Capítulo 1

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Poco a poco comenzaba a conocer el castillo. Era oscuro y húmedo, así que la opción de quedarme cobijada junto al fuego de mi habitación sonaba bastante apetecible. De todas formas, la dependencia en la que me habían instalado se me hacía de todo menos familiar. Extrañaba mi castillo, mi dormitorio y mi hogar. Lo peor era saber que ya nada podía hacer para cambiarlo.

Ramsay no se había presentado ese día a la comida, lo cual me alegraba de sobremanera. Aunque el primer día conseguí escaquearme, los dos siguientes ya no tuve alternativa, tuve que bajar a comer y cenar con ellos. Al fin y al cabo, pronto serían mi nueva "familia".

Walda, la actual mujer de Roose Bolton, era una mujer regordeta y agradable. Él tampoco era tan horrible como imaginé en un principio, aunque algo en mi interior me decía que se estaba esforzando por hacer mis primeros días aquí algo más llevaderos. Solían preguntarme por mí y mi hogar y yo respondía sin problema, pero detestaba los ojos claros de Ramsay clavados sobre mí. Me odiaba, lo tenía claro, aunque el sentimiento era mutuo.

Tal vez por eso me sorprendió que llamase a la puerta de mi dormitorio a mitad de la tarde.

- ¿Tienes un rato libre? – cuestionó tras saludarme.

- ¿Para qué?

- Me gustaría pasear con mi futura esposa. – respondió, remarcando las dos últimas palabras.

Como era obvio, no podía decir que no. Poco después estábamos caminando alumbrados por la luz del atardecer. No quedaría mucho para que anocheciese y dado que Ramsay le había ordenado a los guardias que no nos siguieran, la desconfianza de caminar con él a solas por el bosque puso alerta mis sentidos.

- Mi Lady. – Ramsay se detuvo y tomó una de mis manos entre las suyas. Su voz era calmada y dulce. – En menos de una semana estaremos desposados. No me agradaría tener uno de esos matrimonios en los que los esposos no se soportan.

- Es lo que suele ocurrir con los matrimonios concertados. – mascullé.

- Podemos intentar que eso no sea así.

Tragué saliva y observé su rostro. Solo había dos posibilidades: o era un mentiroso increíble o de verdad creía sus palabras. No iba a darle toda mi confianza, pero tal vez pudiera ceder un poco.

- ¿Y qué propones?

Una sonrisa creció en sus labios, mostrándome sus dientes.

- Déjame conocerte. Cuéntame algo sobre ti. Tus aficiones, por ejemplo.

Bajé levemente la vista hacia el suelo y dije lo primero que se me pasó por la cabeza:

- Disparar.

- ¿Con qué disparas?

- Con arco.

- ¿Y el objetivo?

- Animales. – respondí. Hablar con él se me hacía extraño, parecía que Ramsay tenía que sacarme las palabras a la fuerza. – Mi padre me enseñó a cazar desde que era pequeña.

Vi sus ojos brillar tras mi explicación. No me era desconocido que él también era un gran aficionado de la caza, sobre todo cuando salía con sus fieras perras. Lo alarmante eran los rumores de que no solo cazaba animales.

- Soy bueno con el arco. Podría darte unas clases y mejorar lo que tu padre te enseñó.

Fruncí el ceño al instante. Por la forma en la que había hablado, era como si tratase de infravalorar a mi padre y lo detestaba. Lord Tarthon era una hombre honorable y nadie –y mucho menos él– iba a ensuciar su memoria. Debía ser un necio si se consideraba superior a un hombre como mi padre.

- Tal vez tenga que darte la clase yo a ti. – rechisté. – Tendrías mucho que aprender.

Y al igual que vi el brillo llegar a sus ojos, lo vi desaparecer. Sus manos apretaron la mía, que seguía cubierta por las suyas. Por unos instantes, me temí lo peor.

- ¿Crees que puedes venir a mi hogar e infravalorarme? – cuestionó. Achicó los ojos y me miró decidido. – Solo has hablado con descaros desde que estás aquí. ¿No sabes lo que hacemos los Bolton con quienes se interponen en nuestro camino? ¿Crees que eres intocable?

Sentí mi mano prisionera, pero no iba a quejarme ni a lloriquear. No le tenía miedo a ese ser; no iba a darle poder sobre mí. Aparté la mano con fuerza, liberándome, y yo también entrecerré los ojos fulminante.

- Eres un bastardo. Me necesitas para ser alguien. – gruñí. – Solo te estoy tratando como lo que eres. Yo sigo siendo la heredera de la casa Tarthon y tú... solo eres un Nieve.

El odio crepitó en sus pupilas claras. Su mirada era más helada que la nevada que caía sobre nuestros hombros. Es posible que por su mente incluso se pasase el deseo de asesinarme en ese mismo momento, pero no lo hizo. En su lugar, cogió aire y vi su rostro relajarse. Cuando por fin habló, su voz era mortífera e irónica a partes iguales:

- ¿No te han llegado las nuevas noticias? Tal vez se nos olvidó mencionarlo en la carta que enviamos a vuestro hogar, Lady Tarthon.

- ¿De qué hablas?

Una sonrisa maliciosa que logró ponerme los pelos de punta brilló en su rostro.

- Por decreto real del Rey Tommen Baratheon, ahora soy un Bolton.

Mi boca quedó entreabierta al escucharle. Tal vez siguiera siendo un bastardo, pero si el rey le había concedido el apellido, todo era más diferente de lo que imaginaba.

- No voy a ser Lord Tarthon, sino que tú vas a ser Lady Bolton, querida.

Iba a perder mi apellido. No podía ser cierto. Había venido aquí con la idea de quedarme hasta mi boda y luego regresar a casa, pero no podría hacerlo si me convertía en Lady Bolton. Quedaría confinada en este castillo de por vida. Ni si quiera podía pensar en anular el compromiso; no tuve ni voz ni voto en primer lugar y tampoco lo tendría ahora.

- ¿Por qué quisiste casarte conmigo? – cuestioné, temerosa. – Los Bolton solicitasteis específicamente este compromiso. Si no era para darte un apellido, ¿por qué yo?

Ramsay avanzó un paso hacia mí sin perder su odiosa sonrisa.

- Lo intenté con Sansa Stark, pero una vez supe de su muerte, tuve que buscar alternativas. Ahí apareciste tú, Vhaera.

- ¿Por qué? ¿Qué sacas de esto?

- Nada. – contestó, aunque supuse que debían existir intenciones ocultas. El chico dio un paso hacia mí y su voz en mi oído me erizó la piel. – Deberías andarte con ojo. Una vez nos casemos y sea tanto un Bolton como un Tarthon, no te necesitaré más. Tal vez quieras cuidar tu palabras de ahora en adelante.

No podía mover ni un músculo. Todo a mi alrededor se estaba volviendo confuso. Suponía que tenía la situación controlada, pero ahora me daba cuenta de que solo era una pieza en un juego cuyas instrucciones desconocía. Así, era complicado que tuviese la opción de ganar.

- ¿Lo has entendido, querida?

Sus ojos volvían a esconder esos deseos de hacerme daño; de romperme en mil pedazos hasta mi último aliento. No era nadie importante para los Bolton. Una vez nuestro compromiso fuera oficial, ya no aportaría nada. Tragué saliva y levanté el mentón, tratando de recomponerme.

- Perfectamente, Lord Bolton. 

Una obsesión letal | Ramsay BoltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora