2 | Mundo de tinieblas

3.9K 312 78
                                    

Perséfone estaba asustada.

Despertó adolorida y temblando del frío. Por un momento creyó quedar ciega por toda la negrura que la absorbía, al ver sus manos temblorosas y llenas de tierra supo que los nervios la hacían polvo.

No tenía idea alguna de dónde estaba ni la razón de ocurrente castigo en el que se vio sometida.
No tenía idea de lo que pasaba. Guardando silencio con el ramillete de flores aferrado a su pecho quedó varada en la oscuridad.

El eco de pisadas y murmullos a su alrededor no eran mejores para hacer la escena acogedora. Tenía frío, temblaba de los nervios y temía a volver a gritar con tal de no rebelar su paradero.

Desde el silencio sonó una voz profunda que la alertó hasta pararse de las rocas labradas en que yacía.

—Entiendo tu sentir, Perséfone, pero no hay nada que temer. Estás a salvo bajo mi cobijo.

Buscaba por todos lados al respectivo dueño de aquella voz a pesar de que era en vano. Intentó orientarse, pero en un tropiezo cayó de bruces al piso. Jadeó sin aire, nunca antes había sentido dolor.

¿Por qué sentía todo ello? ¿Cómo era posible sentir tanto dolor y miedo a la vez? ¿Qué tipo de castigo era ese?

—¿Quién eres? —preguntó la pequeña diosa creando eco con su voz desde el piso—. ¿Qué es este lugar?

La voz tardó en contestar hasta que Perséfone se arrodilló tambaleante.

—Este es el Inframundo, hogar de las almas purgatorias y perdidas de los mortales. Mi hogar como ahora es el tuyo.

—Hades... —concluyó Perséfone. Este, al haber sido descubierto no temió más a esconderse bajo la sombra más oscura. Se alzó sobre la penumbra que irradiaban las veladoras dejándose ver, un paso tras otro fue tomando forma ante los ojos de Perséfone que le veía anonadada por la impresión. Sus mejillas perdieron color junto a una mueca.

Era un hombre esbelto, demasiado pálido con una melena azabache peinada apenas rozando sus hombros, vistiendo sus mejores galas como primer encuentro entre dioses.
Perséfone se sintió intimidada por su figura, había escuchado rumores por el señor del Inframundo a murmullos por otros dioses, pero nunca creyó ver al Inframundo encarnado en un cuerpo como tal.

—Mi Perséfone... —intentó Hades, acercándose a ella.

—¿Por qué me has traído aquí? —explotó en lágrimas de desesperación—. Exijo que me devuelvas con mi madre.

—Lo que me pides es imposible de cumplir. Tu madre me ha concedido tu responsabilidad, ahora yo cuido de ti.

Una lágrima tras otra recorrían el rostro de Perséfone. Esto no era lo que creía de su madre. ¿Abandonarla en manos del dios de los muertos? ¿Qué era esto?

—No. ¡No! ¡Nunca! ¡Me niego a pertenecer al hombre que me separó de los brazos de mi madre!

Hades no respondió a sus palabras, en realidad soltó un resoplido aplaudiendo un par de veces antes de que más velas de las que creía iluminarán su alrededor.

—No tienes opción —le contestó déspota.

La neblina se disipó casi por completo a diferencia de la oscuridad.

Enormes bloques de roca llenos chamusca negra alzaban alargadas paredes a un techo con un enorme candelabro de velas, telarañas y huesos labrados.

Varias almas yacían a su alrededor viéndola curiosos. Muy pálidos y transparentes, no quería verle directo a los ojos.

Perséfone no podía estar viviendo una pesadilla más horrible que aquella. De un susto jadeó al sentir una fría mano tirar de ella hacia arriba, era el mismo Hades quien la ayudaba a levantarse. No encontró mejor modo para interceptarlo.

Lo miró a centímetros de su rostro. Aferró sus manos a su ropaje desesperada. No quería estar en aquel lugar.

—No pertenezco aquí.

—Perséfone.

—Hades, te lo suplico, devuélveme a mi hogar.

Él dejó escapar una risa cínica retirando las manos de Perséfone de sus vestimentas de forma hostil. Ella cayó de espaldas sin separar los ojos de él.

Los rumores que había escuchado de Hades y el Inframundo quedaban a pocas palabras de lo que realmente presenciaba con sus propios ojos, estar de cara frente a él era como desear la muerte pero sin saber que ese era tu único lugar de destino.

Hades se reincorporó mostrándose imponente debido a su altura junto al mal semblante que mostraba. La mirada que expresaba perforaba cada parte de Perséfone desde muy dentro. Dicho dios le dió la espalda antes de disolverse en neblina oscura.

—Este es tu hogar.

*

Rumores fueron lo que creíste como 'absoluto' en vez de una diminuta vista a la realidad.

K O R EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora