Lobo feroz

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Me siento en verdad mal, me duele nuevamente todo el cuerpo, la cabeza y en especial las encías, no entiendo qué es lo que está pasando.

Sebastian duerme tranquilamente y aparentemente desnudo a mi lado. Recuerdo la primera vez que dormí en su habitación, completamente borracha y no tiene nada que ver con el día de hoy, sonrío feliz, y más  cuando trato de moverme y me es imposible, pues descubro  que una de sus manos está en mi cintura, pasando por debajo de mi cuerpo, y la otra, por encima, en mi espalda... Me sujeta con ambos, abrazándome contra él.

Adoro a este hombre, que a la vez es tan perfecto.
Percibo más que nunca el delicioso aroma natural que emana su cuerpo y finalmente, decido recargar mi rostro en su pecho y tratar de dormir un poco más.  Sin embargo, no me es posible porque el malestar comienza a llegar nuevamente.

Ayer me sentía mucho mejor, ahora pensaré que el daño lo llevo por acostarme con Sebastián -sonrío- después de todo es una bestia en la cama y tanto placer debería ser un crimen,  que estoy dispuesta s pagar.

Hundo mi cabeza en su pecho nuevamente y espero no ponerme tan mal, al menos por ahora me es tolerable.

Poco tiempo después Sebastian despierta, y tras regalarme una sonrisa que me bajaría las bragas (si llevara puestas, claro). Me da un beso de lo más tierno.

-Buenos días preciosa.

-Buenos días, lobo feroz -se ríe-.

-¿Ah, si?, ¿muy feroz?.

-Mucho, me extraña que los vecinos no hayan llamado a la policía tras escuchar mis gritos desesperados.

-Eso no era desesperacion,  dice y me da un beso en esta ocasión más salvaje, a la vez que aprieta mi trasero.

-¡Por su puesto que era desesperación!. Desesperación por falta de aire, pero ese es otro tema.

Sebastian ríe de esa forma tan natural para él,  pero en la que es imposible no quedarse con cara de idiota y babear, ante lo completamente sexy que es.
Luego de da un beso en la frente y me mira alarmado.

-¿Te sientes mal?.

Asiento apenada.

-Tienes muchísima fiebre, tendremos que ir al lago otra vez antes de que empeores, o te pongas como te encontré ayer.

Se levanta y se dirige al pasillo,  luego vuelve con mi ropa

-Tu ropa ya está limpia y seca. ¿Necesitas ayuda?.

No puedo evitar dejar de ver el enorme miembro que cuelga entre sus piernas, y solamente me muerdo los labios al recordarlo dentro de mi.

-Ojos arriba, Alice. Sé una buena chica y quizá más tarde me encargue de ti, justo ahora tienes fiebre y no quiero que siga subiendo.

Se acerca a entregarme la ropa y deja un nuevo beso en mi. Mis labios responden felices, pero mi mano derecha reclama atención y pellizca su redondo y firme trasero.

-¡Joder!, estás enferma -dice entre risas- y luego dices que yo soy el lobo feroz, pero tú eres mucho más voraz.

-Yo soy la inocente Caperucita, tu me has traído a tu casa en el bosque para abusar de mí repetidamente y ahora he desarrollado el síndrome de Estocolmo.

ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora