Capítulo XLV - Días nublados.

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Taylor

Sentado en la zapatería de don Bob me pongo a reflexionar sobre mi vida; con 29 años aún no he encontrado mi razón de vivir. He estudiado diseño gráfico y magisterio básico, pero también he sigo ayudante de un agrimensor y de un sastre, he trabajado en cafeterías y hasta he sido vendedor de helados. En fin, mi gran espíritu de aventura me ha llevado a muchas profesiones, pero sólo tengo dos títulos formales.

- Taylor, puedes irte, parece que va a llover.- Dice don Bob.

- Claro, sólo voy a coser el zapato de este cliente y me iré.- En ese mismo instante, se escuchó un relámpago y empezó a llover. Eso no me preocupó en lo absoluto, hacía ya bastante tiempo que la lluvia no mojaba las calles de esta ciudad.

Al terminar decido volver a casa bajo la lluvia, puesto que don Bob no tenía paraguas y yo no me esperaba que lloviera. Mis ojos cafés nunca habían visto las calles tan desoladas como las puedo ver hoy, pero mi cabello oscuro agradece la frescura de las gotas de lluvia.

Ya estaba a punto de llegar después de haber pasado unas cuantas cuadras. Iba a entrar a la casa en seguida pero vi a alguien sentado en el banco que construí y coloqué en frente, era una mujer. Puede que sea esa tal Kimberly que ocupó un espacio desconocido en la empresa, la misma que me besó llenándome de una ligera ilusión y no volvió jamás. Ese no era el caso, era una mujer claro está, pero sí una desconocida. Ella miraba al suelo con la cabeza agachada, un rostro sin expresión y una pequeña confusión entre sus lágrimas y las gotas de lluvia.

Aunque esté al frente de mi casa, su situación no me incumbe asi que será mejor pasarlo desapercibido. Seguía mirándola, ya tenían un pie sobre uno de los escalones en la entrada, y noté su mejilla realmente alterada. - Señorita ¿Se encuentra bien?- Soy capaz de cerrar los ojos ante cualquier situación menos al maltrato. Ella me mira y veo como sus labios tiemblan ligeramente, veo como su piel se estaba tornando casi azúl y vi también la marca rojiza de una mano en su mejilla. Sólo me miraba sin hablar al igual que la mayoría en este vecindario, puede que ella también sea muda.- Esta es mi casa, puedes pasar. No te recomiendo que te quedes más tiempo aquí con esta tormenta.- Le extiendo mi mano y ella lo toma, luego entramos a la casa.

Después de brindarle abrigo y una taza de chocolate caliente, su aspecto mejoró. No me atrevo a preguntar qué le pasó o siquiera hablarle, siento que no es el momento. Sólo le mostré una habitación donde podía acomodarse, no quería dejarla irse... Puede que su agresor la esté buscando o que la esté esperando, además aún sigue lloviendo. Si la dejara irse así ¿De qué serviría haberla ayudado?

Sin censura: 《detras de Las apariencias》.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora