Epilogo

6.6K 505 72
                                    


Roman POV.

-Buenos días –masculla contra mi cuello.

-Carajo –exclamo-. Deja de hacer eso.

Apenas voy despertando, ni siquiera había abierto los ojos, y ya me estaba saludando.

¿Cómo diablos hace eso?

-No digas malas palabras tan temprano –replica.

Me doy media vuelta, entre sus brazos, y me recuesto sobre su pecho.

Ninguno de los dos dice algo.

Pero no necesitamos hablar, con abrazarnos es suficiente para empezar una bonita mañana.

Estoy desnudo, y el también.

Así que nuestra piel desnuda se rosa de pies a cabeza.

Comienza a enredar sus dedos en mi cabello, y eso solo me da más ganas de seguir durmiendo.

Mi reloj marca las once de la mañana, nunca nos despertábamos tan tarde, pero de verdad andábamos cansados.

La noche anterior terminamos de empacar.

Yo no tenía mucho equipaje, pero Alexander sí.

Así que fue bastante cansado.

Además de que todo el día lo acompañe a hacer sus últimos tramites.

Después de ducharnos terminamos acostándonos como a las cuatro de la mañana.

Además nuestro cuerpo nos exigía reposo.

Yo podría reposar todo el día si fuese necesario.

Podría quedarme entre sus brazos una eternidad sin que me pesare.

-No me quiero levantar –masculla él mientras restira su cuerpo.

-No te levantes –le digo, aferrándome a él.

-Tengo hambre –se queja.

Restiro mis músculos y vuelvo a enterrar mi rostro entre su clavícula y su quijada.

-Ya cenaste anoche –replico-. Puedes aguantar un poco más.

Puedo jurar que está sonriendo.

Y después siento sus labios sobre mi frente.

-Vamos, hay cosas que hacer –masculla.

-Solo tengo una cosa que hacer.

Dicho eso llevo mi mano hasta su pubis y envuelvo su miembro.

Ni siquiera tuve que esforzarme, ya está erecto.

-Roman... -replica.

Pero lo ignoro, y continúo acariciándolo.

Sé que está disfrutándolo, porque ¿Quién no disfrutaría un mañanero apenas al despertar?

Estoy a punto de meterme bajo las cobijas para meter su erección en mi boca, pero me sujeta con fuerza del cabello y me obliga a recostarme sobre la cama.

De repente, con uno de sus agiles movimientos, está sobre mí, sujetando mis muñecas a la altura de mi cabeza.

-¿Quieres hacerlo tú? –le pregunto sonriendo.

-Tenemos que desalojar a las doce y media –replica.

-Puedo hacerlo en diez minutos –le guiño el ojo.

Sonríe.

Pero veo en sus ojos que no voy a conseguirlo.

Por lo menos se inclina y me da un beso en los labios.

SchneiderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora