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Cuando Katniss despertó a la mañana siguiente y vio que Peeta no estaba junto a ella, se sintió invadida por el pánico al pensar que podía haberla abandonado allí, en la montaña. Tenía las manos desatadas y eso la asustó aún más, porque ¿qué razón tendría para liberarla a no ser que hubiera planeado marcharse? Todavía medio dormida, y con el pelo cayéndole sobre los ojos, se puso de pie luchando por mantener el equilibrio y abrió la puerta precipitadamente, para luego salir corriendo al exterior. El aire frío se deslizaba entre sus piernas desnudas y se magulló los pies con las piedras y ramitas que cubrían el suelo.

—¡Peeta!

Él salió de inmediato del cobertizo con el cubo de agua en una mano y el revólver en la otra.

—¿Qué ocurre? —preguntó con dureza mientras sus ojos la recorrían de arriba abajo.

Katniss detuvo su precipitada carrera, consciente de pronto de su semidesnudez y de lo frío que estaba el suelo bajo sus pies descalzos.

—Pensaba que te habías ido —respondió con voz forzada.

La mirada de Peeta se volvió glacial y su duro rostro permaneció inexpresivo.

—Vuelve adentro —le ordenó finalmente.

Katniss sabía que debía hacer lo que le decía, pero la inquietud la hizo vacilar.

—¿Cómo te encuentras? No deberías estar cargando agua todavía.

—He dicho que vuelvas adentro. —Su voz sonaba totalmente calmada, pero su tono hizo que sonara como un latigazo. Katniss se dio la vuelta y regresó con cuidado a la cabaña, haciendo gestos de dolor al sentir cómo el áspero suelo hería las tiernas plantas de sus pies.

Una vez dentro de la cabaña, abrió una de las ventanas para tener algo de luz y examinó su ropa. Estaba rígida y arrugada, pero seca y, lo mejor de todo, limpia. Se vistió apresuradamente, temblando de frío. La temperatura parecía más baja que la de la mañana anterior, aunque quizá esa impresión se debiera a que había salido al exterior con sólo una camisa cubriendo su cuerpo y a que Peeta no había reavivado el fuego antes de salir.

Tras peinarse con ayuda de los dedos y recogerse el pelo, aña­dió leña al fuego y empezó a preparar el desayuno sin apenas reparar en lo que estaba haciendo. Su mente estaba centrada en Peeta, aunque sus pensamientos inconexos iban de un tema a otro. Tenía mucho mejor aspecto esa mañana. La fiebre no apagaba sus ojos y ya no parecía demacrado. Seguramente sería demasiado pronto para que estuviera haciendo cualquier trabajo físico, pero, ¿cómo se suponía que tenía que impedírselo? Sólo esperaba que no se le abrieran los puntos del costado.

Intranquila, se preguntó también cómo era posible que hubiera conseguido salir de la cabaña sin despertarla. Desde luego, le había costado mucho dormirse y estaba muy cansada, pero normalmente tenía el sueño ligero. Además, él también había estado despierto durante mucho tiempo. No se había movido inquieto ni había dado vueltas, sin embargo, Katniss había sido muy consciente de la tensión de sus brazos y de su cuerpo mientras la abrazaba. Sólo habría hecho falta una única palabra o un gesto por su parte para que él la hubiera hecho suya.

Katniss se había sentido tentada varias veces de abandonar toda prudencia y decir aquella palabra, y ahora se sentía avergonzada al reconocer ante sí misma lo cerca que había estado de ofrecer su vir­ginidad a un forajido. Ni siquiera podía consolarse a sí misma pen­sando que había resistido la tentación gracias a sus altos principios morales o para preservar su reputación y su dignidad; era sólo la pura cobardía lo que había impedido que se entregara a él. Había sentido miedo. En parte había sido un simple miedo a lo descono­cido, aunque también había sentido temor a que él pudiera hacerle daño, tanto emocional como físicamente. Katniss había tratado a mujeres a las que hombres muy poco cuidadosos y demasiado brus­cos habían hecho daño, y sabía que, de todos modos, la primera vez era dolorosa para cualquier mujer. Aun así, sentía tanto deseo por él que habría cedido si sólo se hubiera tratado de eso, pues deseaba saber cómo sería entregarse a un hombre, acunar su duro peso, acoger su cuerpo en el suyo.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora