CAPITULO 22: Abismo de sombras

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"Pueden encerrar el cuerpo, someter la piel, pero nunca alcanzarán el lugar donde aún habita el alma."


Las paredes se han convertido en enemigas, al igual que todo aquí. Cada día, este cuarto parece encogerse, como si intentara aplastarme en su oscuro abrazo. La única luz que veo es un rayo pálido que se cuela por una rendija en la ventana alta, inaccesible, demasiado distante para traer consuelo. He perdido la cuenta de las horas, los días, incluso las semanas. El tiempo ya no tiene sentido, y me siento atrapada en una cápsula de desesperanza, un limbo en el que ni siquiera puedo soñar con algo más.

Mi cuerpo está quebrado. He adelgazado tanto que apenas reconozco mis extremidades; mi piel, estirada y frágil, parece la de otra persona. Cada músculo duele, cada hueso se queja, cada respiro se siente como un esfuerzo monumental. Las ojeras hundidas bajo mis ojos son profundas y oscuras, marcas permanentes de todo lo que he perdido, de todo lo que se me ha arrebatado aquí. Pero aún resisto. Soy Isabella. Aunque trate de quebrarme, aunque me haya encerrado y desgastado de mil formas, no voy a concederle la victoria.

La puerta se abre. La figura de Damon llena el umbral, y un escalofrío recorre mi piel mientras él entra, moviéndose con la confianza de quien está seguro de tener el control. A su manera perversa, cada día intenta convencerme de que esto es por mi bien, de que de algún modo "está cuidándome." Su voz es suave, casi amable, mientras dice que algún día lo entenderé. Que hay razones detrás de todo, que solo debo "abrir los ojos."

Lo miro, vacía de respuestas. El odio y el rechazo hacia él son todo lo que me queda. No concederle mi voz, no mostrarle que sus palabras me afectan es la única forma en que aún puedo resistir. Dentro de mí, construyo un muro que lo mantiene fuera, una barrera de desprecio tan fuerte que siento que podría arderle si lo rozara. Y me prometo una vez más, como cada día, que él jamás, jamás, ganará mi respeto ni mi amor. No importa lo que intente, no importa cuánto tiempo me retenga. Eso es lo único que aún me pertenece, y no pienso cederlo.

Y sin embargo, el miedo no me deja. Las imágenes de aquella noche regresan sin ser llamadas, llenando cada rincón de mi mente. Recuerdo el frío del suelo en la cocina, la oscuridad, el temblor de mis manos mientras buscaba algo que comer. Lo escuché llegar, pero no imaginé... no imaginé que esa sería la noche en que mi cuerpo dejaría de ser mío. Lo que él hizo, lo que me obligó a soportar, aún me persigue.

Trataba de defenderme, de apartarlo, de pelear con las pocas fuerzas que tenía, pero fue inútil. La violencia en sus manos, el dolor en mi piel cuando lo rasguñé, cuando intenté clavarle las uñas, cuando intenté cualquier cosa para detenerlo... todo fue inútil. Su fuerza me sobrepasaba, y la impotencia me destrozó. No importa cuánto grité por dentro, no importa cuánto supliqué que se detuviera. No se detuvo. Y cada segundo de esa noche permanece en mí como una marca, una herida que ni el tiempo borrará. A veces, ni siquiera sé si fue real. Pero sí lo fue. La desesperanza de ese momento es lo único que no se va, y el desprecio que siento hacia él es mi único escudo.

Aunque estoy rota, en algún lugar dentro de mí aún queda algo que se rehúsa a rendirse. Quizás sea una promesa silenciosa que me repito cada vez que sus palabras llenan el cuarto, cada vez que él intenta doblegarme. No va a ganar. Por mucho que intente manipularme, por mucho que crea que puede controlarme, sé que no logrará tener mi corazón. Esa es la única certeza que me queda, y me aferro a ella como si fuera la última cuerda que me sostiene en este abismo.

Pero incluso esa cuerda empieza a deshilacharse cada noche, cuando los recuerdos regresan a atormentarme. Cierro los ojos, deseando que esta oscuridad me devore para no tener que enfrentarlo nuevamente. Pero no hay paz. Las imágenes de sus manos, sus palabras, su mirada fría están siempre ahí, como sombras en el borde de mi visión, como si él nunca se fuera, como si mi mente hubiera quedado atrapada para siempre en ese instante.

Cada noche, me despierto con el cuerpo tenso y los músculos doloridos, mi mente llena de fragmentos, recuerdos y temores que se mezclan en un bucle interminable. Ruego, en silencio, que el tiempo avance rápido, que algo, cualquier cosa, cambie. Porque aunque aquí sé qué esperar, sé que enfrentar un nuevo día significa enfrentar el mismo infierno. Y aún así, sé que si permito que mi odio se disipe, si dejo de luchar contra él, entonces sí perderé todo.

Sigo siendo Isabella. En algún rincón de esta oscuridad, eso aún significa algo.

Mundos Oscuros [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora