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No podía dejarla ir

Habían pasado cinco días. Cinco días tan agonizantes que se estaban haciendo rutina. Caín no me dejaba salir de aquel piso de lujo, para variar. Me trajo ropa de mujer y a veces incluso cocinaba, cosa que me sorprendió, pero no podía salir.

A veces incluso su mirada abandonaba ese muro inexpresivo y parecía empatizar conmigo, querer dejarme espacio y libertad, pero no tardaba más de dos segundos en oprimirlo. Si parecía que quería dejarme ir, ¿por qué no lo hacía?

Y no es que no lo hubiera intentado. Siempre tenía las llaves vigiladas o en su bolsillo. Me estresaba aquella situación más de lo que daba a entender, ya que intentaba permanecer tranquila. Aquello me hacía sentir como en una prisión. Ni siquiera le contestaba con algo más que monosílabos a sus preguntas. Mi humor había decaído como nunca, me costaba reunir fuerzas para levantarme cada día de la cama.

La cerradura de la puerta principal sonó. Era todavía temprano así que me extrañó que Caín viniera. Él siempre dormía hasta tarde, lo sabía por su cabello despeinado al venir y sus bostezos de orangután. Sus pasos se acercaron a la habitación, hasta que ese demonio hizo acto de presencia.

Angelito, buena noticia, vas a salir de aquí.

Me sonrió desde el marco de la puerta. Auque me impactaron sus palabras, no le presté mucha atención y seguí dando vueltas entre las sábanas, no me apetecía levantarme.

Seguro que sería otra de sus estúpidas bromas.

Noté el colchón hundirse a mi lado. Por mucho que me molestaba su presencia decidí no darle juego, él siempre buscaba eso, irritarme y acabar peleando.

No me di la vuelta. Estaba recostada mirando al gran ventanal, observando los edificios altísimos y el cielo azul celeste. No pensaba en nada en concreto, sólo contemplaba el paisaje con los pensamientos en otra parte.

Las nubes sobre el cielo azul, los rascacielos desafiándolas, la claridad de la luz del sol... Era precioso.

Noté un respiración en mi cuello. Debía admitir que eso si que no me lo esperaba. Me encogí un poco mientras procesaba qué hacer.

Me había sentido completamente sola esos días. De no ser por Caín me hubiera derrumbado mucho más y ni siquiera comería lo suficiente. Él había hecho de niñero y por un lado me irritaba a más no poder, mientras por otro me consolaba.

Noté su respiración descansar en la curva de mi cuello. Lo conocía lo suficiente para saber que se quedaría dormido en menos de dos minutos. Siempre que se echaba la siesta era casi imposible despertarlo. Esos cinco días habían sido bastante útiles para aprender más de él, cosa que no sabía si era mala o buena.

  Cuando había decidido quedarme dormida también, un dolor en mi cuello hizo que soltara un chillido. Intenté alejarme, pero su brazo me agarró de la cintura aprisionándome.

  — ¿Pero qué te pasa? ¿Me acabas de morder? — Sobé mi cuello aún sin entender a ese inútil.

  ¿Tenía complejo de vampiro? ¿En serio?

  — No te puedes dormir angelito —. Lo observé levantarse y esta vez me fijé en su atuendo. Iba con traje y corbata.

  ¿Qué se celebraba?

  — ¿Sabes cómo se llama esto? Secuestro —. Me levanté de la cama rápidamente — Estás enfermo Caín, ¡estas reteniéndome contra mi puta voluntad en este piso de mierda! ¡¿Quién coño te crees que eres?!

Ahí fue cuando toda la rabia contenida fue escupida por mi boca. No me arrepentía en lo absoluto, ya que tenía razón. No sabía de que iba todo ese juego ni por qué coño me había encerrado en un sitio donde no quería estar, pero iba a averiguarlo de una vez por todas.

No caigas en mi juegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora