Capítulo 13

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Mis recuerdos después de ese momento eran borrosos. Me sacaron con rapidez de aquella celda y se aseguraron de que no iba armada. Mi único arma continuaba clavado en el corazón de mi marido. Seguidamente, un par de hombres trataron de ver si Ramsay se encontraba con vida, pero ya no tenía ni el más mínimo latido. No podían hacer nada por recuperarlo.

Pasé otras tantas horas encerrada en una habitación, atada de pies y manos, con un vigilante presente en todo momento. Mi mente desconectó por completo durante ese tiempo y no regresó hasta que Jon entró por la puerta de la habitación. Los hombres enviados por Yara habían sido claros y dadas las circunstancias, él lo había visto como la única solución lógica: no se podían llevar a Ramsay, así que yo sería a la que tomaran en su lugar.

Fui maniatada a lomos de un caballo, con un fornido hombre detrás que a penas me dejaba cantearme. No es como si fuese a intentar escapar ni mucho menos; ¿a dónde si quiera iba a ir? No tenía nada. Ahora tampoco a nadie.

Embarcamos en el puerto más cercano y me arrojaron a un camarote. A pesar de que ya me habían registrado en Invernalia, me manosearon para asegurarse de nuevo. En el momento en el que pateé a uno de ellos por tocar "demasiado", me abofeteó de vuelta.

- Maldita zorra. – escupió antes de encerrarme en la diminuta habitación a solas.

No sé cuánto tiempo estuvimos a bordo, pero nada más desembarcar me arrastraron hasta el castillo y me dejaron en una celda oscura. Durante días, ese fue mi único refugio.

Después de todo lo ocurrido, estar a solas con mis pensamientos era lo que menos me convenía. Todavía recordaba las palabras de amor de Ramsay poco antes de exhalar su último suspiro sobre mis labios. El único consuelo que me quedaba era saber que lo había liberado de un futuro devastador. Además, antes de marchar hacia las Islas del Hierro, le había pedido a Jon que si guardaba el más mínimo aprecio por los Tarthon, que incinerase su cuerpo y pasara al siguiente capítulo de su historia.

A veces, en la oscuridad, entrecerraba los ojos creyendo percibir su figura como una sombra que me acompañaba. Desafortunadamente, no tardaba demasiado en darme cuenta de que eso era imposible.

Con el paso de los días, comencé a analizar los cambios que se habían producido en mi vida desde el momento en el que me presentaron ante Ramsay Bolton. No todo habían sido rosas, ni tampoco había olvidado el dolor del que aquel hombre había sido responsable. Ramsay había causado mucho daño. Demasiado. Y en algún momento debía pagar por él. Los Siete Reinos estaban mejor sin él, pero yo no. Yo había conocido su interior; había dado con la bestia y la había abrazado. El buen trato que tenía conmigo no le eximía del resto de sus pecados por más que lo desease.

Casi cuando comenzaba a creer que habrían decidido dejarme aquí por el resto de mi vida, dos soldados abrieron la puerta de mi celda y me sacaron a rastras. Las Islas del Hierro solían estar nubladas; pero aun así mis ojos se quejaron hasta que, por fin, consiguieron acostumbrarse a la nueva luz.

Los hombres me dejaron en una amplia habitación, sola de nuevo. Pronto noté que mi vestido estaba rasgado por numerosas partes y que apestaba. No podía verme el rostro, pero sería deplorable. Tras casi quince minutos de espera, apareció por la puerta Yara Greyjoy. Vestía de oscuro, con toda una armadura propia de un hombre. Su mirada se clavó en mi examinándome de arriba abajo.

- Vhaera... – comenzó. – ¿Cómo prefieres que te llame? ¿Tarthon? ¿Bolton?

Era fácil notar la burla en su voz. Afiné mi garganta antes de hablar:

- Me es indiferente.

Paseó dando un par de vueltas a mi alrededor antes de detenerse enfrente, con las manos agarradas a la espalda y el mentón en alto.

Una obsesión letal | Ramsay BoltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora