—¿Adónde vamos? —preguntó Katniss cuando pararon a mediodía para comer y dejar descansar a los caballos.
—A México. Así conseguiré quitarme de encima a Abernathy.
—Pero no a los cazarrecompensas.
Peeta se encogió de hombros.
—Trahern dijo que se ofrecen diez mil dólares por tu cabeza.
Al oír aquello, Peeta alzó las cejas y emitió un silbido. Parecía ligeramente complacido. Katniss nunca había golpeado a nadie en su vida, pero estuvo muy tentada de abofetearlo. ¡Hombres!
—Mi precio ha subido —comentó—. La última vez que tuve noticias eran seis mil.
—¿A quién se supone que mataste? —preguntó Katniss perpleja—. ¿Quién era tan importante?
—Tench Tilghman. —Peeta hizo una pausa, con los ojos fijos en el horizonte. En su mente, veía la cara joven y seria de Tench.
—Nunca he oído hablar de él.
—No, supongo que no. No era nadie importante.
—Entonces, ¿por qué se ofrece una recompensa tan alta por ti? ¿Su familia era rica? ¿Es eso?
—No se trata de la familia de Tench —murmuró Peeta—. Él sólo fue una excusa. Si no me hubieran acusado de su muerte, habrían hecho que cargara con el asesinato de otro. Aquí de lo que se trata es de matarme, no de hacer justicia. Esto no tiene nada que ver con la justicia.
Katniss insistió.
—No quisiste contármelo antes porque decías que sería peligroso para mí. Pero, ¿qué importa ahora? No puedo volver a Silver Mesa y fingir que nunca he oído hablar de ti.
Ella tenía razón. Peeta la miró, sentada tan derecha como si estuviera en un salón de té del Este, con la blusa abotonada hasta arriba, y sintió un agudo dolor en su interior. ¿Qué le había hecho? La había arrancado de la vida que ella se había forjado por sí sola y ahora tenía que huir de la ley con él. Pero no podría haberla dejado atrás porque habría confesado la muerte de Trahern, y entonces, los hombres que lo seguían habrían imaginado que Katniss seguramente lo conocía y la habrían matado para no correr riesgos. Quizá ya hora de que supiera quién estaba detrás de los cazarrecompensas y los representantes de la ley que le perseguían. Era justo que supiera a qué se enfrentaban.
—Sí. Creo que ahora tienes derecho a saberlo.
Katniss le dirigió una mirada llena de determinación.
—Sí, yo diría que sí.
Peeta se levantó y miró al horizonte, tomándose su tiempo. Los árboles y las rocas los ocultaban eficazmente, y lo único que se movía eran algunos pájaros que revoloteaban por encima de sus cabezas, perfilados contra el cielo color cobalto. Las montañas coronadas de blanco se erigían a lo lejos.
—Conocí a Tench durante la guerra. Nació en Maryland y tenía unos pocos años menos que yo. Era un buen hombre. Sensato.
Katniss esperó mientras observaba cómo Peeta intentaba decidir explicar la historia.
—Cuando Richmond cayó, el presidente Davis trasladó el gobierno a Greensboro, junto con el tesoro. El mismo día en que asesinaron a Lincoln, el presidente Davis, en una caravana de carromatos, burló a las patrullas yanquis y se dirigió al sur, haciendo que la caravana que transportaba el tesoro siguiera una ruta diferente.
De repente, Katniss abrió los ojos de par en par.
—¿Estás hablando del tesoro de la Confederación desaparecido? —preguntó con voz entrecortada por la emoción—. Peeta, ¿todo esto tiene que ver con ese oro? ¿Sabes dónde está?
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Inesperado
RomanceUn crimen, una vocación, una cabaña y una gran pasión; todo esto es inesperado para Katniss Everdeen y Peeta Mellark.