21 | La calma del ruido

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Agradecía por la gran compañía de las almas que le rodeaban en el centro de la plaza, todos unidos rezando con fervor por el bien del señor Hades. Era un ambiente de total calidez allí frente a la fogata como señal de esperanza. Tomada de las manos junto a Hécate que había insistido en estar cerca suyo y a la mano de una ninfa del Inframundo que había sido fiel a su causa de búsqueda de almas perdidas.
Perséfone intentaba con todo su ser mantenerse enfocada en orar, sin embargo, fue imposible con tantas cosas pasando por su cabeza. Comenzando al despertar hecha pánico de ese sueño de ella misma y teniendo la mala suerte de ser recibida por un preocupado Morfeo.

*

—¿Tú sabes... lo que sucedió?

El dios alado removió sus alas inquieto a resolver la pregunta.

—Una mujer llegó a mí con la noticia sobre la señora del Inframundo desmayada a la mitad del bosque. Fue algo que tuve que confirmar con mis propios ojos, fue un inevitable golpe a mi orgullo saber de su malestar.

Perséfone asintió con la cabeza.

—Qué vergüenza —comentó pensando en lo débil que se dejó ver, tenía que ser fuerte, ser la luz que los guiará a todos. No alguien por quien sentir compasión—. Le agradeceré en persona por su atención.

Fue un pequeño impulso de adrenalina lo que la hizo saltar de la cama para que dos segundos después le abandonase por completo para dejarla tambalear en busca que algo a que aferrarse. Hubiese terminado en el suelo de no haber tomado con fuerza un tapiz decorativo que colgaba cerca así como Morfeo sosteniéndola por la cintura. Fue allí donde miró que su corazón latía demasiado rápido y apenas podía respirar.

—Debes descansar.

—No. Nada malo pasa conmigo, Morfeo, sólo estoy cansada.

—Estás enfermando, Perséfone. Sino fuera porque te adoran por salvarlos tendrían verdadera lástima por tu condición.

No hubo más grande silencio que el que se hizo cuando Morfeo abofeteó su orgullo. Perséfone tenía tantas ganas de hacerlo disculparse de rodillas, pero se mantuvo hecha una furia en silencio porque no usaría su estatus para obtener sus deseos rencorosos.

Sonó un bufido molesto a una pregunta molesta que haría todo aún peor:
—¿Has comido algo en los últimos días?

Con esa pregunta Morfeo no obtuvo nada más que no fuera crear un ambiente aún más tenso que antes.
Ella no planeaba verle a los ojos hasta que le ofreciera una disculpa por haberla menospreciado en su cara. ¿Darle lástima a las almas para cumplir su deber? Jamás había estado en su mente esa idea tan absurda.
Tal vez si, parecía enferma por lo pálido de su piel pues no había tocado ni un rayo de sol en los incontables días en el Inframundo sumándole su abstinencia a los frutos de allí y tener ese viva imagen de ella en su sueño muerta en vida. Cada acción por más sencilla que fuese se sentía como un verdadero reto para ella día tras día. Sin embargo, debía seguir.
No se detendría hasta que él volviese.

Mientras tanto, esa pregunta... esa maldita pregunta...
La pregunta de Morfeo seguía haciendo eco por todos lados hasta incomodar a Perséfone a niveles exorbitantes hasta obtener una pobre, pero certera respuesta a la pregunta capciosa de Morfeo.

—Sabes bien que no puedo comer.

Perséfone gruñó por lo bajo, odiaba que tocaran el tema de la comida con tanto descaro.
Sí. Estaba hambrienta. Deseaba tanto poder comer ramos enteros de uvas, pan y frutas. Deseaba tanto poder masticar hojas de romero o siquiera revivir el suave tacto que recordaba de los pétalos de rosas.

K O R EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora