💌 Carta 55 💌

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¡Querido Diario!

Hoy por la mañana me dieron de alta, y ya que Luca me había dicho que no vendría porque tenía que hacer y entregar más trabajos extras para seguir justificando sus faltas en el instituto y así no perder el semestre; papá me invitó a tener un día entero de padre e hija. Solo él y yo.

Primero lo acompañé a su trabajo. Aquello me recordó a cuando era niña y siempre que podía lo acompañaba a todo lado que fuese. Recuerdo que me encantaba pasar tiempo con él, incluso si sólo estábamos en su oficina yo me la pasaba de lo más divertido. Había tantas cosas interesantes allí.
Recuerdo que un día le pedí que me llevase, a lo que él dijo que no y se fue.

Aquel día no me dió ninguna explicación, y hasta hoy en día no se la he pedido, y después de ese día tampoco volví a acompañarlo a su trabajo. Así que cuando regresé después de casi diez años de no ir, todos los compañeros de mi padre que me conocían de aquellos tiempos me estrecharon entre sus brazos con mucha efusividad y muchas palabras de aliento. Al princio fue extraño, pero no tardé en acostumbrarme a la efusividad del momento.

Después de toda aquella escena llena de abrazos y risas, papá decidió que era buena idea alejarnos del bullicio así que fuimos por un helado para comer mientras caminábamos por las tranquilas calles de septiembre.

Platicamos, al principio me pareció que hablaba con un extraño, pero lo observé detenidamente y me di cuenta que era mi padre.
Aquel hombre frente a mi de cabellera escarchada era mi padre, con el cual no había comido un helado desde hace diez años. Lo curioso es que le veo todos los días, pero me sentía como si no lo hubiese visto desde hace mucho.

Él no suele ser una persona transparente o muy expresiva, pero en ese momento me pareció la persona con más sentimientos del mundo.

— ¿Ahora qué quieres hacer? — indagó tras dar un lengüetaso a su helado

— Conducir — respondí sin duda — En carretera

Mi padre frunció el ceño y me miró como si estuviese loca.

Al principio pareció querer negarse a la petición, pero terminó por aceptar y nos encaminamos al coche.

— Yo conduzco — anuncié cuando papá abrió la puerta del coche

— Tú no sabes conducir

— Enséñame, entonces ...

Papá condujo hacia la carretera más cercana, y ya allí fue donde me cedió el puesto de piloto. Dijo que aquella carretera era vieja y poco transitada debido a que en la actualidad se habían hecho rutas alternas y más rápidas así que la gente había optado por olvidarla.

Con las manos al volante y supervisión de mi padre conduje por la solitaria calle. Papá vigilaba que fuese a velocidad moderada, o poco menos de lo establecido para evitar algún tipo de problema, pero yo quería más, yo necesitaba más energía en mi cuerpo, necesitaba volar.
Por el rabillo del ojo observé a papá, su semblante era tranquilo pero alerta, y en cuestión de segundos cambio a uno de susto cuando aumente la velocidad sin previo aviso. Solté un grito agudo que me hizo desgarrarme la garganta, aunque no de dolor como otros pensarían, sino de euforia, de adrenalina.

— ¡Haysel! — exclamó papá, con el terror en su mirada

No obstante seguí mi rumbo por la carretera hasta que el coche se quedó sin combustible y nos vimos obligados a quedarnos varados a mitad de la nada hasta que después de unas cuantas horas alguien pudo auxiliarnos.

¿Entonces? Entonces sentí que por fin estaba con papá. Yo era una niña de ocho años jugueteando con su padre antes de que el caos llegara. 


11:55pm.

Con amor, HayselDonde viven las historias. Descúbrelo ahora