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—Vamos a casarnos —afirmó Peeta con gravedad.

Katniss cerró los ojos para ocultar su mirada. Estaban en una habitación de hotel de El Paso. La puerta estaba abierta y la joven era muy consciente de que Abernathy estaba fuera y de que no quitaba la vista de encima. Habían viajado sin pausa durante seis semanas y el marshal sólo había desatado a Peeta esa mañana, advirtiéndole de que dispararía primero y preguntaría después, en el caso de que hiciera algún movimiento brusco. Katniss había dudado de que fueran a entrar en alguna ciudad, pero necesitaban provisiones urgentemente y Abernathy no había estado dispuesto a dejarlos solos en las afueras. De alguna forma, Peeta lo había convencido de que se registraran en un hotel para que Katniss pudiera disfrutar de una buena noche de descanso. Y la joven sabía muy bien el motivo de su preocupación.

—Porque estoy embarazada —dijo Katniss con voz grave. Había estado segura de ello durante casi un mes, desde que no tuvo su menstruación, aunque lo había sospechado desde el mismo día en que Peeta le había hecho el amor en el campamento apache. Evidentemente, él también lo había sospechado, porque esos agudos ojos habían notado hasta el más mínimo síntoma.

Katniss ni siquiera sabía cómo debía sentirse. Se suponía que tendría que estar aliviada por el hecho de que Peeta deseara casarse y darle así un apellido al bebé, pero ahora tenía que preguntarse, con cinismo, si habría deseado casarse con ella en caso de que no hubie­ra estado embarazada. Probablemente era una acritud un tanto absurda por su parte, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraban, sin embargo, le hubiera gustado que él lo hubiera deseado sólo por ella.

Peeta vio el dolor en sus ojos y el instinto le dictó las palabras que Katniss necesitaba oír. Le había prestado tanta atención en busca de signos, o de la ausencia de ellos, que le indicaran si estaba embarazada, que se había convertido en un hábito para él estudiarla buscando los más pequeños matices de expresión. La abrazó con fuerza e hizo que apoyara la cabeza contra su hombro para acunarla con ternura, ignorando a Haymitch, que los observaba desde fuera.

—Nos vamos a casar ahora porque estás embarazada —le explicó—. Si no lo estuvieras, me habría gustado esperar hasta que todo este lío se hubiera aclarado para que pudiéramos tener una boda por la iglesia como manda la tradición... con Haymitch llevándote hasta el altar.

Katniss sonrió ante ese último comentario. Sus palabras le ayudaron a sentirse un poco mejor, aunque no pudo evitar pensar que el tema del matrimonio no había surgido con anterioridad. Sin embargo, con sus brazos rodeándola, todo lo que pudo hacer fue cerrar los ojos y relajarse. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde la última vez que la había abrazado. Durante todas aquellas semanas de viaje, se habían visto coaccionados por la presencia de Haymitch y las manos atadas de Peeta, aunque, con el tiempo, el marshal había empezado a atárselas delante y no a la espalda. Las últimas dos semanas, Katniss había sentido una inmensa fatiga que iba en aumen­to, uno de los primeros síntomas del embarazo, y había ansiado su apoyo. Le había costado un terrible esfuerzo permanecer sobre la silla durante todo el día.

En cambio, ahora, por fin podría dormir en una cama de verdad y disfrutar de un baño caliente en una verdadera bañera. Aquellos lujos eran casi abrumadores. Era cierto que se sentía un poco extraña al tener cuatro paredes a su alrededor y un techo sobre su cabeza, pero ése era un precio soportable por la cama y el baño.

Cuando Peeta sintió que se relajaba y que dejaba caer su peso sobre él, deslizó el brazo por debajo de sus rodillas y la levantó.

—¿Por qué no duermes un poco? —le sugirió en voz baja al ver que cerraba los ojos—. Haymitch y yo tenemos algo que hacer.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora