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Eddie revisó el casete, le era increíble que Richie le regalará uno. Aún no podía creerlo.

Repaso suavemente sobre las letras poco entendibles y desordenadas escrita con plumón negro. Richie nunca tuvo buena letra, y a veces era tan ininteligible que los profesores debían revisar sus exámenes con él a un lado leyéndole las respuestas.

Era gracioso, y Richie disfrutaba de la molestia que les hacía pasar.

Por mucho tiempo pensó que lo hacía propósito, pero después entendió que así era él.

Colocó el casete en el walkman y se puso los auriculares, dio play. La música comenzó con un piano, hizo una mueca, nunca había escuchado esa canción.

Pronto escuchó la voz de una mujer seguido por los coros de un hombre, sonrió, de a poco la canción comenzaba a volverse más fuerte e intensa. Le gustaba.

Cerró los ojos dejándose guiar por la letra. Para ser la primera canción, le había agradado bastante y esperaba que las siguientes también lo hicieran.

Nunca escuchó mucha música, su mamá no lo dejaba escuchar en casa ya que ella veía televisión, y decía que podría «darle ideas erróneas». Hizo una mueca, la música era eso. Música. ¿Qué ideas podría darle?

Tampoco es que se viera muy interesado en ella, con el tan poco conocimiento que tenía al respecto ni sabía que género le gustaba.

Se dejó guiar por el ritmo, era bueno. Cuando ya iba en la cuarta canción se percató que todas las canciones tenían una particular similitud.

Encontró un par de canciones que conocía, ya sea porque había escuchado al de lentes cantarla en voz baja de vez en cuando, o que Beverly colocaba en la radio del club subterráneo.

Bostezo, una vez termino todo el casete se dio cuenta que le encantó. Las canciones eran pegadizas y le agradaba el ritmo, así que se dispuso a agradecerle nuevamente al de lentes cuando lo viera. Dejó el casete y el walkman bajo su cama, no quería que su madre lo viera, y aunque muy pocas veces iba a su cuarto —ya que se encontraba en el segundo piso, y no le agrada subir las escaleras— a veces venía de imprevisto.

Suspiró, caminó a la ventana y la cerró. No la dejo con pestillo, nunca lo hacía ya que era normal que Richie apareciera ahí algunas noches a la semana y lo acompañará, en variadas ocasiones se había quedado a dormir y aunque el castaño nunca le había preguntado, intuía que su amigo tenía problemas en casa o con alguno de sus padres porque pasaba el mayor tiempo con él y casi no los mencionaba.

Se colocó su pijama, dejó su ropa a un lado ordenada y se acosto. Se tapó hasta el cuello y abrazó su cuerpo bajo las frezadas, no tenía frío, pero aún sentía un cosquilleo rodearle por completo.

Pensó en todo lo que hizo hoy. Desde que se levantó y terminó su tarea, hasta cuando Richie lo había acompañado hasta su hogar.

Sonrió inconscientemente.

Richie lo hacía sentir extraño, y no era estúpido, sabía que muy en su interior poseía sentimientos encontrados hacia el de lentes. Y muy a su pesar, estos eran más que simple amistad. Esto ya llevaba sucediendo hace un par de años, y no había sido capaz de hablar de ello porque aún no lo entendía.

Estaba enmarcado en su religión, era creyente, todo lo que correspondía a su creencia le calcaba una y otra vez que lo que sentía estaba mal. Era pecado. Se sentía mal consigo mismo, por muchos años estuvo luchando con esto y aún no podía dar paso adelante.

Era imposible.

Todos los domingos iba a esa iglesia bañada en sangre y mentiras. No quería decir que la religión estaba mal, o que Dios no existiera, no. Sólo que no comprendía el porqué tanto odio hacia los homosexuales. Él a un comienzo lo vió como todos, asqueado al imaginarse algo así, pero con los años su peor pesadilla se fue volviendo realidad; sus propios pensamientos se fueron en contra, y terminó sintiendo atracción hacia los chicos, o más bien, hacia su mejor amigo, Richard Tozier.

¿Cómo explicarse eso entonces?

A sus apenas 13 años rezaba todas las noches arrodillando junto a su cama. Deseando que aquellos pensamientos impuros y sentimientos no deseados desaparecieran de su alma. No quería ir al infierno. No quería que su mamá le viera con asco.

Mucho tiempo lucho con ello, y al no encontrar repuesta, al no ver una señal que lo ayudará a afrontarlo, terminó cediendo.

No podía controlar de quién enamorarse, y por más que por las noches rezara y llorara para que se le quitará, eso nunca sucedió.

Dios nunca le contestó.

Así que dejo de mirarse mal, comenzó aceptarse lentamente y pese a que hasta el día de hoy aún tenía dudas si lo que sentía estaba bien o mal, prometió que si encontraba el amor no iba a importarle su sexo.

Bufó.

Cerró los ojos y trató de dormir, dió reiteradas vueltas en su cama pero no logró conciliar el sueño, salió de su cama y caminó lentamente hacia el primer piso, pasó por el living donde divisó a su madre durmiendo en el sofá con el televisor prendido. Hizo una mueca; apagó el artefacto, tomó la frezada a un lado y la arropó. Su madre seguía como hace años atrás, hasta podría mencionar que con algunos kilos más, aún así no le dio mayor importancia y caminó a la cocina por un vaso de agua.

Bebió aquel líquido, miró su casa entre la oscuridad y sólo pensó por un segundo como sería todo si su padre estuviera vivo.

Si lo habría querido así.

Ese año se cumplirían 11 años desde que murió, y aunque Eddie ya lo había aceptado en su totalidad, su madre parecía muy enmarcada en seguir omitiéndolo olímpicamente.

Volvió a su habitación, se acosto nuevamente y cerró los ojos. Ahora si, logró dormir.

Por otro lado Bill Denbrough se encontraba en el living de su hogar. Todo estaba oscuro a su alrededor y no había ni el mínimo ruido. Sus padres se habían ido hace dos días, y aunque le habían dejado dinero y una pequeña nota mencionando que volverían dentro de 4 días más, no le agradaba la soledad que constantemente sentía ahí.

Sus padres no habían vuelto a ser los mismos después de lo sucedido con su hermano menor, y comprendía, él menos volvió a ser el mismo.

Pero nunca espero que ellos cambiaran tan radicalmente, a tal punto de ni siquiera darle atención y hacer como si no existiera. De las pocas veces en que ellos estaban en casa lo omitían, incluso cuando Bill intentaba preguntarles sobre sus trabajos o su día, ellos rápidamente se iban excusándose que debían realizar algo.

Bufó, desearía haber sido él en vez de Georgie.

Volvió a su habitación mientras dejaba a un lado su cuaderno de dibujo, cuando no se juntaba con sus amigos, o hacia sus deberes, normalmente dibujaba o escribía. Era algo que lo desahogaba y servía para distraerse de su solitaria vida.

Había estado escribiendo múltiples historias cortas de terror, no sabía de donde venía su inspiración «tal vez de lo vivido hace dos años atrás» pero a veces simplemente se despertaba con ganas de escribir por un par de horas.

Los dibujos que antes pertenecían totalmente a la pelirroja, ahora habían cambiando por cosas más ligadas a sus historias: Momias, hombres lobos, payasos, niños, etc.

Sonrió. Extrañaba aquel sentimiento que por un tiempo poseyó hacia Beverly Marsh, y aunque habían estado juntos por un tiempo, aquello no había florecido por miedo a que el padre de la pelirroja se enterara. Aún así se tenían gran cariño, y de vez en cuando solían verse más de lo normal, sus amigos conocían aquel difícil relación que poseían, y si bien ahora ya no era algo amoroso, solían apoyarse el uno al otro por la gran intimidad que adquirieron.

Reviso la hora, había llegado hace más de 2 horas y aún no lograba dormir. Mañana era domingo, así que no había problema en qué se quedara hasta tarde despierto. Se levantó y caminó a su escrito, tomó su cuaderno de escritura y comenzó a relatar las diversas historias que se creaban en su cabeza, algunas extraídas totalmente por su imaginación y otros sacados de viejos recuerdos.

Sería una larga noche.

𝐋𝐎𝐕(𝐒)𝐄𝐑 | REDDIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora