Capítulo 3 - La Caída

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Estaba tirada en mi cama, con un hielo gigante en mi cabeza, que yo misma había ido a buscar.

Otra vez, gracias por eso Zed.

Me dolía tanto, que sentía la necesidad de cortarme los chichones.

¿Alguien tiene un cúter? ¿No? ¿Nadie?

Estaba mirando el techo, filosofando -Recuerdos felices- cuando mi madre entró corriendo y se me abalanzó para ver mi estado. Zed, como su primer -Y único- acto de buen hermano, la llamó al trabajo.

-¿Cómo está mi bebé? -Me apretó las mejillas -¿Tienes fiebre? ¿Te duele algo? ¡Ay, no te me mueras! ¡Quédate! ¡Te prohibo morir! ¡Compré galletas! ¡No te mueras! -Si, si yo hubiera estado muriéndome, volvería solo por las galletas. Bien pensado, ma.

Bueno... Tal vez... una. No haría ningún daño. Iba a morir de todas formas.

-¡Eres demasiado joven para morir! -Gritó

Mi mamá empezó a tomarme la fiebre y darme pastillas y jarabes, que obviamente no tomé. Me cambió el hielo unas cinco veces en diez minutos y no dejaba de traer esa sopa asquerosamente vomitiva que sabe hacer. Me dejó en paz tres horas después, convencida de que me había arrastrado lejos de la luz.

Después yo era la loca.

***

Subí los tres escalones y abrí la puerta. Una fuerte luz me cegaba los ojos y casi me tropiezo. Al salir, la puerta se cierra tan bruscamente detrás de mí, que me tambaleo. Estaba en el techo de un edificio. El viento hacía que mi cabello rubio quedara en mi cara y no me dejara ver muy bien.

-¡Mamá! -Grité ¿Cómo había llegado hasta aquí? -¡Papá! -¿Acaso estaba sola? -¡Zed!.

Sip, estaba sola. Me acerqué al borde y calculé unos 15 pisos o más. Estaba altísimo. Me alejé rápido para no caer y volví a la entrada. Intenté abrir la puerta, pero no cedía. Diablos, estaba trabada.

-¡¿Hola?! -Empecé a patear y golpear la gran puerta de metal, pero estaba completamente trabada - ¡¿Alguien me escucha?! -No, no había absolutamente nadie - ¡Por favor!

Traté de abrir la puerta otra vez. Y otra. Y otra. Y otra. Pero no se abría.

Empecé a sollozar fuertemente y a caminar hacía atrás, pero unos pasos después, mi pie izquierdo no encontró que pisar.

Y caí al vacío.

Grité lo más fuerte que pude, con los ojos cerrados esperando sentir el golpe, pero me dí cuenta de que estaba acostada en mi cama.

-Pero...pero...pero... -Susurré. Mi papá entró corriendo. Al ver que nada había pasado se tranquilizó. Se acercó a la cama y se arrodilló junto a ella.

-¿Pesadillas? -Asentí -¿Un miércoles? -Frunció el ceño, mientras yo asentía nuevamente. -¿Eran las de siempre? -Volvía asentir, aún aturdida. Nunca había tenido pesadillas un día que no sea domingo.

Es que soy, de nuevo, tan popular que no pueden ni respetar mi horario. Tienen que aprender a controlarse.

-Se sentía tan real -Suspiré -Ni siquiera recuerdo haberme acostado. -Me volteé para verlo, pero no tenía idea de que había pasado.

¿Cómo es posible que en la tele y en las películas los padres sean geniales y tengan ideas que podrían salvar el mundo, y yo vivo con este simio poco evolucionado?

Ahora ya sé a quién salió Zed.

-¿Segura que no quieres ir al doctor? -Dijo levantándose

-Muy segura -Me miró unos segundos más.

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