3. El llamado

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  • Dedicado a Natuta Ferreira León
                                    

Al día siguiente del que comenzó a llamar su “día-desastre”, Jen deseaba con más fuerzas que nunca no ir a la escuela. Sabía que la esperaba una jornada terrible por delante. Se quedó en la cama durante largo rato, hasta que Gillian golpeó la puerta de su habitación, recordándole que se le haría tarde.

—Gillian, no me siento bien. No quiero ir hoy a la escuela.

Un momento después, ella entraba al cuarto y se acercaba a la cama. Le colocó una mano en la frente suavemente para medirle la temperatura. Tras verificar que todo estaba en orden, se sentó a su lado.

—No tienes fiebre. ¿Qué te duele?

—El estómago. Duele mucho —respondió mientras giraba en la cama.

Como no había podido pegar un ojo en toda la noche y había estado llorando, tenía los ojos hinchados y con unas enormes bolsas. Su palidez natural, acentuada, formó parte del conjunto, colaborando en que su madrastra le creyera.

Movió un poco las sábanas y apoyó su mano sobre el abdomen de ella.

—¿Son cólicos? —La muchacha asintió, y, con un suspiro, Gillian se puso de pie—. De acuerdo. Quédate en casa hoy. Tienes el número de mi trabajo y del de tu padre. Cualquier cosa nos llamas, ¿de acuerdo? —Se inclinó y le depositó un beso en la frente, abandonando luego la habitación y dejándola sola.

La muchacha pasó el resto del día en la cama. A ratos dormía un poco, o llegó a intentar ver algo de televisión, pero la mayor parte del tiempo solo sollozaba. Avanzada la tarde, llegó a preguntarse por qué lloraba en realidad. ¿Por el novio que la abandonó? ¿O por el equipo? No lo sabía, pero sí podía distinguir que sentía pena por sí misma.

Hizo un viaje a la cocina en la tarde a buscar leche y unas cuantas galletas, para luego quedarse en la cama. Para la hora de la cena fingió estar dormida. Cuanto más pudiera evitar el contacto con otro ser humano, sería mejor.

Mientras oía los ruidos de su familia comiendo, su teléfono celular comenzó a vibrar en su mesa de noche. Estiró el brazo para alcanzarlo y vio el mensaje. Tuvo que esforzarse por no arrojarlo contra la pared cuando leyó el texto de Brittany recordándole que la jornada siguiente debería entregar su uniforme sin falta, dado que ese día había faltado a la escuela. No había una pregunta acerca de si estaba bien o si le había pasado algo. ¡Solo el maldito uniforme! Regresó el aparato a su lugar y se acurrucó bajo las cobijas, deseando no tener que abandonar su habitación nunca.

Lamentablemente, no podía quedarse recluida por siempre, tal como comprobó al día siguiente. La excusa del dolor de estómago ya no era creíble, y cuando su madrastra comenzó a hacer preguntas acerca de si algo estaba mal, a las cuales no deseaba responder, no le quedó más opción que levantarse y enfrentar lo que viniera.

Se vistió con unos jeans, zapatos planos y una sencilla blusa blanca, se puso algo de maquillaje, un poco más de lo habitual para mejorar un poco su deplorable aspecto tras el día anterior, y, sintiéndose desnuda sin su uniforme, salió a enfrentar su vida. O lo que quedara de ella.

Apenas comió una tostada en el desayuno y se alistó para salir pronto. Sin vehículo disponible, tendría que viajar hasta allí. Entonces, la horrorosa realidad la golpeó. ¡Debería tomar el autobús! Que humillante forma de iniciar aquella nueva vida como civil.

Pero no contaba con que sus padres notarían el apuro de aquella mañana, inusual en ella. Cuando no tuvo más remedio que confesar que aquel día no la irían a buscar, la solución inmediata fue que fuera con Ryan. De esa manera, sería el mismo tiempo de viaje y podría desayunar bien, algo importante según ellos, dado que no había cenado la noche anterior.

La melodía del viento (Elemental 0.5- Precuela) #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora