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Ha merecido la pena

Mi vida no podía ir peor. Se asemejaba a una sensación de ahogo constante, en la que rara vez un rayo de sol asomaba. Me sentía tan patéticamente mal que no había palabras para describirlo.

¿Cómo no hacerlo? Caín, el mensaje, el hombre del aparcamiento, mi madre... Todo aquello sin mencionar lo mal que lo estaba pasando también mi tía Juliet. Se hacía la dura al llamarme una vez a la semana, pero en su voz rota se reflejaba su tristeza. Yo también estaba triste. Algo ocurría, y ni siquiera la voluntad de mi difunta madre se había respetado.

Estaba simplemente perdida. Subida en un barco que iba a naufragar en breve.

Abel no me volvió a hablar de la misma forma. Aún habiéndoselo jurado cien veces, sabía que desconfiaba de mí y de si tenía algo con Caín. Lo único que hacía al respecto era agradecer que siguiera siendo mi amigo ya que entendía su reacción.

Como otro día cualquiera, llegué a casa después de un día de instituto. Subí las escaleras hasta llegar al pequeño descansillo que había junto a la puerta. Saludé a mis orangutanes favoritos y entré.

Lo que realmente no me esperaba era encontrar  a todos los Black sentados en mi salón. No sabía que me preocupaba más, que toda la familia se hubiera molestado en venir, o para qué lo habrían hecho. Incluso había un hombre más mayor que Caín, con rasgos similares, sentado a su lado. Supuse que era el hermano mayor, Nathaniel, ya que me acordaba de cuando me lo contó mi madre. Aunque también me dijo que ya se había independizado...

— Siéntate Kayla —. El señor Black se dirigió a mí con un tono suave. Estaba igual de elegante que siempre, rodeado de esa sensación de éxito y superioridad que lo acompañaba.

Con confusión lo hice, entre los dos gemelos. No es que me agradaran en absoluto, pero eran lo más cercano a cómodo que había en ese sofá, sobretodo porque apenas los conocía.

Además de que la mirada de Caín no pasó desapercibida. Fría y distante como el hielo, sería su descripción idónea. Sabía que estaba enfadado, aunque debía saber que no era el único.

Me pregunté cómo se sentiría la señora Black al tener cuatro hijos, ¿no desearía una hija? A lo mejor por eso tenía esa fijación en mí.

— Cariño ya sabes que para nosotros eres una más de la familia —. La señora Black se incorporó y clavó sus ojos claros en mí, cosa que esperaba —. Tus guardaespaldas nos informaron del mensaje que llegó a tu teléfono, y Caín del intento de robo... Sabemos que odias ir con seguridad, pero la necesitas. Si alguien entra aquí, ¿qué crees que pasaría?

Ni siquiera me lo había planteado. Para cualquier ataque tenía a los escoltas, pero no había pensado en si alguien se colaba en casa por otra entrada. Francamente podría matarme.

— No es necesario que se lo endulces más mamá —. El hermano mayor habló con autoridad, cosa que no me gustó en lo más mínimo —. Me quedaré contigo por si te pasa algo Kayla. Seré tu nuevo guardaespaldas, y a mí no me podrás mentir como a los anteriores.

Aquello me descoló. Más allá de su burla, no me hacía gracia esa idea. No quería al hermano mayor de los Black de escolta, ni mucho menos en el mismo lugar dónde yo vivía.

— Puede que necesite seguridad, pero no tienes que ser tú —. Enarqué una ceja hacía él. A la vista se notaba que era un caso perdido, así que me dirigí al señor Black —. Podéis poner un escolta, pero no será tu hijo.

Nathaniel rápidamente se incorporó, pero en el momento que fue a decir una palabra su padre lo acalló.

— Te entiendo Kayla, pero nos preocupas. Mi hijo Nathaniel está muy capacitado y ha dejado su trabajo en nuestra empresa de New York temporalmente para dedicarse a tu seguridad. Cuando todo se haya calmado, volverá —. Su sonrisa me indicó que no tenía intenciones de ceder. Mi mal humor no hacía más que empeorar a medida que su mirada me desafiaba. Se creía con poder sobre mí, y eso me irritaba de una forma indescriptible.

No caigas en mi juegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora