Malestar

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-----Narra Alyssa-----

No me siento mejor conforme pasan las horas, por el contrario siento como si cada músculo de mi cuerpo ardiera y cada hueso se hiciera polvo.

Hace dos días ya que no me levanto de la cama más que para beber un poco de agua o ir al baño, he hecho de todo un poco para sentirme mejor: Baños de infusión, reposo (dormir no puedo, el dolor es inmenso), analgésicos, herbolaria... No funciona nada.

Tengo esa sensación de ardor y pesadez en los ojos, cual si bajo los párpados no hubiera otra cosa además de pesada arena lastimando mi retina, supongo que son los estragos de la falta de sueño.

Tocan a la puerta y soy incapaz de abrirla, no intento si quiera levantar la cabeza para ver de quién se trata.

Quiero morir. No intento ser dramática, pero cuando sientes como te consumes tan lenta y dolorosamente como lo estoy haciendo justo ahora, lo único que quiero es rendirme para poder encontrar alivio.

Tocan a la puerta nuevamente y mi garganta ahoga un grito de ayuda. No paro de sudar y mi cuerpo está temblando y cubierto por sudor frío.

-----Narra Sebastian-----

La noche ha llegado y no he podido de pensar en Alyssa, hoy es el tercer día que falta al trabajo, y aunque me queda claro que pidió un permiso por dos semanas, me molesta y preocupa a la vez el el hecho de que, aunque prometió que no afrontaría sola su enfermedad, haya desaparecido sin rastro y no responda mis llamadas ni mensajes.

Desesperado,  termino por salir a caminar para despejarme un poco, el ejercicio siempre me sienta bien.

Conforme avanzo, mis pensamientos  no logran cambiar de dirección  y mis pies emprenden por su cuenta un rumbo. Para cuando me doy cuenta, he estado corriendo y necesito parar a tomar un poco de agua.

Me maldigo por haberme alejado tanto de mi ruta cotidiana, en la que además de todo, hay tiendas cerca, aquí no hay nada, excepto un parabus a una cuadra de distancia.

Decido caminar hacia él y tomar un camión de regreso al centro de la ciudad para poder ubicarme, no estoy muy seguro de dónde me encuentro.
Conforme me acerco al parabus, me quedo petrificado:

Sé en dónde estoy, y, aunque parezca imposible. Las flores que le di a la anciana siguen ahí, nadie las ha llevado  y además lucen completamente intactas.

Me acerco dudando si tomarlas o no, aún impresionado por las cosas que aquella mujer sabía y la forma en la que se desvaneció frente a mí. Finalmente termino por sentarme al lado del ramo y mirarlo fijamente.

Un autobús para frente a mí y decido dejarlo ir. De pronto, un chico de unos 17 años baja de él y se sienta a mi lado viendo hacía la nada y suelta.

-"Te estaba esperando, pensé que no ibas a venir más?".

-¿disculpa? -se gira y me mira-.

-Estoy vieja, ya te lo dije. No tengo ya la fuerza para hacer proyecciones astrales tan largas, ni tan seguido. La última vez quedé agotada -sonríe- ¿aún no sabes quien soy?.

-Yo...

-Ya te lo dije, Sebastián. Continúa buscando por este lugar, si te lo propones en serio y estás alerta, sabrás encontrarla.

ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora