarnos —me dirigió una mirada divertida y yo levanté una ceja hacia ella.

—No lo decís por mí.


Cuando por fin llegué, la señora de Ramírez se hizo a un lado y nos dejó pasar. Olivia entró la última caja que llevaba en los brazos, igual que hice yo.

Entramos y llevamos las cajas a la habitación grande, la que sería nuestra pieza. Era la más grande de las dos piezas y puesto que éramos dos y nuestro compañero de piso solo uno, nos habíamos apropiado de ella.


—Bien, dejo que se acomoden tranquilamente. Pedro llegará en seguida con su compañero de piso —hizo una pausa como si intentara recordar el nombre del pibe—. No recuerdo su nombre —se rió un poco.

—No lo conocimos todavía —se justificó Olivia hundiéndose ligeramente de hombros.


En aquel preciso instante el timbre sonó por toda la casa, la señora dio un brinco y sonrió.


—¡Deben ser ellos! —dijo emocionada.


Salió a toda prisa de la pieza para ir a atender.


—¿El señor Ramírez no tiene llave? —pregunté.

—Nos dio su juego de llave a nosotros y ellos se quedaron uno nada más —explicó Olivia.

—Mh... —rodeé su cintura con los brazos— ¿Nos encerramos en la pieza y estrenamos la cama? —propuse acercando mi rostro al suyo y poniendo mi mejor mirada seductora.

—No podemos —rió golpeando mi pecho—. Tenemos que conocer al chico con el que vamos a compartir piso.

—No es tan importante conocer a nuestro inquilino —objeté.

—No es nuestro inquilino, es nuestro compañero de piso. Nosotros somos los inquilinos del señor y señora Ramírez —me corrigió.

—Valentín, Olivia —nos llamó ella, su voz sonó desde el salón.

—¿Viste? —dijo mi novia— Tenemos que ir —asintió—. Estrenamos la cama esta noche —se rió un poco, dejando un beso sobre la punta de mi nariz.


Olivia volteó sobre sus propios talones y salió de la habitación, revoloteando como una pequeña mariposa. Salí detrás de ella y llegué justo a tiempo para las presentaciones.


—Olivia, él es Daniel —dijo el señor Ramírez.

—Van a ser compañeros de piso —añadió su esposa.

—Un gusto —Olivia sonrió, besando su mejilla.

—Oh, y él es Valentín —hizo un gesto para que me acerque—. El novio de Olivia —agregó—. Vivirán los tres juntos.

Okupa ↠ WosaniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora