Capitulo 8

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Sookie seguía esperando en el despacho de Eric, sintiéndose cada vez más indignada a medida que pasaban los minutos. Llevaba ya su buena media hora en la soledad de la oficina, y se le estaba terminando la paciencia. No sabía qué más hacer. Al principio, permaneció inmóvil en un enorme sofá de cuero negro que había en un rincón, y que se apoyaba contra la pared más alejada de la puerta. Era extremadamente suave y cómodo, así que a Sookie le dio por pensar en cuántas mujeres se habrían sentado allí, y que habría hecho Eric con ellas en ese sofá...Esos pensamientos la hicieron levantarse rápidamente. Después se sentó en la butaca de Eric, la que él utilizaba normalmente y que estaba arrimada detrás de su escritorio. Era una silla muy vieja y pesada. A duras penas pudo moverla y se sintió muy pequeña e incómoda allí sentada, así que no tardó en volver a moverse, aunque suponía que a Eric no le molestaría que usara su asiento favorito. Finalmente, se dedicó a pasear en círculos por el estrecho habitáculo mientras le daba vueltas en la cabeza a las últimas palabras del estúpido Vikingo. ¡Habrase visto semejante desfachatez! ¿Acaso la había confundido con una puta? Si pensaba que le iba a estar esperando con el culo al aire, arriesgándose a que cualquiera entrara de repente y la sorprendiera, es que se había vuelto completamente loco.

Mientras meditaba, le echó una mirada de reojo a la mesa de Eric. Estaba desordenada, cubierta por completo de papelotes amarillentos, libros y material de oficina. En una esquina tenía un ordenador y en la otra un montón de archivadores que debían pesar una tonelada. Era lo menos erótico que había visto en la vida. Se imaginó por un momento a sí misma inclinándose sobre esa misma mesa, con las bragas en los tobillos, obedeciendo sumisa las instrucciones del Vampiro y no pudo menos de sonrojarse. ¡Maldito rubio, idiota y arrogante Vikingo! Todavía no podía creer que le hubiera hecho esa proposición. O mejor dicho, no había sido una proposición ¡fue una puñetera orden en toda regla!

Cuando ella se lo quedó mirando con la boca abierta, completamente perpleja por lo que había dicho, Eric se había limitado a darle un ligero azote en el trasero y a ordenarle con una sonrisa pícara que saliera del almacén. Incluso le había murmurado: Sé buena chica y haz lo que te digo. ¡Era el colmo!

Y allí estaba ella, esperando por él como una imbécil. ¡Y encima se hacía esperar el condenado!

Todo esto es muy irritante - pensó con exasperación.

Sookie suspiró profundamente mordisqueándose el labio inferior, y después, por puro aburrimiento, se dedicó a fisgar entre las pertenencias de Eric.

El despacho estaba tan atiborrado de cosas, que pronto empezó a darle claustrofobia. Miró con fastidio las estanterías llenas de libros, los pósters de las paredes (casi todos eran de Drácula ¡qué apropiado y original!), las cajas de distintos tamaños que se amontonaban en el suelo...

Abrió una al azar, y encontró un montón de revistas polvorientas. ¡A saber cuánto llevaban allí! Sookie frunció el ceño cuando se dio cuenta de que había mujeres desnudas en las portadas de las revistas. No siguió mirando.

En otra encontró una enorme sorpresa: ¡soldaditos de juguete! Una colección de soldados de plomo medio ocultos entre montones de serrín. ¿Para qué los tendría guardados en una caja olvidada en el suelo? Sacó uno y lo examinó curiosa. El muñeco llevaba un uniforme de la Confederación y la pintura estaba desconchada. Debía ser bastante antiguo y estaba muy mal conservado. Seguro que haría las delicias de cualquier anticuario si se encontrara en mejores condiciones. Pero estaba allí, pudriéndose en un rincón de la oficina...El traje del soldadito le recordó a Bill, que había luchado en la Guerra Civil, así que, inmediatamente lo devolvió a su lugar.

Sacó otra figurita, que llevaba un traje muy distinto e iba armado con una especie de bayoneta. Le pareció que vestía un uniforme nazi de la SS, pero no podría afirmarlo con certeza . Lo dejó en su sitio y después cerró la caja, no sin antes sonreír imaginándose a Eric, tan grande y temible, jugando con aquellos soldaditos de plomo cómo si fuera un niño.

En otra caja encontró una maqueta a mediana escala de un barco vikingo (o ella supuso que era vikingo, ya que tenía un dragón tallado en el cascarón de proa, y eso a ella le parecía vikingo). Las velas del barco estaban rasgadas y apolilladas y la cubierta de madera apenas podía distinguirse bajo el polvo. Se estaba cayendo a pedazos. Enseguida lo soltó cuando descubrió una asquerosa araña peluda paseándose a sus anchas por el maldito barco. ¡Qué asco!

¿Para qué tendría toda aquella mierda, cuándo era obvio que se limitaba a acumular trastos y después olvidarse de ellos? Seguro que hacía siglos que no tocaba aquellas cajas, y, sin embargo, allí estaban muertas de risa, llenas de cosas inútiles y ocupando espacio.

También tenía una enorme espada colgada en una de las paredes, que parecía más vieja que Matusalén. Sookie la examinó de cerca. Seguramente hacían falta 10 hombres simplemente para descolgarla. No quería ni pensar cuál sería la fuerza necesaria para blandir un espadón de semejante tamaño en un campo de batalla. Tragó saliva imaginándose a Eric por un momento en sus buenos tiempos de lucha y saqueo y continuó su exploración.

Eric no era muy ordenado que digamos, y tampoco parecía importarle mucho el polvo que cubría cada rincón. ¿Sería una herencia de su pasado cómo guerrero? Por lo visto, los vikingos tenían tendencia a acumular tesoros, aunque luego los dejaran tirados por todas partes. Se le hacía extraña esa faceta desconocida de la personalidad de Eric, ya que él cuidaba muchísimo su físico y su higiene personal, pero al parecer el orden y la limpieza de su despacho no figuraban entre sus prioridades. ¿Sería igual en su casa?

Sookie detestaba especialmente a las personas qeu se dedicaban a acumular cachivaches inservibles. Al parecer, Eric era de esa clase de gente, y ¡cuántas porquerías habría reunido a lo largo de 1000 años, Dios mío!

Un pensamiento maligno cruzó su mente y se vio a sí misma haciendo limpieza por todas partes y tirándole a la basura todos sus trastos. Sookie se rió imaginando la cara que pondría el Vikingo al darse cuenta de que sus juguetes habían desaparecido. Claro que después se lo imaginó castigándola por su atrevimiento y se le quitaron las ganas de reír.

¿No dijo algo de que podía castigarte si le apetecía?- dijo su vocecita interior que aquella noche estaba especialmente charlatana- ¿Qué Demonios querría decir con eso?

Pues Sookie no tenía ni idea, pero enseguida lo averiguaría, porque se dio cuenta de que la música estruendosa del bar había dejado de sonar. Contuvo la respiración esperando escuchar algún ruido, y unos minutos después oyó unos pasos firmes y pesados que se acercaban por el pasillo.

¿Qué hacer? Tenía unos segundos para decidirse. ¿Se bajaba las bragas y se inclinaba sobre la mesa, o le esperaba desafiante?

¿Y qué pasa si no es él? Me moriría de vergüenza- se dijo - Además, no voy a ceder a todos sus caprichos sólo porque a Eric se le antoje. ¿Qué se ha creído el mamarracho ese?

Los pasos se detuvieron frente a la oficina. Alguien giró el pomo de la puerta y ésta se abrió lentamente con un chirrido.

Total, ¿qué me va a hacer? Él me quiere, ha dicho que seré su esposa. Y si voy a ser su esposas, no esperará que me someta a sus perversiones. No soy una puta Colmillera - pensó Sookie intentando ser razonable - Más le vale al señorito Northman enterarse desde el principio de qué conmigo no se juega. ¡Ja!

Así que le esperó de pie, con la cabeza alta, los labios apretados y los ojos llenos de orgullo. Eric entró en la oficina y la miró. Igual que el gato mira al canario un segundo antes de saltar sobre él para devorarle.

El verdadero peligro / True BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora