Camina niñata
Allí de pie no paraba de preguntarme si el universo se reía de mí. Por no mencionar que Abel era bastante simpático y atractivo. Sonará ridículo, pero incluso traté de encontrarle parecido con ese demonio de ojos azules.
Era nulo.
Incluso era muy gracioso, y no podía evitar reírme con él. Supongo que eso fue lo que le vieron mis otros dos amigos, y no podía culparlos.
Habíamos ido a por mi batido de frutas, raras según Hope, y me habían puesto un poco al día de todo. No se me olvidaba el tiempo que había perdido de clases, y los exámenes estaban a la vuelta de la esquina. Por otro lado, menos agobiante, el castaño me había contado un poco sobre él. Era del Reino Unido, más exactamente de Escocia. Su acento era adorable y lo que había sido una primera impresión fatídica ahora era algo sin importancia.
No podía evitar las comparaciones. ¿Cuándo me había hablado así de dulce Caín? Sólo el día que murió mi madre... Sabía que su carácter era frío, incluso mas que el mío, pero a veces me preguntaba si en el fondo él era así realmente.
— Kayla, ¿tú que dices? — Zach me miró con su habitual sonrisa de anuncio mientras yo me daba cuenta de que no había prestado atención.
— Lo siento Zach, ¿qué decías?
Vi a Hope rodar los ojos a un asiento de distancia. Ella bien sabía lo despistada que era.
— He dicho que podríamos ir a cenar al mejor restaurante de la ciudad, puedo reservar una mesa con vistas. Ya es hora de que Abel pruebe algo más que los perritos calientes, ¿no?
— En mi defensa diré que están deliciosos —. Y no mentía el castaño, estaban riquísimos. Aunque yo nunca había ido al restaurante que decían como para comparar, se me hizo la boca agua. Y pensándolo bien, ¿por qué no?
— Bueno, ¿a que hora nos vemos allí? — Sonreí con entusiasmo. Me apetecía probar la mejor comida de la ciudad, y de paso rayar un poquito las tarjetas que me habían dado mis queridos tutores legales.
Les iba a salir bastante caro, al menos en el sentido literal.
Volví a lo que era mi nueva casa con Hope, ya que me negó en rotundo eso de que volviera en autobús. Me dio dos besos como una madre preocupada y me advirtió que esa noche había que brillar.
Y mi pregunta era, ¿qué demonios me iba a poner? No es como si tuviera un vestidor repleto de vestidos caros.
Además todavía no me habían traído todas mis cosas, y ni siquiera había abierto el armario, que supuse estaría vacío. Me las arreglaba con mi vieja mochila repleta de jeans y sudaderas que alcancé a rescatar.
Aunque la nevera si que la abrí. ¿Cómo no?
Atravesé la puerta en la que estaban mis dos orangutanes preferidos, que me miraron un poco raro cabe decir, y subí las elegantes escaleras que conducían a mi habitación.
Con algo de indecisión abrí el armario. No sabía que esperarme exactamente ya que los Black no tenían límites, pero no me sorprenderían unos estantes vacías.
Mi boca rozó el suelo. Sí que venía bien equipada la casa. Aunque había conjuntos que definitivamente no me pondría ni loca, otras cosas eran preciosas. No había mucha cantidad, pero la mitad del armario estaba lleno de perchas.
Como buena cotilla que siempre había sido, comencé a sacarlo todo. Fui seleccionando lo que me gustaba y después cogí los tres vestidos que más iban con la ocasión. Llené la bañera porque Dios sabía que me lo merecía, y después de tener los dedos arrugaditos y el cuerpo relajado me digné a salir.
ESTÁS LEYENDO
No caigas en mi juego
Teen FictionElla nunca creyó que su vida fuera a torcerse tanto. Él nunca esperó que la suya se enderezara de nuevo. Los juegos y la pasión son armas de doble filo, y lo que te encanta puede acabar haciéndote daño.