16 | Lycoris radiata

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Todo era una irremediable nada de la que no podía escapar, que la torturaba a su manera.

Respiraba oscuridad, se filtraba por los poros de su piel, por más que parpadeara no lograba distinguir incluso la tonalidad de sus manos.
No podía escapar de ella. Agonizaba entre jadeos. Se sentía muy sola y perdida. Lo único que le dada un poco fuerza a sus pensamientos era rememorar su objetivo principal por el cuál quiso sumergirse en oscuridad absoluta.

Accedió por voluntad propia a las súplicas de Nix sin saber que lo que vendría después sería brutalmente desgarrador. Sería la prueba decisiva para designar su vida abnegada al Inframundo para salvar a todo tipo de vida en el mundo mortal. Era un gran peso en su espalda con el que cargar, una gran oscuridad que de igual forma la carcomía sin compasión.

Ahora Perséfone se encontraba en un limbo para enfrentar a la oscuridad de su interior.

"Para iluminar a los afligidos, tendrás que ser su luz. Perderte en la oscuridad y encontrarte". Eso fue lo que dijo, pero era tan abrumador que le parecía imposible.

—¿Por qué opones fuerza? —siseó una voz haciendo eco en cada parte de su ser. No sabía a quién le pertenecía o si era su propia conciencia.

Perséfone apenas podía comprender sus palabras como para decir una respuesta coherente. Debía mantener rígido el cuerpo, así como su respiración intentando no dejarse llevar por esa abrumadora sensación de vacío. De nada. De oscuridad.

Murmullos de risas y el sonido de arrastramiento le hacían retorcerse al pensar que era una serpiente la que la estaba torturando, pero al afinar más sus sentidos se dio cuenta de que era una marañas de raíces rasposas a su alrededor sin piedad alguna, la ataban, ahorcaban y rasguñaban su piel.
¿De dónde podía emerger una voz a partir de un ser sin cuerdas vocales? No tenía idea y eso lo hacía aún más confuso.

Perséfone jadeó desde el fondo de su ser al sentir otra oleada de poder queriendo emerger de su control, arremolinándose añorando por escapar y perderla aún más.
Se desgarraba desde el interior con las espinas de su incomprensible poder y torturada desde el exterior por esa raíces hasta retorcerse.
Más risas maliciosas, Perséfone no podía dejarse perder.

—¿Qué clase de reina es aquella que no gusta de regocijarse de poder?

Al límite que su cuerpo le permitía, volvió a controlar el poder de su interior hasta hacerle sentir como si fuera un nudo en el estómago que pronto acabaría con ella.

Nix le había advertido de no tener conversaciones con esas voces, a pesar de ello no pudo evitar saberlo. Se escuchaban tan parecidas a las voces de sus sueños, incluso de sus pesadillas y de aquella vez que fue vestida con una corona estando en lágrimas.

—No soy ninguna reina —murmuró adolorida escuchando risas por todos lados.

—No aún.

Volvió a jadear. Era imposible. Se hacía añicos a ella misma. Se hizo pequeñas en su propia piel.

—Detente. ¿Por qué haces esto?

Chistó risillas antes de contestar.

—Mi propósito nunca importará, me alimentas a la misma magnitud que me matas. Soy tú, Perséfone. Soy tu miseria, la parte más oscura de tu ser, no tengo razón alguna de existir como de morir. Siempre estaré aquí, contigo.

Todas las sensaciones como el dolor la abrumaban para hacer que el tiempo pasase más lento en ella. No podía controlarlo, sentía que incluso respirar dolía.

K O R EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora