Doce

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Daniel

Me puse el bóxer y salí de la pieza enfurecido detrás de Valentín.


—Me hiciste una paja —escupí como veneno.


Lo seguí mientras caminaba por toda la casa negando con la cabeza.


—No, no, no —no paraba de repetir—. No, no.

—¿No, qué? —lo empujé un poco para que se detuviera.


Cuando al fin dejó de caminar y conseguí que me mirara, solo fue capaz de mantenerme la mirada un segundo, pues luego miró a sus pies y negó de nuevo.


—¿No qué, Valentín? —gruñí levantando su rostro para hacer que me mire de nuevo.

—Yo no... —se mantuvo en silencio— A mí no me gustan los hombres, Dani —dijo en voz baja, tan inseguro como nunca antes lo oí hablar.

—¿Estás seguro? —dije de manera obvia, levantando una ceja y él volvió a negar.

—No, no me gustan. A mí no... —volvió a negar con la cabeza— No pueden gustarme —cerró los ojos y negó efusivamente con la cabeza.


Ignoré el dolor que me produjo que dijera aquello, pero no fui capaz de ignorar lo mucho que me lastimaba verlo de aquel modo, parecía un nene asustado. Era incapaz de sostenerme la mirada, se veía realmente arrepentido de todo aquello que había sucedido entre nosotros e incluso su labio de abajo temblaba.

Me armé de valor y fuerza, al final, no era la primera vez que alguien me rechazaba y tampoco iba a ser la última. Estas cosas pasaban constantemente.

Dejé ir su rostro porque sentí que el contacto físico conmigo lo estaba poniendo incómodo y yo no pretendía incomodarlo en absoluto.


—Está bien —dije suavemente.


A pesar de que hirió mi orgullo, no soportaba verlo mal y si en mi mano estaba hacerlo sentir mejor, lo iba a cumplir.


—No importa —aseguré y él me miró—. Hagamos como que nada pasó, ¿sí? —le ofrecí mi mejor sonrisa fingida— Soy un desubicado, me pasa a veces —me reí un poco para restarle importancia al asunto—. Igual no hicimos nada malo, ¿posta? —hice una pausa— Fue como... —me hundí en mis hombros— Una paja entre amigos, qué sé yo —bufé poniendo los ojos en blanco solo un momento—. Olvídalo, yo lo haré —mentí.

—Dani... —su voz sonó quebrada y aquello terminó por partirme el corazón.

—No importa —aseguré volviendo a mi pieza.


No tenía ganas de nada más que de dormir para olvidar todo, pero tampoco me sentía capaz de quedarme en la casa sabiendo que él iba a estar ahí. Sabiendo que, en realidad, estábamos solos. De modo que me vestí y salí para ir a cualquier lugar. Cualquier cosa era mejor que estar ahí en aquel momento. Podía ir a casa de mis padres e inventar que me apetecía pasar la víspera de Navidad con ellos. No iba a ser muy creíble, pues nunca me agradaron estas fechas, pero también sabía que no iban a poner objeción en pasar una fecha que para ellos era tan señalada conmigo.

Cuando salí de la pieza, vi a Valentín en el mismo lugar que cuando me fui, exactamente en la misma posición. ¿Acaso no se había movido un milímetro? Alzó su vista para mirarme cuando me detuve un momento frente a la cocina y su mandíbula se tensó al verme vestido.

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