"La felicidad no es algo que se pospone para el futuro; es algo que se diseña para el presente."
— Jim Rohn
El aire nocturno rozaba mi rostro mientras caminaba junto a Joseph. Sentía que había algo en el ambiente, pero no podía descifrarlo. Mis pensamientos estaban dispersos; había estado tan ensimismada en los últimos días que ni siquiera recordaba la fecha. Lo único que sabía era que Joseph insistió en que nos tomáramos un descanso y saliéramos. Acepté, más por no discutir que por verdadero interés.
Llegamos a una puerta de madera con una placa que no reconocí, un pequeño café que Joseph mencionó haber descubierto recientemente. Al entrar, las luces eran suaves, casi demasiado tranquilizadoras para mi estado de ánimo inquieto. Pero algo no encajaba.
El pequeño café tenía un encanto acogedor, con paredes de ladrillo y luces colgantes que titilaban como estrellas. En el aire, el suave aroma del café recién hecho se mezclaba con la fragancia dulce de las flores frescas que Audrey había colocado en los centros de mesa. Todo se sentía tan cuidadosamente planeado que me hacía pensar cuánto tiempo habrían dedicado a esto. Era casi imposible no sentirse en casa.
Joseph me condujo hacia una sala al fondo, y, cuando empujó la puerta, todo pasó en un segundo. Las luces se encendieron, y un coro de voces conocidas resonó a mi alrededor.
—¡Sorpresa!
Mi corazón se detuvo por un segundo. ¿Qué estaba pasando? Las caras sonrientes de Audrey, Thomas y otros compañeros me miraban con expectación. Giré la cabeza hacia Joseph, quien me devolvió una sonrisa tímida.
De repente, todo hizo clic. Mi cumpleaños. Mi vigésimo primer cumpleaños. ¿Cómo había podido olvidarlo?
Mis ojos pasaron por el salón: las luces cálidas colgaban sobre nosotros, los globos dorados flotaban sobre las mesas, y un cartel improvisado en la pared decía "¡Feliz cumpleaños, Isabella!". Habían pensado en todo. Audrey y Joseph se aseguraron de que nada se les escapara.
—No puedo creer que hayan hecho esto —murmuré, más para mí misma que para alguien más. Pero antes de que pudiera procesar del todo, Audrey me envolvió en un abrazo fuerte.
—¡Claro que sí! —dijo con su energía inagotable—. Teníamos que hacer algo especial. Este año será diferente, lo prometo.
La calidez del abrazo de Audrey era reconfortante. Sentía su sinceridad, su cariño. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba sentir esa conexión humana, ese lazo que me recordaba que no estaba sola.
Thomas, con su habitual sonrisa cálida, se acercó después.
—Feliz cumpleaños, Isabella —dijo mientras me ofrecía una pequeña caja envuelta en papel brillante—. Es un pequeño detalle, pero quería agradecerte por todo este tiempo de clases juntos. Siempre es mejor cuando estás presente.
A pesar de la calidez de sus palabras, todo seguía sintiéndose surrealista. Los últimos días me habían envuelto en una nube que no podía sacudir del todo. Estar aquí, frente a todos ellos, me hacía sentir vulnerable. Pero poco a poco, la energía alegre de Audrey, Joseph, y mis amigos empezó a atravesar esa barrera.
Desenvolví el pequeño paquete y, dentro, encontré un llavero con una miniatura de una cámara antigua. Sonreí, recordando nuestras conversaciones en clase sobre lo mucho que me fascinaba el diseño retro.
—Gracias, Thomas. Es perfecto.
Antes de que pudiera decir algo más, Audrey apareció con el pastel en las manos: cubierto en crema de vainilla, decorado con fresas frescas. Su sonrisa se ensanchó cuando vio mi reacción.
—Pastel de vainilla y fresa —dijo, guiñándome un ojo—. No íbamos a tentar la suerte con chocolate, ¿verdad? Ya sabemos lo que pasa.
Una risa nerviosa escapó de mis labios. Recordé aquella conversación que tuvimos, mucho tiempo atrás, cuando bromeamos con que el chocolate estaba maldito y de alguna manera relacionado con los desastrosos cumpleaños que había tenido. Era un gesto pequeño, pero era Audrey en su esencia, siempre atenta a los detalles que a otros se les escapaban.
Mientras sostenía el cuchillo para cortar la primera porción del pastel, mis manos temblaban ligeramente. No era el frío ni el calor, sino esa mezcla de emociones que me envolvía. ¿Por qué me resultaba tan difícil dejarme llevar por la alegría del momento? La mirada de Joseph me dio fuerzas, y finalmente, el cuchillo se deslizó suavemente a través de la capa de crema.
De pronto, el silencio se llenó con la familiar melodía de la canción de cumpleaños. Todos comenzaron a cantar, aunque no perfectamente coordinados, resonaban en la pequeña sala con una calidez que no había sentido en mucho tiempo.
—¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz...!
Cuando terminaron, Audrey levantó su copa de jugo, como si estuviera celebrando con champán.
—¡Por Isabella! —dijo, radiante—. Este es tu año. Vas a conquistarlo todo, y estoy segura de que muchos más momentos felices están por venir.
Los demás levantaron sus copas, brindando conmigo, aunque mi cabeza aún se sentía un poco nublada. Las palabras de Audrey resonaban en el aire, pero no podía evitar preguntarme si en verdad sería capaz de dejar atrás todo lo que me atormentaba.
—Vamos, Isabella, pide un deseo —dijo Joseph, su voz baja y cercana, como un recordatorio suave de que él estaba ahí, siempre.
Miré las velas encendidas, las pequeñas llamas danzando en el pastel, y respiré hondo. Cerré los ojos un momento, pero en lugar de un deseo, lo único que podía sentir era la necesidad de paz. De algún modo, eso se convirtió en mi único anhelo: encontrarme a mí misma de nuevo.
Soplé las velas, sintiendo un extraño alivio cuando las luces parpadearon y desaparecieron.
El aplauso llenó la habitación, y Audrey, con su energía contagiosa, comenzó a repartir las primeras porciones del pastel. La charla entre mis amigos llenaba el espacio mientras saboreaban el dulce sabor de la vainilla y las fresas.
Thomas se me acercó de nuevo, sonriendo.
—No podíamos dejar que tu cumpleaños pasara desapercibido —me dijo—. Aunque hayas estado un poco alejada, sabemos lo importante que eres para todos.
Su comentario me hizo reflexionar. Había pasado semanas sintiéndome desconectada de todo y de todos, pero allí estaban, celebrando conmigo. Ese pequeño gesto me hizo darme cuenta de que, a pesar de mis ausencias, mis amigos seguían presentes, sin esperar nada a cambio.
Mientras veía a todos, mi mirada volvió a Joseph. No había dicho nada desde que me felicitó, pero sus ojos me seguían observando, atentos.
Me acerqué a él, sintiendo que las palabras no eran suficientes.
—Gracias por esto —le dije en voz baja.
—Te lo mereces, Isabella —respondió con una sonrisa tranquila—. Y este es solo el comienzo.
Lo observé por un momento, intentando procesar todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Sentía algo distinto, una ligera chispa de esperanza. No era el final de mis problemas, ni mucho menos, pero el simple hecho de que todos estuvieran allí, celebrando conmigo, me hacía sentir que tal vez no estaba tan sola como había pensado.
Nos alejamos un poco del grupo, buscando un rincón más tranquilo. Él se quedó en silencio por un momento, y luego me miró de manera que solo él sabía hacerlo, como si pudiera ver a través de mi armadura.
—Sé que no ha sido fácil para ti —dijo en voz baja—, pero quiero que sepas que estoy aquí. Siempre.
Tragué el nudo en mi garganta, mis ojos fijos en el suelo.
—No sé cómo agradecerte por todo esto, Joseph. A veces siento que ni siquiera merezco esto...
—Tonterías —dijo, su tono firme pero suave—. Te mereces esto y mucho más.
Mientras la noche avanzaba y las conversaciones se volvían más tranquilas, sentí algo diferente dentro de mí. No era un cambio repentino, pero era el inicio de algo. Este cumpleaños, esta pequeña sorpresa, me había hecho recordar que, aunque me sintiera perdida, no estaba sola. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar el camino de regreso a mí misma.
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Mundos Oscuros [Editando]
Teen FictionIsabella Fernández ha construido muros altos y gruesos alrededor de su corazón, levantados por la traición de su padre y la pérdida de su madre. Aunque vive en la vibrante ciudad de Los Ángeles y asiste a una prestigiosa universidad, se siente atrap...