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Mi vida transcurrió normal por los siguientes dos meses. Tuve infinitas peleas con Nate, me enfoqué más en los estudios y aproveché el tiempo para salir con Hope. Íbamos de fiesta casi todos los fines de semana, y aunque Nate me hiciera llevar un escolta, me lo pasaba bastante bien. Él simplemente me vigilaba desde la barra, y he de decir que gracias a eso no me había vuelto a pasar nada.

Puede que fuera un poco exagerada, pero me alegraba de estar protegida después de todo.

Respecto al pelinegro de ojos azules, no volvió a llamarme o a acercarse a mí. Las primeras semanas me carcomía la duda, y no podía dejar de pensar en cómo me besó. Era alguien que por mucho que lo intentara no dejaba de llamar mi atención. Me costaba admitirlo, pero se me hacía raro no tenerlo cerca.

Aún así, seguía siendo el mismo capullo que me dejó tirada en la carretera aquel día. O eso me seguía repitiendo para dejar de pensar en él, ya que no entendía su distanciamiento. Pero poco podía hacer aparte de seguir con mi vida.

Abel y yo nos reconciliamos, pero no volvimos a besarnos o a tener algo más. Era mi amigo, y no iba a pasar esa línea para acabar arruinando nuestra relación.

Por otro lado la navidad se acercaba, y yo estaría completamente sola. Me aterraba, si era sincera. Ver ese lado de la mesa vacío, como me pasó con mi padre...

— ¿Dónde está mi perra favorita? — Hope se levantó del banco al verme llegar, haciéndome sonreír. Era una persona increíble, y además, mi perrísima amiga.

— ¡Aquí! — Chocamos los puños mientras me sentaba a su lado. Abel y Zach estaban en frente nuestra, sonriendo mientras nos miraban.

Hope y Zach cortaron hace un mes aproximadamente, cosa que deprimió bastante a mi amiga peli azul. La razón fueron sus celos, ya que le empezó a molestar las constantes salidas de su novia conmigo. Lo más irónico es que ella lo quería, y en ninguna fiesta se le ocurrió faltarle el respeto.

Así que lo único que consiguió Zach fue perder a Hope y volverla tan fría como lo era yo.

Ahora nos divertíamos como nunca en cada salida. Bebíamos, bailábamos, fumábamos, besábamos al chico que nos apeteciera y volvíamos a casa casi sin saber cómo. Puede que no todo el mundo nos viera de buena forma, pero definitivamente nos daba igual.

— Hay una fiesta en el Dark Moon. Se que nunca quieres ir allí pero vamos Kayla, esta vez va a ir todo el mundo no podemos perdérnoslo —. Suspiré al momento que escuché el nombre de ese antro. Era uno de los peores, y estaba en uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles. Si algo íbamos a encontrar allí, eran problemas.

— Iría si no tuviera el presentimiento de que me van a robar el coche y apuñalar el pulmón —. Comencé a saborear el sándwich que me había traído de merienda. Nate cada vez se superaba, pero los de queso eran los mejores.

— Se rumorea que va a haber una pelea ilegal en la parte trasera de ese lugar —. Zach me miró con algo de ira en sus ojos, claramente por la idea de Hope. Siempre nos decía lo peligroso que era salir solas, y aunque no fuera así, nunca lo aprobaba.

— Eso es mentira —. Ella lo fulminó con la mirada.

No me hacía ni pizca de gracia algo que continuara con la palabra ilegal. No me gustaba ese sitio, ni la posible chusma que lo frecuentaba. Podría pasarle algo a Hope, y no me lo perdonaría nunca.

— Aunque dijera que sí Nate me crucificaría antes de dejarme ir allí —. Volví a saborear mi sándwich mientras creía dar por zanjada la discusión.

— Va a ir todo el equipo de fútbol Kayla —. Ahí fue cuando entendí su insistencia y me reí en mis adentros. Hope estaba con el buenorro del capitán, y la última vez que lo vio no paraba de recordarme las ganas que le tenía. Aún así no iba a ser yo quién le concediera el deseo, así que negué — ¡Te regalaré mi Lamborguini!

No caigas en mi juegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora