Diecinueve

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Daniel

—¡Todo es por tu culpa! —gritó caminando hacia su pieza.


Suspiré y lo seguí de cerca. Estuvo por cerrarme la puerta en la cara, pero puse el pie para impedirlo.


—Valentín, vamos a hablar —dije calmado.

—¡No tengo nada que hablar con vos! —se volvió para enfrentarme y me empujó— Es culpa tuya que Oli se marche, es culpa tuya que yo tenga un quilombo en la cabeza. ¡Yo no soy gay, maldita sea! —volvió a empujarme con más fuerza esta vez, así que caí al piso.


Gruñí un poco y su mandíbula se tensó de inmediato.


—L-lo lamento —tartamudeó y me ofreció una mano para ayudarme a levantar, pero yo la rechacé y me paré solo.


Cuando estuve de pie pude ver sus ojos llenos de lágrimas y me sentí mal. Me sentí realmente mal de verlo de aquel modo, me dolía verlo mal, pero eso no justificaba su comportamiento conmigo.

Lo miré con lástima negando con la cabeza y después salí de su pieza.

Los próximos días fueron como una especie de deja vu de cuando Olivia se marchó por primera vez. Valentín se encerró en su pieza después de gritarme que todo era culpa mía y que no quería volver a verme jamás. Me pidió que me marchara en incontables ocasiones, pero no lo hice. No iba a marcharme y a dejarlo solo cuando más me necesitaba.

Custodié su puerta durante tres días, en los que solo me movía para ir al baño y comer un poco. Él no comió nada en absoluto y aquello empezaba a preocuparme seriamente. De modo que al cuarto día golpeé la puerta dispuesto a echarla abajo de ser necesario. Mi sorpresa fue cuando él la abrió y lo vi recién duchado y vestido con ropa limpia, aunque su piel lucía bastante más pálida de lo habitual, bajo sus ojos habían bolsas producidas por el cansancio y sus preciosos ojos azules estaban rojos e hinchados de llorar. Lo primero en lo que pensé fue en qué maldito momento Valentín había salido de la pieza para ducharse, pues no me moví de su lado en ningún momento.


—Hola —saludé.

—Hola —respondió—. Creo que Olivia tenía razón —dijo de pronto, dejándome más confuso de lo que ya me sentía en aquel momento.

—¿En qué? Dijo muchas cosas.

—En todo —se mojó un poco los labios—. También yo quiero saber qué me pasa con vos —su mandíbula se tensó un poco—. Quiero saber si soy gay.


Pasé una mano por mi rostro con un poco de frustración y me froté los ojos. Necesité de todo mi autocontrol para no armar un quilombo en aquel momento, sobre todo después de las cosas que me había dicho la última vez.


—¿Y cómo pensás descubrirlo? —pregunté de manera un poco irónica, pero no quería resultar hiriente en aquel momento.

—Pensé que vos capaz podrías ayudarme con eso —dijo un poco tímido.

—¿Yo? —levanté una ceja y él se encogió de hombros— ¿Cómo?

—¿Cómo supiste que yo te gustaba?


Puse los ojos en blanco.

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