8 | Escucha al otro lado

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—Haz una maldita jugada, Perséfone, o la haré yo —reclamó Hades después de haberla esperado por minutos inmensos en su sofá favorito. Ella levantó su mirada cambiándola de confusión a molestia falsa.

Tal vez no tenía la misma percepción del tiempo que él, pero ya llevaba casi media hora mirando el tablero sin hacer nada. Cosa que sacaba de sus casillas al señor del Inframundo.

—Pero eso sería trampa, tú lo dijiste.

Estaba hasta los cojones de haber tenido la fabulosa idea de mantenerla entretenida de un modo más estratégico como contrincante en unas cuantas partidas de ajedrez en las que antes tuvo que enseñarle a jugar como se debe, las reglas, las piezas y el objetivo. A pesar de que Hades llevaba casi ocho rondas de juego ganadas, la Perséfone abrumada no se rendía y tampoco veía demasiados logros de su esfuerzo.

Se sorprendió de estar allí a su lado intentado recordar cómo se movía el alfil mientras maldecía entre murmullos.

Eso era gracias a él.

En sus pocos días jugando juegos de estrategia —como el ajedrez—  su experiencia era casi nula por lo obvio, terminaba derrotada en manos de Hades. Diciendo barbaridades que harían a cualquier mortal respingar por ver a tal jovencita decir esas palabras, pero a Hades sólo le causaban diversión.

'Carajo' se volvió su nueva palabra favorita.

Decirla, gritarla, susurrarla, hacerla sonar con su misma voz como la vez que chocó con uno de sus esqueletos camareros, la miró por las siguientes horas tendida en el piso tratando de ayudar al ente de huesos a reorganizarse como de costumbre, pero a diferencia de otras veces se confundía con facilidad sobre cual pieza ósea estaba en su lugar indicado. Hades no pudo evitar reír al verla frustrada de levantar al pobre esqueleto deforme y derrumbarse en el piso tras su intento.

Admitía para él mismo que tenía eones sin reír de tal forma, desde aquella vez que le hizo caer una lluvia de anguilas a Hera con ayuda de su hermano, Poseidón. Desde ese entonces no había dado una carcajada tan fuerte que le hiciera sentirse vivo como en los viejos tiempos.

Perséfone suspiró en un gruñido por no entender en lo absoluto el ajedrez.

—Esto es un castigo cruel de tu parte si quieres una disculpa aquí está, lo lamento —comentó en un hilo de voz. Hades no pudo evitar sentirse tentado porque Perséfone tocaba el tema por voluntad propia o que le llamara cruel sin haberlo visto alguna vez en su peor forma—. Sólo... tenía curiosidad de cómo estaba el Inframundo.

No sonaba que estuviera mintiendo, los últimos días la había mantenido recluida dentro del castillo sin contacto con ningún ser que no fuera él o sus esqueletos. Comprendía su interés de querer salir y respirar un poco, pero no podía permitir que paseara por su castillo sin comprender lo peligroso que era.

Jugar ajedrez fue su sutil manera de castigo para vigilarla por haberla encontrado en la atalaya de vigilancia de su castillo, la torre más alta y deteriorada de todas. No podía culparla por esa verdad, pero no tenía sentido de haberla encontrado allí. ¿Cómo fue que llegó? ¿Sabíadel camino? ¿Accidente? ¿Casualidad?

—La curiosidad te ha metido en más problemas de los que crees.

—No estaba haciendo nada malo —dijo con tal seriedad a la vez que movía un peón una casilla adelante. Su jugada cambió haciendo dudar a Hades.

¿Perséfone ahora sabía de jugadas? ¿Qué era lo que intentaba hacer?

—Pudiste haberte lastimado.

—Pero no sucedió nada —dijo moviendo una pieza sin pensarlo. Hades hizo otra jugada después de ella para mirarle a los ojos. Algo había cambiado—. No necesito una niñera.

K O R EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora