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¿Los Black?

  — ¿Qué haces aquí sola bonita? — Me preguntó un hombre de mal aspecto, con el abrigo beige agujereado y una sonrisa que formaban 5 o 6 dientes amarillentos.

  Me lo habría tomado como un cumplido, si al menos no tuviera 30 años más que yo y no pareciera el sombrerero loco.

  Pero si en algo estaba de acuerdo con él, es en que no sabia qué coño hacía allí. No es que fuese mi hobbie sentarme en un banco con una maleta enorme a esperar tres horas a que apareciera mi querida madre.

  Pintar o escuchar música tal vez, pero ese definitivamente no era mi hobbie.

  El hombre al ver que mi cara era un gran poema, el cual de hecho se titularía "Tierra trágame", se marchó a paso acelerado.

  Con todo el coraje y rabia que podía, y dios sabía que tenía cuando estaba enfadada, llamé a mi madre por cienava vez, dispuesta a tener una acalorada discusión con el buzón de voz.

¿Hola? ¿Hija abandonada llamando a madre que no la quiere?

  Dejé el movil sonar.No sabía por qué me engañaba, ¡ni siquiera iba a tener la decencia de cogerle el teléfono a su hija olvidada! Me iba a quedar allí sola sobreviviendo con el dollar que me quedaba.

  Sola y pobre.

  — ¡Mamá! ¡¿Hola?! ¡Soy tu hija!¡ ¿Acaso recuerdas que tienes una?! — Cerré los ojos en un intento para calmarme, aunque creo que eso era casi como pedirle al monstruo de las galletas que dejara de ser azul —. ¿Sabes? ¡Eres una maldita irresponsable! ¡Que no te extrañe si me encuentran debajo de un puente por tu culpa! ¡No me puedo creer que me hagas esto!

  Al menos había soltado toda mi cólera, por el momento. De verdad no podía creer por qué me tenía que pasar todo a mí. Apoyé los codos en mis muslos y me masajeé las sienes intentando que no me sobrepasara la situación.

  — Tu debes de ser Kayla — Una voz ronca traspasó la línea telefónica junto a la risa estruendosa que la acompañaba.

  ¿Qué?

  Giré mi cabeza hasta ver la pantalla del teléfono, como si el mismísimo satanás estuviera al otro lado saludándome por videollamada.

  Ni siquiera me había dado cuenta de que alguien había atendido la llamada. ¿Quién demonios era ese estúpido? ¿Qué había hecho con mi madre y que hacía riéndose de mi desgracia?

  — No se quien coño eres pero más te vale dejar de reír y poner a mi madre al teléfono — espeté dejando ver que no tenía tiempo para tonterías.

  Al parecer mi actitud le hizo más gracia aún porque su risa casi me taladró el tímpano.

  Puede que fuera el momento para reír y nadie me hubiera avisado pero sintiéndolo mucho yo no estaba para bromas.

  — Mándame tu ubicación voy a recogerte — añadió con una tranquilidad irritante.

  Si claro, ya que estábamos también me podía atar las manos y darle todo mi dinero para colaborar en el secuestro.

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