Prólogo: Bienvenido a la Marina, Comandante

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El mar. Desde la Era del Descubrimiento, el hombre siempre ha tenido curiosidad de saber qué hay más allá del horizonte, y explorar hasta el último rincón de este mundo. Y así como el mar es un lugar maravilloso con muchos misterios y enigmas por descubrir, también es un lugar traicionero donde pueden ocurrir las peores desgracias en el momento menos esperado.

La guerra. La guerra nunca cambia, sin importar la época. Desde las primeras civilizaciones hasta la actualidad, el hombre siempre se ha visto en constante conflicto, ya sea por expandir su territorio, o por apoderarse de los recursos de otras naciones, o por demostrar superioridad al resto del mundo, la guerra siempre es la misma, sin importar las causas.

La guerra puede cambiar a las personas, ya sea de una u otra forma. Por ejemplo, yo pasé de ser un ladrón de comida a un comandante de la marina. Y todo comenzó hace mucho tiempo.

Yo crecí en una familia pobre, y fuí abandonado por mis padres a temprana edad. Mi padre era un mujeriego que siempre andaba fuera, y mi madre era una apostadora con muy mala suerte, pero aún así usaba cualquier método para seguir apostando en lo que sea. Incluso perdimos nuestra casa, muebles y hasta llegó al punto de apostarme a unos dueños de una casa de citas. Cuando perdió, esos hombres querían usarme para la prostitución, pero afortunadamente logré escapar de milagro y desde ese día empecé a vivir en las calles.

Eran tiempos difíciles ya que pasaron muchos años desde que la Primera Guerra Mundial había terminado, pero aún así las consecuencias todavía afectaban al país, a pesar de que México no participó en la guerra, el país todavía sufría por sus propios conflictos desde que terminó la dictadura de Porfirio Díaz: conflictos por ver quién se quedaba con la presidencia, crisis económicas, desempleo inseguridad, entre otras cosas. Es por eso que la pobreza abundaba en prácticamente todo el país.

Al principio, se me hacía difícil tener que robar comida de las casas o de otros lugares como tiendas o mercados, pero era eso o morir de hambre. Afortunadamente, no llegué al punto de convertirme en un delincuente como el resto de niños y jóvenes de mi edad, ya que lo único que robaba de comida era para sobrevivir al día siguiente. Conforme iba creciendo, me veía en la necesidad de tener que robar ropa de los tendederos de las casas, solo llevándome uno o dos cambios de ropa. Y con el tiempo, me fui acostumbrado a la vida en solitario, en las calles. Robar comida en la noche y dormir en las ramas de los árboles de día era mi rutina siempre, hasta la noche que cambió mi destino.

Recuerdo que había llegado a una ciudad, aunque no sé si era la capital o no, así que esperé hasta la noche, cuando no había nada de actividad para poder entrar a una casa y llevarme algo de comida. De todas las que estaban ahí, elegí una casa grande cuya entrada trasera era el acceso directo a la cocina. Afortunadamente no había ningún perro que me molestara, así que decidí entrar rápidamente. Al entrar a la cocina, había unos cuantos objetos de valor, como vajillas de porcelana y cubiertos de plata, pero yo estaba más centrado en buscar comida, y al acercarme a una mesa, estaba a punto de tomar unos panes que estaban sobre un plato, cuando se oyó una puerta que se estaba abriendo. Casi me da un infarto al ver a un militar que tenía cargando un arma de fuego muy grande.

- Vaya, vaya... ¿Pero qué tenemos aquí?... -

Suplicando de rodillas le dije.

- ¡Por favor, señor! ¡No me mate! ¡Yo solo quería un poco de comida para poder sobrevivir! ¡Lo juro! ¡No me interesa nada de valor, solo la comida! -

El militar vestido de blanco se quedó pensando por un momento y dijo.

- Allanar la propiedad de un oficial de la Marina equivale a una sentencia de muerte, de acuerdo a la ley, pero podré pretender que ésto no pasó, con una condición. -

My Life in The Navy (Azur Lane)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora