Dieciocho

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Valentín

Había pasado todo el día encerrado a pesar de los constantes intentos de Dani de entrar en mi pieza o de hacerme salir.

Necesitaba pasar tiempo solo, aclarar mis ideas y como dijo Olivia poner mis sentimientos en orden. Necesitaba saber qué pasaba en mi cabeza, qué andaba mal conmigo, en qué momento se me había ocurrido perderle el respeto a Olivia y mandar años de una hermosa relación al carajo por garchar con otra persona.

Entonces lo entendí: en ningún momento se me había ocurrido, aquello fue algo que simplemente pasó. Tres veces.

Lo que sentía por Dani, fuera lo que fuera, era algo primitivo. Cuando terminaba manteniendo relaciones sexuales con él era por una necesidad casi enfermiza que yo no podía controlar. ¿Y yo estaba dispuesto a dejar que aquello jodiera mi relación con Olivia?

Entre lágrimas y pensamientos dañinos debí quedarme dormido en algún momento, pues me despertó la necesidad de orinar. Me levanté de la cama y me arrastré como un zombie hacia la puerta. Saqué la traba, la había puesto para que Daniel no pudiera entrar, y abrí la puerta. Cuando lo hice vi algo que no esperaba encontrar: Dani estaba sentado en el piso, estaba dormido. ¿Llevaba ahí todo el día?

Sacudí la cabeza para dejar de mirarlo, de todos modos no importaba o al menos no debería importarme. Caminé sigilosamente hacia el baño para no despertarlo y después de orinar volví a hacer mi camino hacia mi pieza. Al regresar me regalé a mí mismo un momento para observarlo mejor, estaba sentado con las piernas estiradas y los brazos cruzados sobre el pecho. Su cabeza caía ligeramente hacia un lado y supuse que eso iba a hacer que su cuello le doliera después, por lo que me agaché para corregir su postura. Cuando lo tuve más cerca pude ver con más detalle sus facciones, a pesar de estar dormido parecía un poco tenso. Sus labios estaban un poco apretados y fruncidos, igual que sus cejas, que estaban más bien juntas. Su respiración subía y bajaba de manera lenta y regular.

Tomé su rostro delicadamente con mis manos y puse su cuello recto. En aquel preciso instante se movió un poco y abrió los ojos a continuación.

Mi mandíbula se puso tensa y tragué saliva cuando me miró.

Dani parpadeó y después se estiró un poco para luego mirarme de nuevo.


—Hola —dijo con la voz un poco ronca debido a que se acababa de despertar.

—Hola —respondí de igual modo—. El piso no luce muy cómodo —dije—. ¿Por qué no duermes en la cama? —dije, pero él negó.

—De acá no me muevo hasta poder hablar con vos —respondió rotundamente.


Me humedecí un poco los labios, pues estaban realmente secos.


—¿Y si te acompaño? —propuse en voz baja y sus facciones se relajaron de inmediato.

—¿Querés dormir conmigo? —parecía atónito pero la idea no parecía disgustarle.


Me encogí de hombros y él se incorporó un poco.


—Vamos —se paró y me ofreció su mano, que acepté sin oponerme.


Me condujo hacia su pieza y sin prender la luz me dirigió hacia la cama, donde me senté. Se quedó parado frente a mí y después de un rato en silencio, lo oí suspirar. A continuación me empujó un poco por el pecho y me acostó sobre el colchón. Me quedé viéndolo para saber cuál sería su siguiente movimiento, qué haría después. Lo único que hizo fue acostarse a mi lado. Se colocó de costado, con su cuerpo en dirección a mí, de modo que yo me volteé para mirarlo también.

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