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Dadas las tres de la mañana en el pequeño pueblo de Greendale, Alice observaba con suma preocupación y un poco de paranoia, el callado y oscuro vecindario por la ventana, aún esperando a que su hija y su extraña clase de yerno-hijastro aparecieran sanos y salvos frente a esa puerta.
Pues los dos ya se habían tardado mucho en regresar y supuestamente solo habían ido a la tienda para comprar algo que faltaba. FP le decía que seguramente y habían tomado un tiempo a solas para ellos, pero la mujer aún tenía una extraña sensación que yacía desde el fondo de su pecho y se extendía por todo su cuerpo.
Ella sentía que algo andaba mal.
— Ven a acostarte, Ally. —FP pidió desde la cama con un bajo gruñido, su voz adormilada y ronca, tendiéndole un brazo para que fuera junto con él. — Me hace falta tu calor para dormir bien.
— En un momento voy. —la mujer de cabello ahora negro suspiró, incapaz de despegar la vista del cristal de la ventana y con aquel feo sentimiento en ella que no la dejaba estar tranquila, ni dormir, siquiera le permitía pensar con claridad. — Es que ya pasaron muchas horas y me preocupa que algo malo les haya pasado, FP.
— Créeme. Jughead y Betty tienen sangre nuestra. —le recordó sin más, acomodándose para poder girarse y mirarla a los ojos. — Se saben cuidar muy bien, Alice.
— ¿Cómo voy a estar segura con eso? Yo no crié a Betty, ni siquiera la vi crecer o la entrené para cuando estuviera en situaciones riesgosas. —se lamentó, luchando por ocultar su culpa de haberla dejado. — Ella y yo solo íbamos a comer helado tras una simple práctica de ballet.
— Tienes razón. —FP suspiró, levantándose de la cama y yendo hacia ella. — Tú no críaste a Betty. No le enseñaste cómo tomar una pistola, navaja o cómo defenderse. Cómo abrir cerraduras y escapar, o cómo sobrevivir cuando hay peligro. Pero yo sí. Y créeme cuando te digo que Betty está bien.
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Mientras tanto, en el territorio de los Ghoulies, en cuanto Betty se soltó, Jughead tal como prometió al instante la atrapó en sus brazos, cayendo al suelo con ella y raspándose un poco el cuerpo ante el impacto de la caída. Pero no había tiempo para quejarse, o detenerse para ver las heridas. Solo tenían que correr y escapar de ahí.
— Ugh, mierda. —Jughead se quejó por unos segundos, levantándose del suelo rápidamente. Y tendiéndole la mano a Betty para levantarla. — ¿Estás bien?
— Lo estoy. —asintió, incorporándose lo más rápido que pudo con una leve mueca. — Ahora vámonos de aquí.
— Apoyo tu plan. —concordó el castaño, jalándola del brazo con algo de fuerza, pero sin lastimarla, y así ambos comenzaron a correr hacia la reja que cubría aquel escondite Ghoulie.
El lugar era espantoso, tétrico y viejo como si de un escenario de terror se tratará. Habían autos viejos por todas partes, cenizas y humo, un penetrante olor a gasolina por todo el lugar y más cochambre y basura afuera del bar de los Ghoulies. Pero, por suerte, solo tenían que saltar una reja y estarían salvados.
— ¡Se están escapando, imbéciles! —gritó Malachai a toda su misóginia de pandilla, mientras sacaba una pistola de su chaqueta. — ¡No los dejen irse!
— Hey. —el chico que anteriormente había torturado a Betty, paró a todos los demás. — La rubia es mía. —informó, sacando así también un arma y todos corrieron tras de ellos.
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𝗦𝗘𝗥𝗣𝗘𝗡𝗧 𝗕𝗟𝗢𝗢𝗗
Non-Fiction𝐒𝐞𝐫𝐩𝐞𝐧𝐭 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝗗𝗘𝗦𝗖𝗢𝗡𝗧𝗜𝗡𝗨𝗔𝗗𝗔. Jughead Jones y Betty Smith, eran los futuros líderes de la pandilla de las Serpientes sureñas. Los hijos de FP Jones. Aunque no de sangre, Betty en realidad no era hija de FP, pero él le habí...