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Peeta se levantó de la cama y Katniss abrió los ojos con dificultad, sintiendo que necesitaba desesperadamente unas cuantas horas más de sueño. Después de todo, había pasado despierta la mayor parte de la noche.

—¿Ya ha amanecido? —dijo con la esperanza de que no fuera así. Sin el calor del fuerte cuerpo masculino junto a ella, el frío se deslizó entre las mantas y la hizo estremecerse.

—Sí.

Katniss se preguntó cómo podía él saberlo cuando el interior de la cabaña, con la puerta cerrada y las ventanas cubiertas, estaba oscuro como si fuera plena noche. La joven apenas podía distinguir el contorno de su silueta bajo el pálido resplandor de los rescoldos de la chimenea. Por un momento, se preguntó por qué había aún brasas encendidas. Entonces, los acontecimientos de la noche pasada acudieron a su mente y no sólo recordó por qué el fuego había sido reavivado durante la noche, sino también por qué no había dormido mucho. El alto cuerpo de Peeta estaba totalmente desnudo, al igual que el suyo. Katniss se acurrucó en el lecho sintiendo la rigi­dez de sus muslos y una persistente molestia entre sus piernas. Rememoró todo lo que él le había hecho y la cegadora convulsión de sus sentidos, y deseó poder quedarse escondida bajo la manta durante el resto de su vida. ¿Cómo podría comportarse de una forma normal, cuando cada vez que lo mirara recordaría las intimidades que habían compartido esa noche? Él la había visto desnuda y le había mostrado su propio cuerpo; la había penetrado, había lamido su pecho y, Dios Santo, había puesto su boca sobre su parte más íntima de la forma más escandalosa posible. Katniss no se creía capaz de mirarle a la cara.

Peeta añadió leña al fuego, y cuando las llamas se reavivaron, la joven pudo verlo con más claridad. Cerró apresuradamente los ojos, pero no antes de que la imagen de su musculoso y desnudo cuerpo quedara grabada en su mente.

—Vamos, pequeña, levántate.

—Enseguida. Ahora hace demasiado frío.

Escuchó cómo él se vestía y luego el silencio inundó la cabaña. Su piel se erizó a causa del frío y Katniss se obligó a abrir los ojos.

Sorprendida, observó a Peeta sosteniendo su camisola frente al fuego para calentarla. Él le dio la vuelta a la prenda, volvió a colocarla cerca de las llamas para eliminar el frío de la tela y después la arrugó entre sus manos para mantener el calor mientras la metía bajo la manta. Sentir el tacto del cálido algodón contra su piel fue una sensación maravillosa. Confusa, Katniss se quedó mirando a Peeta fijamente cuando le vio coger sus pololos para repetir aquella delicada gentileza.

La joven se puso la camisola sin destaparse, sin embargo, su mente ya no estaba centrada en la vergüenza de tener que mirarle a la cara, o incluso de estar desnuda frente a él. Peeta deslizó los polo­los por debajo de la manta e, inmediatamente, cogió su blusa y la sostuvo frente a las llamas con expresión absorta. El corazón de Katniss se aceleró dolorosamente y casi se echó a llorar mientras se ponía su ropa interior. Había conocido el terror en sus manos, pero él también había mostrado una tosca preocupación por su bienes­tar. La había poseído, le había hecho daño, pero luego la había cui­dado y le había hecho sumergirse en un oscuro torbellino de pasión. Cuando le pidió que le hiciera el amor, creía estar medio enamora­da de él; sin embargo, ahora sabía que sus sentimientos por Peeta iban mucho más allá. El cuidado que ponía en calentar su ropa la cogió desprevenida y cambió para siempre algo fundamental en su interior. Katniss pudo sentir cómo se producía aquel cambio en lo más profundo de su alma y se quedó mirando a Peeta con ojos atur­didos y afligidos, reconociendo claramente lo que le estaba suce­diendo. Lo amaba y su vida nunca volvería a ser la misma.

—Aquí tienes. —Peeta le acercó la blusa, la ayudó a ponérsela y luego le frotó los brazos y los hombros para que entrara en calor—. Voy a por un cubo de agua fresca mientras acabas de vestirte.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora