Capítulo 11 : ¿Amantes o...?

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Habían hecho el amor como jamás imaginaron. Sarada se sentía la mujer más afortunada que pudiera existir. Abrazada a su amado, podía sentir su respiración entrecortada, su corazón agitado y su transpiración pegada a la suya. Su piel era tan suave que le provocaba cosquillas. Sus pestañas eran largas y le daban unos rasgos asiáticos particulares. Se notaba que la herencia la había sacado de su madre. Sonrió débil al ver sus ojos apagados. Recordaba que la maldición estaba apareciendo con lentitud y poco a poco los consumiría. A ambos. Bajó la mirada. ¿Por qué en aquella conexión fue Boruto quien los libró de tal ilusión? No tenía idea que su Teiseigan tuviera esa habilidad. ¿Y si..? Reprimió sus labios y sin darse cuenta presionó sus uñas en sus brazos, él emitió un sonido de queja.

—Auch, Sarada—desvió la mirada hacia ella—. ¿Qué le ocurre? ¿Sigue enojada?

—No—espetó—. ¿Por qué debería estar enojada con usted?—detuvo su mirada en un punto cualquiera—. Estuve pensando sobre su maldición. Y no sé si es cierto, pero una vez leí, que ambas maldiciones son lo opuesto. Sus fuerzas atraen lo opuesto.

—¿A qué se refiere?—quiso saber.

—Mientras uno ama, el otro odia—explicó despacio sin convencerse.

Boruto seguía sin comprender a qué se refería. ¿Ambas maldiciones tenían cosas en común? Eso parecía. Si eso era un indicio de que sus ojos se quedaban cada vez más ciegos, entonces esa maldición era más peligrosa de lo que imaginó. ¿Verdad? Sin duda tenía que averiguar más sobre su familia o se llevaría una no grata sorpresa. La reflexión de Sarada lo dejó pensando, al menos, hasta que lograron conciliar el sueño. ¿Qué harían con su relación? Todavía no querían pensar en eso.

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El dolor de cabeza que sentía ayer ya se le había pasado. Al menos solo era una pequeña punzada que ni siquiera era dolorosa. Solo un recuerdo de lo que habían hecho anoche. Sarada había perdido su virginidad que para su fortuna fue con la persona indicada. ¿Lo era? Estaba segura que sí. Jamás encontraría a un hombre que se le compare. Y lucharía para casarse con él. Quería que fuera su esposo. ¿Lo permitiría? ¿La aceptaría? ¿O seguía siendo tan necio como siempre? Al notar que su futon estaba vacío, comprobó que el rubio se había levantado primero y estaba en el jardín blandiendo su katana. No tardó en reconocer su destreza por la manera en que blandía la espada de un lado a otro con una precisión única. De algún modo le recordaba a su padre.

Se detuvo sobre una de las columnas y se apoyó en esta para contemplarlo desde la distancia. Le parecía increíble lo que vivió anoche. Se preguntó si todo eso valió la pena o faltaba algo más para formalizar. Cuando acabara con los entrenamientos matutinos se lo preguntaría. ¿Podría intentar acompañarlo? No era una tonta que no sabía usar una espada, incluso podía hacerlo sin ella, esbozó una sonrisa decidida y se acercó para hacerle la propuesta: El rubio la vio de reojo al incorporarse. ¿Qué quería?

—¿Qué ocurre Sarada?—inquirió mientras movía la espada.

—¿Puedo unirme a la práctica?

El dejó de moverse para enseñarle una mirada incrédula. ¿Hablaba en serio? Guardó la katana dentro del estuche y la miró de frente.

—¿Usted quiere salir lastimada como la otra vez? Recuerde que todavía no ha sanado su herida y no quisiera que activara su Sharingan una vez más.

Se había olvidado de ese detalle. ¿A quién le importaba? Hizo un mohín y se cruzó de brazos, demostrándole que estaba en desacuerdo. La estaba subestimando solo porque estaba herida. Se lo esperaba de su padre, no de él. Bufó.

—Puedo luchar sin espada.

—No quiero herirla—afirmó serio—. Y mi entrenamiento acaba de concluir.

Doncella Carmesí (Borusara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora